Sangre azul, nuevamente Zoé Valdés
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La cresta de toda ola es inestable y
efímera, más aún que la misma ola, porque es su cumplimiento mejor; pero ese
destino, que es incluso fútil como destino, es precisamente lo que la distingue
y da carácter. Ese movimiento, que va de lo sinuoso a la violencia, es la
dinámica de los desarrollos estéticos; cuyos fenómenos tienen un lugar muy
específico en el tiempo, incluso en esa forma lineal que tiene para los
modernos. Tan enrevesada introducción debería ser innecesaria para una novela,
ese gesto tan común de la literatura contemporánea; pero no en el caso
específico de Zoé Valdés, y menos en el más específico todavía de su novela Sangre azul. Esta novela fue finalista
del concurso La sonrisa vertical, y finalmente publicada por Emecé editores;
que es lo que explica la complejidad de ese contexto, que la podría hacer
incomprensible en esa feria de vanidades del mercado literario actual.
Eso quiere decir que Valdés, la
autora, pertenece a la última hornada de esa generación estética de la que
participa Vargas Llosa; aunque a diferencia de este, ella se acomoda con
dignidad en ese mercado, y no se frustra ni contradice ese pasado glorioso. Es
curioso, porque La sonrisa vertical fue una propuesta marcada por Elogio de la madrastra, de Vargas Llosa; un libro que
como una colección de tarjetas ilustradas, es el canon que debía marcar el
curso de la literatura erótica como una estética suficiente y particular en ese
momento. En Sangre azul se encuentran
ecos y texturas de esa época grandiosa, desde la Rosario Castellanos hasta de
la antinovela francesa; no ya en la copia ociosa que hizo decaer a ese tiempo
en el mercantilismo, y ni siquiera sintetizado como el Faulkner del Realismo
Mágico; sino con esa suficiencia de la madurez original, que reclama un espacio
propio para ella entre los muy buenos de entonces.
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A diferencia de todos ellos, y como
en eslabón para los posteriores, en Valdés en general —y aquí en particular—
hay más mundo interior que interacción; de modo que la historia, aunque basada
en esta interacción, se dirige al modo en que se sedimenta como una
personalidad. Con un estilo denso que sorprende, Sangre azul tienta todos los bordes y se recrea en sentimientos
ambiguos; que hoy día ya no tienen el mismo dramatismo, perdida la misma
ambigüedad. Es por todo eso una novela extraña, nuevamente sorprendente y hace
añorar aquella literatura; pero por lo mismo, quien quiera leerla debe hacerlo
sobre aviso, como quien va a un culto un poco freak, no como tomando un helado.
Con una trama más bien lineal, la
prosa es sin embargo circular y densa, cerrada en imágenes concéntricas y de
belleza exhibicionista; es en esa familiaridad con la poesía que recuerda los
experimentos de la antinovela francesa, con un como dejo de Nerval y Valery. La
mención de Nerval no es gratuita, sino que explica la contradicción de esta
novela en los derroteros de un concurso de literatura erótica; porque Sangre azul no es una novela erótica
sino simbolista, aunque ese simbolismo radique en una sexualidad profusa. La
diferencia puede parecer sutil, pero se entiende si se observa la ausencia de
pasajes estrictamente sensuales; en cambio, esa profusa sexualidad se expresa
en imágenes complejas y densas, a veces incluso abstrusas; incluso en los
momentos más descriptivos, y aunque la autora utilice todos los términos
relativos al sexo.
Aunque la predicción es la forma más
garantizada del ridículo, tienta la pregunta de qué pasará cuando se calmen las
aguas de la literatura cubana; dígase, lo que será Sangre azul a esa tradición de
la literatura cubana contemporánea, que va de Carpentier a Cabrera Infante. Queda
la salvedad de que esa calma sea siquiera posible o tenga sentido,
condicionando ese destino; teniendo en cuenta que esa cúspide anterior puede
haber sido la que culmine la evolución del arte en su función propia.