Saturday, December 31, 2022

El enigma Ratzinger

La elección de Benedicto XVI el 2005 fue sorpresiva por más de una razón, pero la mayor fue su papabilidad; es decir, la posibilidad misma de ser elegido papa, que hace a los cardenales susceptibles a presiones extra eclesiásticas. Por supuesto, ni el más modesto cura de pueblo es invulnerable a las presiones extra eclesiásticas; pero la tradición idealista que mueve a Occidente insiste en su ética de base abstracta, y así le va.

Lo cierto es que, aparte de su conservadurismo —más visible que efectivo— el cardenal Ratzinger era una garantía; pero no de probidad —tampoco nadie esperaba eso— sino de tiempo y compromiso, en una época álgida y peligrosa. Ese debe haber sido el argumento capaz de ganar al jerarca, que disfrutaba del inmenso poder tras el trono; y que tenía suficiente experiencia como para saber que la cátedra de San Pedro es un símbolo, pero no tiene poder real.

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Los papas, como los presidentes de los países, son elegidos entre una aristocracia tradicional y establecida; que no será guerrera como la medieval, pero que su especialidad política prepara como pura burocracia. Son siempre los intereses externos los que guían esas elecciones, moviendo alfiles, torres y caballos, aparte de peones; y habría sido el estancamiento de esos intereses, en sus propias contradicciones, lo que habría exigido el compromiso de Ratzinger.

Un estancamiento que se refería a la organización política del mundo, con China como carta triunfal del corporativismo; teniendo que contrarrestar el triunfalismo pro capitalista, que prevaleció en la Guerra Fría, como escenario de esta reorganización. La soberbia intelectualista de este elitismo sería lo que llevara al fracaso de Hillary Clinton en Estados Unidos; pero no cuando la debacle con Trump, sino mucho antes, cuando la sonrisa hipócrita de Obama le quitó la nominación, en el 2008.

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Esa era la situación tras la muerte de Juan Pablo II (2005), sentada con la transición mediocre de Clinton a Busch (2009); en un impase que retenía mucho del triunfalismo liberal, sobre los hombros del corporativismo económico. Ratzinger era entonces la única solución, en el sentido de ganar tiempo para una compleja negociación; en la que quedara claro que cualquier avance de la izquierda quedaba condicionado por las posibilidades de la derecha.

En definitiva, lo que es triste es que el mundo sea un tablero de ajedrez, resuelto en la alternancia bicolor; por la que todas las piezas juegan el mismo papel de funcionarios mediocres, no importa ni el color ni la posición. Las únicas manos que importan son las que juegan, no sus piezas primorosamente modeladas y sin manos; como la razón por la que el emérito pasará a la historia como un funcionarillo mediocre, sin siquiera e esplendor de su cátedra.


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