Reina María en Miami, el escándalo
Con Cuba, se sabe, todo es político, y más en una ciudad que se ha constituido con eso, como Miami; de donde que la reciente presentación en Miami de la poeta Reina María Rodríguez, en el marco de otras presentaciones igual o más polémicas, exija el tono político. Conociendo al país de referencias, todas las suspicacias son razonables, pero eso no hace a la histeria menos histérica; porque después de todo, el Miami cubano es una provincia ultramarina y probablemente principal del país de marras. Pero en la historia de la cultura cubana recurre el emocionalismo, y por ende la manipulación política de su práctica cultural; que es donde la suspicacia se vuelve contra los suspicaces, que no han podido ofrecer una resistencia consistente a la vulgaridad política de la que huyen. Ni siquiera es tan seguro que huyeran de esa vulgaridad política, sino sólo de un resultado eventualmente adverso para ellos; que es lo que explicaría la recurrencia en el exilio de las más deleznables prácticas culturales de esa revolución de la que abominan.
Tradicionalmente, la Razón se asienta en las ideas claras y distintas, y nada más lejos de eso que la perenne ambigüedad de los discursos cubanos; de ahí esa agonía en que nada puede concretarse, hasta que llega un listo capaz de capitalizar las emociones populares y darles el curso de su provecho propio. Ante la ceja levantada por el escándalo, cabría hacerse varias preguntas; una de ellas sobre esa incapacidad de Miami para generar una consistencia propia, que en su misma naturaleza la habría blindado contra la locura visceral del régimen cubano. Eso es un fracaso que se puede y debe achacar a la llamada Generación del Mariel, si bien el juicio peca de generalizar en tanto es de corte general; porque la actualidad cultural de Miami corre por cuenta de esa generación, que se burló soez —e hipócrita— de los pininos de los primeros exiliados por su precariedad intelectual.
Pero una mirada realista y desapegada de esta actualidad descorre cortinas, y muestra el paisaje no tan desolado como desolador; no es el personalismo de los proyectos sino la terca mediocridad, no es la proyección idealista sino la sucia manipulación. ¿Acaso no fue un chanchullo medio escondido la incompleta Enciclopedia del español de los Estados Unidos?; ¿es medianamente creíble la cobertura cultural de los periódicos locales?, ¿y qué del florilegio de peñas y antologías y editoriales?; por supuesto que no es una cuestión de derecho, que en tanto derecho, es de cada uno hasta para ahorcarse, con tal que lo consiga. Ese es el problema, y la presentación de Reina María, como la misma Revolución cubana [¿Naturaleza?] quizás no fuera tan necesaria como inevitable; Miami tiene lo que se merece, no es respetable porque no se hace respetar, porque para comienzo no respeta. La grosería de esta presentación, al final, pierde gravedad con el desenlace, que parece de teatro bufo; con una premiación que mueve a risa desde su misma postulación hasta por la torpeza con que le pide nada menos que a la ultrajada Belkis Cuza Male que se preste a la bufonada.
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