Monday, December 19, 2022

Enrique Patterson y la soledad histórica IV (Final)

“El negro es (… ) una identidad nueva, en el marco de una situación impuesta con los retazos de una identidad tachada” [p 182]. Cuando en la soledad histórica Patterson postula esta realidad, está hablando de un acto de violencia existencial; pero más o menos como todo parto, en el que se trae a una persona —con personalidad informe— al mundo, sin contar con su voluntad. El hecho concreto es que a partir de ahí la persona existe, y por ello recorre el agónico camino de su existencia; eventualmente —si tiene suerte— madura, y aún joven tiene que asumir responsabilidades inevitables, que nunca pidió.

En una alegoría más o menos desagradable, esto puede explicar la situación no tan agradable del negro cubano; aunque estancado —porque todo proceso es peculiar y tiene su tempo— en la adolescencia, desde la que reclama por la torpeza de sus poco amorosos padres.  Hay que partir de un hecho concreto, y es que La soledad histórica tiene alcances filosóficos pero no es filosofía; le falta la propuesta ontológica, como le faltó a Sócrates, que es sólo la base de Platón.

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El marxismo también carece de ontología, pero se apropia funcionalmente de la kantiano hegeliana; no es el caso de Patterson, reduciéndose a un principio mayéutico, en que cuestiona la tradición anterior. Ese esfuerzo es menos glamoroso, como el de los matemáticos sobre los que Newton revolucionó las ciencias; o el mismo Sócrates, que sólo pervive en la interpretación platónica, y alguna otra referencia bajo la historia de Occidente.

Sin Sócrates Platón habría carecido de referencias, y sin matemática Newton no habría podido hacer sus cálculos; de modo que el problema aquí sería dejar de querer hacer filosofía, y asumirla efectivamente, como objeto final y definitivo. En este sentido, El lugar del otro funciona como una ontología negativa, describiendo las determinaciones políticas del Ser nacional; sólo que está demasiado condicionada por su inmanentismo excesivo, partiendo de esa condición del Ser nacional y su naturaleza política.

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El problema ahí sería que no plantea —ni se interesa en— una comprensión del Ser como ser, sólo en su dificultad; de la que resulta negativa, como aplicación en definitiva del principio ontológico, pero en este sentido negativo. Como insuficiencia, eso se debería sólo al desinterés en una teoría de este tipo, lo cual es muy legítimo; aunque también, con toda esa legitimidad, lo limita a la insuficiencia del mero alcance filosófico.

Esto, como dificultad, es comprensible, el autor no solo es solo un profesor de filosofía en vez de un filósofo; sino que además lo fue en el contexto hiper dogmático del marxismo cubano, que es lo que la catequesis a la teología. Esto conlleva a reducciones excesivas, como atribuir la práctica religiosa a una necesidad de acompañamiento; que ya pasa de lo psicológico a lo literario, sin una explicación a tan extraño vínculo, en el trabajo que da título al libro.

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Por el contexto, esto puede pasar desapercibido, pero no a la argumentación minuciosa que exige como exceso; pues la religión, desde la mera práctica a su institucionalidad política, admite explicaciones más simples y eficaces (Occan’s razor). Entre estas, por ejemplo, la simple sistematización del conjunto de determinaciones trascendentes de lo real; sujetas para su comprensión a la naturaleza representacional del pensamiento, como práctica propia de la cultura.

A la afirmación le surge entonces la pregunta —igual de apodíctica— de por qué necesitan compañía los hombres; sobre todo, qué relación tiene eso con el proceso de que “sus relaciones son más complejas”. La idea misma de La soledad es una intuición interesante como principio ontológico, pero demasiado literaria; precisaría un tratamiento más objetivo y lógico, incluso si debe recurrir a toda la complejidad sintáctica que admita el español.

Para esto, el autor podría  desentenderse de las reducciones típicas, en que la dialéctica deviene mera contradicción; debidas a la incomprensión primera del maniqueísmo de las tradiciones dualistas, en el rigorismo moral judaico. La postmodernidad, como superación definitiva de la apoteosis moderna, ofrece esta oportunidad de desarrollo; y nadie mejor equipado para ello que el negro cubano, con su acceso directo a una cosmología (hermenéutica) activa, en la práctica popular.


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