Tuesday, April 21, 2020

De la Cultura Cubana


Una joven negra camina con el escritor negro Manuel Granados por una callejuela de la Habana Vieja, en una noche de luna llena; la joven entorna los ojos y suspira con ensoñación “Te imaginas, Manuel —dijo—, tú y yo, en esta hermosa ciudad, en el siglo XVIII o el XIX”; “Sí —responde él con desdén—, tú estarías cocinando o lavando para tus amos y yo cimarroneando, pues no soporto la esclavitud”. Igual que esa joven negra, la cultura cubana tiende al autoengaño pertinaz, y a perderse en la mitología común y pobre; todos los escritores cubanos reconocen la decadencia de la literatura contemporánea, mas no en la pequeñez de la literatura cubana. 
La ruptura que significó el triunfo revolucionario de 1959 es un desgarrón profundo y eficaz; pero semejante enormidad carece de significado real para los intelectuales cubanos, que asumen alguna continuidad de la tradición. Hay una conjunción funesta por lo inevitable y sus consecuencias, la de una juventud talentosa y vanguardista con el espíritu revolucionario y su estética; que era legítima, pero moldeó las nuevas instituciones con el perfil policíaco de los comisarios, clientelistas como en el capitalismo pero mediocres. 
Marx criticó el carácter utópico de las teorías sociales, encandiló y aún encandila al mundo con el furor profético de su discurso; es como San Pablo apocalíptico ante el estupor y la doblez de Pedro, que todo se lo tomó con mayor calma y pragmatismo. Así se unieron en una sola generación la soberbia y el oportunismo, y se acabó con el arte; y no sólo eso, sino también con la posibilidad de recuperación, porque el daño fue estructural, profundo, se lo infligieron a sí mismos. 
Esa generación creó adefesios como los talleres literarios y el concepto imposible del asere intelectual; atacó al grupo editorial El Puente y fue el grupo editorial El Puente, atacó a Lunes de Revolución y fue Lunes de Revolución; también Pensamiento Crítico y su víctima, todos iconos de la época y en ello capaces de exlicarla. No se trata de si la tradición cubana es más o menos extensa, valiosa y prestigiosa, probablemente lo sea; pero los funcionarios que se comisionaron, de sólida formación, identificaron la arrogancia de su snobismo con las necesidades políticas de un utopismo bárbaro. 
No se trata tampoco de las mezquindades con que cada quien integró la infraestructura, impenetrable de otro modo; es que imperceptiblemente dieron forma a ese realismo seco y naturalista, que se enseñorea insobornable, destrozando las prosas. El estilo, proveniente del apogeo literario francés, es tan legítimo y suficiente como cualquier otro estilo; pero cuando su austeridad tomó visos de trascendencia y se hizo no ya naturalista sino natural como la fe, quebró con su fuerza la fragilidad de la literatura. 
Un ejemplo de esa crisis sería la simplicidad sintáctica, con la que ese realismo naturalista rehuye las fabricaciones complejas; pero si la complejdad gramatical acude gozosa a la edad de las lenguas, es porque facilita la sutileza en que éstas se hacen más eficientes y expresivas. No es un fenómeno positivo sino bastante subjetivo, y por eso carece de racionalidad evidente; pero esa dificultad no es propia del arte; y evitar la complejidad sintáctica es entonces como retornar a los mugidos entrecortados del protolenguaje.
En eso consiste la disolución torpe del arte, en una realidad que se niega a la perspectiva sutil y la fábrica inteligente; cuando el hombre fue así de simple era como la bestia, y su entorno era igualmente adverso para ambos; cuando el esplendor del período minoico se perdió así, fue sólo por el alfabeto que comerciaron los fenicios que se conoció la epopeya clásica, la cólera increíble de Aquiles. Ya no es posible trazar coordenadas sutiles y complejas, como las que separan a Carpentier y Lezama Lima, Piñera y Cabrera Infante; la curva está trazada, pero es entre Orígenes, en la que colaborara Macedonio Fernández, y El Caimán Barbudo, y el abismo es espeluznante. 

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