De intelectuales, vampiros y cementerios
Desde siempre, el hombre ha tenido la pretensión de sobreponerse a la muerte; hasta el punto de que la gran promesa de toda religiosidad consiste precisamente en la resurrección. De ahí, como una suerte de permanencia mientras tanto, los hermosos cementerios; donde panteones y nichos rivalizan en belleza y poder, desde las más antiguas catacumbas, incluso si se accede a la consunción del crematorio. Tan lejos ha llegado esa pretensión, incluso como necesidad existencial, que de ella surgen los vampiros; esa raza que aunque accede a descansar en los cementerios, de todas formas permanece en una ilusión de vida. Que la vida de los vampiros tenga valor intermedio no es grave sino curioso, desde ese Eureka en que creyeron que la sangre es la vida; de ahí, en extrema objetividad, no dudan en obtenerla incluso si ajena, alimentando de paso su estirpe.
Pero los vampiros son una leyenda antigua, que si acaso llegó a la Modernidad con su hálito de romanticismo; no soporta el extremo pragmatismo de los postmodernos, que desde la revolución científico técnica descreen de toda trascendencia espiritual. De ahí esa otra clase de vampiros, los que perviven en la memoria virtual; que igual que los otros tuvieron su Eureka, con el consuelo fantasioso de que quizás el intelecto sea la vida; aunque sea para exhibirla y no para vivirla, que el problema no es en ellos de substancia. Igual que aquellos, estos acceden en morar en hermosos cementerios; donde se construyen panteones y nichos que rivalizan con las más soberbias y antiguas tumbas, aunque no tengan sus leyendas. Estos vampiros de ahora, como los otros son medio vivos; porque como aquellos sólo tienen la noche, estos sólo tienen la virtualidad, que después de todo es también una existencia. Ahí permanecen, a la espera de dolientes ajenos que los admiren; también, a veces, salen a pasear en la virtualidad, como los otros en la noche, pero menos peligrosos.