Marimón, o el ángel de la jiribilla ataca de nuevo
La salida a este embrollo sería el juego, que optando expreso por la
banalidad consiga en cambio hacerse profundo; lo que no es tan paradójico, ya
que sería en esa finta que el poeta esquive al lugar común, tanto como el falso
existencialismo. Después de todo, el subjetivismo no tiene valor existencial
propio, siendo sólo eso, subjetivo y en ello banal; cuando es el valor
existencial lo que otorga trascendencia al arte, como un sentido que lo
justifica en sí mismo.
Ese precario equilibrio es la cuerda que recorre Javier Marimón, como un
ángel de la Jiribilla de la poesía contemporánea; jugando con un
estructuralismo sutil y sorpresivo, que rebasa la brevedad del haikú con el
exceso que lo hace arte. Entiéndase, el haiku —como toda forma poética— es
también susceptible de la recurrente banalidad, en el esnobismo; pero también
—como toda forma poética— ofrece la posibilidad de la sorpresa, en un giro
inesperado de su función reflexiva.
Eso es lo que hace Marimón, invirtiendo su estructuralismo taumatúrgico, basado
originalmente en la sensibilidad; pero que ahora parte de la inteligencia, como
el Cogito cartesiano, pero sin las cortapisas del método, en el puro juego. Con
eso, Marimón logra esquivar la banalidad, al esquivar el esnobismo que la
produce, retomando la sensibilidad occidental; y explotando la maravilla
increíble de su inteligencia, para acceder a la otra sensibilidad, en que la
reflexión vuelve a ser existencial.
Hay todavía tránsito y desarrollo en la poesía de Marimón, pero inesperados
como las vueltas que da el carrusel; yendo de la perfección de las Sinalectas
(2016) a la brusquedad de Escritura de letra alfa (2018), al respiro de Témpanos
(2021). Sobre todo en el último, el autor parece recuperarse de un giro
demasiado abrupto en el segundo de los tres; como un experimento costoso, no en
términos formales —que habría sido grave— sino experiencial, poniendo pollo en
el arroz con pollo.