Thursday, January 19, 2023

Federico Engels y la historia del Cristianismo

A todo lo largo del largo siglo veinte, la paranoia capitalista comparaba al comunismo con una secta religiosa; ante el desdén iluminado de los comunistas, abrazados al misticismo político y trascendental de su ideología. Tuvo que venir el mismo Engels de entre los muertos, blandiendo su aporte a la historia del Cristianismo; tuvo que ser él quien expusiera orgulloso los paralelos, que explican el sentido profundo y espantoso de su humanismo.

Engels se burla de la superstición cristiana, mientras trata de salvar su función religiosa como super estructura; aclara, por ejemplo, cómo el comunismo sólo coloca en el futuro lo que el cristianismo en el más allá. Claro, aún no ha ocurrido —para él— el estructuralismo ni el funcionalismo post estructuralista; por eso no se da cuenta de que el futuro es el más allá, como mismo el Cristo es la representación del proletariado.

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El tema de la superstición hay que tomarlo con cuidado, porque obedece a la presión epistemológica del momento; en el sentido de que el mismo irracionalismo y el negativismo alemán eran sólo una reacción al estímulo racional positivista francés; por lo que en realidad era una determinación hermenéutica suya, y se dirigía a los mismos excesos. De aquí saldrá entonces esa tendencia que —un siglo después—intente la desmitologización cristiana del Cristianismo; como si los mitos fundacionales tuvieran que responder a otra cosa que a la justificación trascendente del orden, dado en sentido lógico y no histórico.

De ese modo, el Marxismo cree —apelando a la fe— poder separar lo supersticioso de la doctrina cristiana; y pretende quedarse su humanismo, sin percibir que solo adapta su núcleo a la nueva hermenéutica, igual de supersticiosa en tanto ideológica. De ahí que paralelismos fragrantes pasen desapercibidos a la sagacidad intelectual de Engels, como esa de la otra vida y el futuro; ambos, para agotar el ejemplo, en la misma cuerda milenarista que inaugura el Cristianismo.

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Engels no sólo reconoce entonces esta paridad funcional, sino que legitima la causa socialista en la cristiana; a la que —con suma inteligencia— acusa de corromperse como religión imperial, separándose de su naturaleza profética en el judaísmo. Engels lo demuestra en una comparación inteligente, entre las teologías de Nicea y el Apocalipsis de Juan; donde no —según él— no aparece nunca el Espíritu Santo, y Jesús es separado de la divinidad de Dios, en la cuerda de Arrio.

Ignora en ello la gracia que abstrae en el Espíritu Santo la acción misma de Dios, manifiesta en todos los profetas; por lo que está también —siquiera implícito en el Apocalipsis de Juan—, aunque la narración no lo toque por ocioso. El conflicto persistente es entonces la misma incomprensión del problema de la Trinidad, cuya consistencia es existencial; algo incomprensible para una tradición como la idealista, trabada en el determinismo en lo trascendental, sea teológico o económico.

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No hay fantasía peor que la creencia en que la realidad es comprensible, que es decir racional y ordenada; no importa si se trata de la realidad en sí, o la que es la cultura y la sociedad, en tanto humana. Eso vale no sólo para el escándalo persistente del Idealismo, que comienza en la tradición platónica; sino también para el ramillete de doctrinas que justifica, incluidas la masónica, la esenia y hasta el Atonismo egipcio, que la preceden.

De ahí la soberbia de las tradiciones que creen saber que es lo mejor para la humanidad, ignorando sus falencias; porque lo mejor que puede hacerse respecto a la realidad es vivirla (realizarla), limitando esa pretensión de comprenderla. Contrario a lo que parece, eso no es una apología de la tercera tesis contra Feuerbach, que era una nota marginal y no una tesis; sino un desarrollo del probabilismo, que ancla toda comprensión posible en la contracción crítica del realismo.

Eso, claramente, no podían saberlo ni Marx ni Engels, ni ninguno de los apóstoles de la Razón Ilustrada; cuya religión se sostiene sólo en las limitaciones de la física clásica, desconociéndolo todo de la realidad. Pena que, como el cristianismo con que se compara, el socialismo esté condenado por la misma reducción; que es el rigorismo moral por el que deviene en fariseo, como la misma fatalidad del Idealismo en Occidente.

 

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