Sunday, April 10, 2022

Mariana Grajales en la lateralidad política de Georgina Herrera

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Penúltimo sueño de Mariana es la única obra de teatro de Georgina Herrera, y no fue hecha para su representación; sino que solicitada por una investigadora de una universidad estadounidense, su fin era ser incluida en una antología. Es decir, la obra responde al mercantilismo académico norteamericano, que tiene características propias; y fue un esfuerzo demorado además, denotando cierta falta de interés real por la autora, que sólo contaba con experiencia dramatúrgica de radio, no teatro.

En cualquier caso, lo curioso es que el personaje escogido por Herrera fuera precisamente el de Mariana Grajales; que le es directamente antagónico, tanto en lo personal como en la proyección histórica; aunque entre ambas media el personaje de Fermina Lucumí, con el que sí se identifica la autora. Lo más probable es que Herrera no tuviera interés real en el personaje de Mariana Grajales, sino en la solicitud; como se vería en la falta de elementos dramáticos, mientras Fermina Lucumí sí resalta en profundidad incluso instrumental.

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De ahí que la obra se centre en el penúltimo sueño de Mariana, que es el drama de Fermina Lucumí, no de Grajales; mientras que su propia agonía se mantiene como un telón de fondo, destacado la ferocidad de la Lucumí. No obstante, y aunque la confluencia fuera forzada, la relación de Georgina con Mariana es interesante; ya que se trata de la reflexión de un arquetipo por otro, en el que uno es la heroína y la otra es su opuesto, directo y proporcional.

Para comenzar, Georgina Herrera se identifica con Fermina Lucumí, tanto como no con Mariana Grajales; el problema es que no hay mayor relación entre ellas, salvo la presencia recurrente de la Lucumí en los sueños de Mariana. Sin embargo, la Lucumí y la Grajales no comparten características, que es por lo que el papel de la última es pasivo; y la obra sólo se hace interesante por esa identidad de la autora con la coprotagonista, a través del avatar religioso de Yemallá.

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A saber, la figura de Yemallá es como una naturaleza que las acoge a todas, comenzando por Georgina Herrera; quien por su ascendencia familiar —en el pueblo de Jovellanos— se reconoce como hija de Yemallá, y atribuye el mismo vínculo a las otras dos. Lucumí de ese modo revela la personalidad de Georgina, como si se fuera otro poema en que repite el Elogio grande de sí misma; porque Herrera está enamorada de su propia rebeldía, siquiera en la sublimación en que puede hacerlo, dada su propia circunstancia.

Esto no da una función a su distanciamiento político, sino que sólo reconoce el alcance existencial de su reflexión; que siendo estética, se produce de forma lateral a los discursos convencionales, introduciendo sus recursos cosmológicos. Así, aunque desplazando esa figura de Mariana, la obra de todas formas aporta la ontología de Georgina Herrera; más auténtica por cuanto inconsciente, en el espectro hermenéutico que la alimenta, al margen de esas convenciones.

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En realidad, la fuerza política de Georgina Herrera radica en la estolidez del silencio, que le permitió permanecer; contrastando incluso con la figura diametralmente opuesta del padre de sus hijos, agotado en la violencia del sistema. El problema estaría en ese arquetipo clásico del heroísmo, que permea y vicia toda la historia nacional; desconociendo la compleja humanidad que sacrifica, excepto cuando esta la sabe esquivar con sabiduría y pragmatismo.

Esto es importante, porque es Grajales y no Lucumí la que se alza en el panteón, contra el que va Georgina; estableciendo la vida de los negros como un fenómeno paralelo a la nacional, que los desconoce. Fermina no muere por África ni por la libertad, sino por su libertad, concretada en su ascendencia africana; son dos cosas distintas marcando la frente de sus personalidades, que Georgina sólo muestra al juicio sabichoso del drama.

Como la introducción de los cabildos y no los palenques en su valor antropológico, los negros tienen una participación condicionada en la vida nacional; condenados al heroísmo, incluso si bruto y primitivo, con figuras como la de Quintín Banderas, y el burlesco de su “te ñamaba”. Cualquier otra actuación es sospechosa y se presta a la manipulación, como con Morúa Delgado; al que se desplaza en la tensión con Juan Gualberto Gómez, para arrojar la luz sobre el heroísmo clásico de Estenoz. Lo más probable es que Penúltimo sueño de Mariana quede como una transacción, que rozó el interés de Georgina; pero cobrando interés propio, por lo que revela de la proyección de esta en ese marasmo de su circunstancia política.


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