Sunday, April 3, 2022

Marooning, el cimarronaje en la apoteosis estética de Georgina Herrera

Siempre rebelde es la traducción al español de Always rebellious, el nombre en inglés de Cimarroneando; imposible saber por qué el título tiene esa innecesaria complejidad simbolista, y no la sonoridad del término exacto. En cualquier caso, es un libro que rompe con la poética de Georgina Herrera, incluso si su propia madurez derivaba en esa dirección; porque se trataba de un proceso, pero como un estado superpuesto, en que ella danzaba con su circunstancia, ya en la vejez y el retiro.

Eso es importante, porque se trata del viraje más drástico en su vida, que implicaba cierta irrelevancia profesional; como un obstáculo irremontable, para una persona que perdía el centro de su vida como dramaturga de radio. Eso, en medio de la crisis de la última década del siglo XX cubano, le habría abierto las puertas de la identidad; en una jugada que se prestaba de paso al mercantilismo académico norteamericano, en su tráfico de negritudes y populismos sociológicos.

Como singularidad, este era un caso consecuente, porque no era discursivo sino de profundo sentido existencial; no importa si complementado por el afán de exotismo folclórico de los blancos académicos, en su búsqueda de buenos salvajes. Se trataba del tráfico de los espejitos del favor institucional, por el dorado de una expresión auténtica; legitimada por su extracción humilde para el énfasis, y las propias necesidades y urgencias a satisfacer.

El núcleo de la poética está a salvo de esa circunstancia, y comunica otra legitimación  a ese desarrollo; pero esta propiciada por esa sed de mercados indígenas, en el populismo liberal al uso. Hay que trabajar entonces, para separar aquí el polvo de la paja, sobre todo cuando a veces el polvo es paja y viceversa; porque el cinismo de la transacción viabiliza la expresión pura, y la refuerza hasta con sus vicios de política.

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Desde el nombre, Cimarroneando muestra que se trata de una transacción impuesta en la circunstancia; no ya por el poco gusto del Siempre rebelde, sino por la nimiedad de no comenzar con la G, el sello de la autora. Argumento que se refuerza con la génesis del libro, en la edición artesanal de su núcleo primero, con el título de Gritos; de modo que se deja ver el carácter más o menos forzado, si bien con el consentimiento de la autora, pero todavía impuesto.

Todavía está el otro elemento, del desarrollo en paralelo de un proyecto puramente sentimental; de la mano del hijo (Gritos) con el amante eterno y fallecido como centro, titulado Girando sobre mí misma. El proyecto quedó detenido por la muerte, esperando un desarrollo póstumo con ilustraciones de ese amante; un conocido escultor cubano, famoso por su historias de Casanova, pero siempre vuelto al redil.

Es eso lo que deslegitima a Cimarroneando, como intento discursivo antes que reflexivo, que es lo propio de Herrera; en cuyo alcance existencial —no sociológico— afloraría lo mejor de su poética, en diálogo increíble con W.E.B. Du Bois. Como Du Bois, Hegel del negro, Herrera agradece el acercamiento del elitismo liberal al arte de los negros; pero como en él, este agradecimiento desconoce el comercialismo —bien que político y no económico — de este acercamiento.

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Eso es interesante, porque aún si ingenuo, muestra voluntad de inserción y desarrollo derivativo antes que confrontacional; la elusiva función característica con que lo negro puede impulsar la renovación de Occidente. Pero eso negro en tanto referencia antropológica (hermenéutica) y no política, al África como elemento integracional; y África —más que lo negro— era una presencia persistente en la poesía de Herrera, a través de su propio origen; como ese referente abstracto, pero sin eco en ese entorno social, poblado por su propia evolución humana, de GH a Gatos y liebres.

Incluso en este contacto con el interés académico norteamericano, lo negro sigue siendo africano y no cubano; algo que debería llamar la atención como autenticidad existencial, más que la frivolidad del discurso político. Esa es la insuficiencia de la constricción de su poética a las quejas de falsa humildad, en una mujer tan orgullosa; tanto que cuando no era esnob ya postulaba su identidad africana —más que negra— como propia de su singularidad estética.

Es ahí que resalta la coherencia, en relación con su poesía de tema no negro, coincidiendo en lo existencial; al postularla como reflexión trascendente, en lo que eso existencial adquiere este sentido ontológico. Eso es difícil de entender, cuando se trata de satisfacer una exigencia de mercado, no importa si académico; que es lo que hace tan sospechosos estos acercamientos, sobre todo en el recurrente origen étnico de sus promotores.


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