Thursday, February 14, 2013

La indiscreción del cardenal Turkson



La iglesia católica es la institución política más vieja de Occidente, hasta el punto de que no sin razón reclama el crédito de haberlo creado como cultura; lo que si bien relativo, como todo, también es cierto, en el sentido de que definió a la cultura occidental como se la conoce hoy. Serían esa primacía y antigüedad las que hagan tan interesante las cuestiones de alta política al interior del vaticano; aún si no se está en el inside de lo que ocurre en los aposentos de Pedro, porque sus tramas suelen ser por lo menos novelescas. Algo sí está claro, y es la eficacia de los manejos de la política a ese interior del Vaticano, que logra sobrevivir justo en base a sus dogmas más retrógrados; creando la paradoja de que es en la defensa de estos dogmas, a contrapelo del desarrollo social, que la Iglesia sobrevive en su extemporaneidad. Así mismo entonces han de valer sus principios no positivos, que dan esos resultados tan sorprendentes; porque al menos por la experiencia, la Iglesia sabe que nada es como parece ser, y que el hombre es mucho más complejo que un cubo de rubik. 

En el cónclave del 2005 la Iglesia sorprendió al mundo con la elección del eterno papable, el inefable Joseph Ratzinger; que ahora se hace sospechosamente a un costado, dando pie a las apuestas y las especulaciones sobre la próxima elección. Uno de los papables, el cardenal de Ghana, ha cometido el desliz de mostrar su entusiasmo por la próxima elección; bien que medio disimulado en una expresión [hipócrita] de política positiva, en la que se dice dispuesto a asumir el mandato si Dios así lo dispone. Si inesperada fue la elección de Ratzinger, la del obispo Turkson sí que sería sorprendente; aunque ya lo es la ingenuidad con que se ha eliminado a sí mismo, no sólo dejando ver —común a todos— sino sobre todo en ese justificarla con la necesidad aparente de justicia política. La elección de Ratzinger dejó claro lo difícil que es predecir el resultado de la elección del Papa, pero es increíble el auto descarte de los contendientes; no queda dudas, después de esto, que el Espíritu Santo actúa misteriosa pero no tan secretamente sino a los ojos vistas, sopesando nuestras torpezas.

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