Thursday, December 15, 2022

Enrique Patterson y la soledad histórica II

Entre los problemas de la cultura negra, Patterson señala la imposibilidad de cultivar el pensamiento abstracto; refiriéndose con ello al desarrollo de una ilustración convencional, en los términos tradicionales de Occidente. El problema con este planteamiento es el exceso, y con ello las distorsiones que introduce inevitablemente; ya que esa tradición ilustrada convencional sería precisamente una de las falencias de Occidente, produciendo los problemas de su modernidad.

Esto probablemente se deba a la propia filiación del autor, miembro por derecho de la intelligentsia nacional; pero eso le haría participar justo de los mismos problemas que critica, en el uróboros de la cultura moderna. El mismo caso se vería en los Estados Unidos, con W.E.B. Du Bois, el ícono indiscutible de la ilustración negra; que terminaría confrontando todo desarrollo original de la negritud, subordinándolo a esa tradición liberal de Occidente.

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En realidad, la marginalidad de los negros habría impedido efectivamente ese cultivo de una ilustración convencional; pero no del pensamiento abstracto, porque esta facultad es propia del arte, del que la habría derivado la filosofía. Eso es lo que habría ocurrido en los inicios históricos de la cultura occidental, como principio todavía vigente; y será por esa característica que el arte retenga esta capacidad, como reserva que permite revolucionar las convenciones cognitivas.

De hecho, eso es lo que habría ocurrido a lo largo el racionalismo moderno, por su reducción inmanentista; compensada por esa capacidad trascendentalista del arte, que provee así una reflexión suficiente en su función existencial. Habría sido así que esa divergencia —entre el arte y la filosofía— incida en esta marginalidad del pensamiento negro; pero con la misma recurrencia sistemática de los místicos ante el dogmatismo escolástico, y del irracionalismo (alemán) contra el racionalismo (francés); mediados estos, curiosamente, por la derivación inglesa del simbolismo, cuya mejor virtud sería el non-sense.

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Es eso, por tanto lo que explica el esfuerzo de Senghor por crear una filosofía africana, centrada en el arte; frustrada por su misma subordinación a la tradición liberal, al acudir a esta para su legitimación, en el convencionalismo. Esa dinámica es la que preside sobre el Orfeo negro, el prólogo de esa tradición (Sartre) sobre ese arte —de Senghor en la Antología de la poesía negra y malgache—; como la misma convencionalidad que critica Patterson, cuando resiente el paternalismo innegable de la ilustración cubana.

La soledad histórica puede devenir así en ese impase histórico, en que el negro cubano se vuelca sobre sí mismo; un momento dramático, como el del Nuevo Negro que diera inicio al Renacimiento de Harlem, esta vez desde Miami; y desde el que retomar la tradición truncada en 1959, cuando el patético gesto de Walterio Carbonell a la revolución. Ese es el contraste entre estos dos esfuerzos, como la voluntad genuina del primero, tratando de establecer el mito fundacional; y la dignidad del segundo, recogiendo sus fueros ante el desdén hipócrita de esa especialización racializada de Occidente.

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Para eso, no obstante, el negro cubano tendría que dejar de desear el juguete del niño blanco, y descubrir su libertad; que construyendo sus propios instrumentos directamente del barro de la realidad, provea otros regocijos que los ya conocidos. Eso exige confianza y fe, pero estos son inevitables en la madurez que contiene la mirada crítica de este libro; en realidad, esa imposibilidad primera sólo habría establecido la marginalidad del negro, desde la que puede proyectarse en un liberalismo nuevo y efectivo.

Se trata de que, por las leyes mismas de la dialéctica, la tradición liberal deviene inevitablemente neo conservadora; estableciendo su propia proyección como el nuevo canon político, con su propio espectro hermenéutico como ideología. Es en ello que le resulte natural la subordinación de todas las sub estructuras de la sociedad, en tanto propias de esta; y que sólo las originalmente marginales tengan entonces la capacidad de complementación, como regalo mejor de lo negro a Occidente, en su nueva intelectualidad.


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