Monday, June 28, 2021

Invitación al texto, para Miguel Ruiz

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Jorge Luis Borges, el argentino áureo, se preciaba más de los libros que había leído que de los que hubiera escrito; sentando con el alarde de modestia una nueva piedad, en ese culto libresco que es la modernidad. No es que le faltara razón o sentido, en la crítica a ese exhibicionismo que lastra a los intelectuales; porque no debe olvidarse nunca, ya no es la modernidad sino la postmodernidad, y es por tanto la ruina de ese esplendor.

También, por ejemplo, dijo que leer era una suerte de felicidad, y nadie puede ser forzado a la felicidad; revela ese sentido del argentino, en la felicidad de leer y escribir, misteriosos en su grandeza. Leer y escribir son actos continuos en la base de la cultura desde la antigüedad, sólo viciados por la modernidad; y por eso, la alusión borgiana a la felicidad no es gratuita, sino por la necesidad que satisfacen en su utilidad.

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En efecto, el acto continuo de leer y escribir es el factor que exponencia la inteligencia en su proyección formal; permitiendo la síntesis de conceptos cada vez más sutiles y complejos, de mayor alcance y —en ello— significado. Es también un proceso añadido de ralentización, que corrige epistemológicamente esos conceptos, expuestos a sus propias referencias; produciendo esa expansión constante del conocimiento en este desarrollo, hasta el nivel del concepto puro.

El problema al que apunta Borges con la piedad, es al vicio que ha corrompido estos actos básicos de la cultura; atribuyéndoles una carga de responsabilidad, que ahuyentaría a cualquier persona con algo de sentido común. Ni leer ni escribir deben ser actos responsables, porque es en la libertad y gratuidad que garantizan su eficiencia; otra cosa es adoctrinamiento, a lo que suelen reducirse los actos responsables en su mediocridad.

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Es la soberbia del magisterio lo que hace ridículo el exhibicionismo, no la utilidad del conocimiento exhibido; cuyo desarrollo deja esa huella de notas al margen, que se pueden compartir alegremente, en vez de la agresión desde los púlpitos. La más científico positiva de las tesis tiene un valor relativo, que se pierde cuando su mismo desarrollo termina por contradecirla; por lo que es vana —y paradójicamente soberbia— la modestia del que sabiendo inhibe ese conocimiento, ateniéndose al complejo ajeno.

Si la modestia del sabio inhibiera al necio tendría sentido, pero no es así y por tanto resulta contraproducente; porque en vez de compensar la vanidad e inconsistencia de los necios, desbalancea con su ausencia el precario equilibrio. Incluso para los afectados por dislexia es esta continuidad de leer y escribir beneficiosa, porque refrena el desboque de su inteligencia; obligándola a volver por esas sendas que no pudo disfrutar en su carrera veloz, y apreciarlas en la profundidad de un pensamiento más complejo y sutil.



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