Ponderaciones
Yo! any, composición gráfica de William Ríos |
Uno de los problemas más
serios con las multitudes populares quizás sea ese del emocionalismo, por el
que se identifican con los discursos ya elaborados en su simpleza; y por los
que indefectiblemente se les manipula, ya que el discurso con que se
identifican es abstracto y no tiene mucho que ver con sus intereses, que son
concretos e inmediatos. Se trata entonces de cómo les secuestran el espíritu a
los pueblos, cambiando el oro de esa fidelidad por el espejito de una falsa
trascendencia; que es necesariamente falsa por esa abstracción en que no pasa
de ser un juego retórico, dirigido a calmar —no a satisfacer— las ansiedades de
la gente a la que apela; y en la que al final, trátese del bando de que se
trate, lo que se discute no es el interés real y concreto sino ese ideal
elaborado por un illo de siete suelas, que hasta probablemente se crea su
propio embauque.
Es en esa perspectiva que
se entiende la tendencia popular a pronunciarse sobre las cosas antes que a
ponderarlas, respondiendo siempre a una provocación; como en este caso de la
polémica desatada por Yohani Sánchez y la puerilidad de un argumento que hasta
resultó ser una ironía mal comprendida
por las masas que hasta entonces la adoraban, y que aún así salieron —bien que
nerviosas— en su defensa. El problema es entonces semántico [retórico] si se
basa en esa confusión, que denota el distanciamiento entre la héroe y su sensible
público; del que ella desconoce entonces esa sensibilidad extrema. No es
entonces de extrañar que con ágil giro se arregle el entuerto, y que al final esas
multitudes vuelvan al redil de la adoración; porque sobre todo se trata de
satisfacción emocional, en la que destacan las atribuciones de testosterona a
la ídolo devenida en tótem. La experiencia es repetitiva y por ello fácilmente
predecible, con ese carisma al que son tan afectos los llanos pueblos;
asombrando por esa misma puerilidad de que acusan a los otros —quienes quiera
que sean— y descalificando lo que no pasaría de ser otra perspectiva.
En efecto, lo extraño es esa fidelidad por la que los pueblos obvian sus
intereses concretos e individuales en favor de las peregrinas ideologías; y
risible esa discusión sobre argumentos tan poblada de términos emotivos y
rasgadera de vestidos, además de las vulgares militancias. Antes que el mal
entendido de la retórica de Sánchez ella habría mostrado otras falencias,
puestas a un costado por el pueblo ávido de liderazgos; al que hay entonces que
recordarle que “un pueblo que elige a corrutos no es víctima sino cómplice”, y
aquí cuenta desde la fragilidad de su misma proyección excepcional y apresurada.
Si su fabricación mediática roza el fraude por la manipulación, es porque desde
el carácter no duda en esos falsos, lo que es grave; al menos tratándose de
problema tan delicado y complejo, que afecta a tantas vidas de tan diversas formas,
como es la intríngulis política de lo cubano.
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