Este catauro mayor de Jean Prince-Mars fue publicado
por el Memorias del tintero, explicando su función sintetizadora; por la
que aún con valor político, es en verdad una comprensión de la política en su
valor antropológico, no ideológico. Eso la establece ya como la actualización y
adecuación de todas las referencias en este sentido, desde Antenor Firmín; que
las establece como principios mismos del humanismo, pero que Mars aplica a la
singularidad haitiana.
En ambos extremos está el desarrollo de esa
comprensión de lo negro como naturaleza, en la Negritud como posibilidad; que
propia de Occidente, es adecuada en sus excesos idealistas, por la practicidad realista
de la cosmología africana. Hay que tener cuidado con esto, pues hay muchas
acepciones de Realismo, la mayoría de corte fiolo materialista; pero aquí la
noción de realismo se refiere a la realidad —o lo real— como último de toda
reflexión, distinta de su determinación trascendente. Es de ahí que se entiende
a esa cosmología negra como un nuevo pragmatismo, pero ya práctico en el
realismo; no idealista, como esa falta de Dasein de la tradición que opone en
su incorporación, como occidental.
Mars comienza su tratado con preguntándose si el
cuerpo de las tradiciones haitianas son propias o asimiladas; esto le
permitiría establecer qué tan consistente es esa singularidad de su cultura, y
por tanto du valor, si alguno. El libro se propone entonces una indagación, que
permite este desarrollo probabilista del realismo, en su acercamiento
pragmático; evitando los errores del positivismo extremo, que no diferencia
entre apariencia y realidad, o de hecho disuelve a la una en la otra.
Por supuesto, nada de eso es posible si se ignora esa
densa extensión de la ilustración haitiana coronada por Mars; sobre todo si se
parte de un acercamiento condicionado como el de René Depestre, que precisamente
despide a la Negritud. Pero eso tampoco tiene la fatalidad insuperable del
oráculo, pues Depestre es sólo un muro ideológico y no filosófico; más allá de
él, el arcoíris del comunismo disuelve su ilusión óptica en la realidad
haitiana, y esta es narrada por Mars, no por él.
El análisis de Mars es agudo, usa un principio de discriminación
en vez de suma infinita para organizar este cuerpo; partiendo de una exigencia
de racionalidad idealista (Leibniz), que le garantice la de su comprensión de
lo real. Es este el tipo de sutilezas que resuelve el culturalismo como
realismo práctico, en su pragmatismo reflexivo; el aporte de Mars es así de
corte filosófico, con la adecuación del pragmatismo trascendental (Peirce) en
Du Bois; que ya aquí es inmanencialista, y con ello más eficiente en su
probabilismo, como base realista del pensamiento negro.
Al racionalizar este cuerpo de tradiciones como folklore,
Mars distingue el análisis de las masas del de las élites; optando obviamente
por el popular, que en su pragmatismo extrae el desiderátum de toda tradición,
incluso las ajenas; apropiadas en su practicidad y no por su necesidad
aparente, en una función entonces existencial antes que política. La negritud
es importante aquí, porque es esa cosmología africana —no el idealismo— lo que
permite este realismo; esta es lo que pervive en la tradición, y no —aclara
Mars— como vestigio del pasado, sino en la actualización de los principios
funcionales de la estructura social, como cultura.
El defecto occidental es desconocer esta naturaleza cultural,
resolviendo dicha estructura en su expresión política como determinación; con
lo que provoca la crisis del humanismo moderno, desde su origen en el
cristianismo medieval, que invierte ese orden. La ilustración haitiana —como de
la negritud— es el esfuerzo por revertir este desorden, que es la entropía de
Occidente; con una renovación de su estructura, con esa contracción a los
principios funcionales en que se organiza.