Wednesday, December 14, 2022

Enrique Patterson y la soledad histórica I

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Borges achacaba la superioridad del Quijote a su capacidad para superar las falaces traducciones y la peor edición; y ese es el caso de este libro, que impone su belleza a una edición desastrosa, mereciendo mejor destino que el de su contexto. La soledad histórica tiene la extraña eficacia de su ambigüedad estilística, entre el ensayo filosófico y el literario; requiriendo así, para completarse, un lector inteligente, como los que dejaron de producirse con el tercer cuarto del siglo XX.

Ese es el problema y la virtud de este libro, que rezuma inteligencia e imaginación en su poder; confirmando lo que prometía el autor con snobismo, ahora todo en un libro, como contundente realidad. El volumen resulta extemporáneo, descubriendo ese tipo ya pasado de preciosa intelectualidad; pero gracias a eso consigue un nivel de síntesis, que le permite jugar con los elementos de la cultura cubana, como en un cubo de Rubik.

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El libro se ha presentado como un ensayo sobre la negritud, pero esa descripción es un slogan comercial; es, mejor que eso, una serie de ensayos literarios con densidad filosófica, sobre los mil temas que hacen a la cultura. De ahí esa inteligencia profunda con que se acerca a sus objetos, entre los que destaca el problema racial; pero solo entre otros, y cada uno de estos desarrollando un universo epistemológico, capaz de cubrir el conjunto móvil y general de la cultura.

En ese rosario, actualiza el caso Padilla con una frescura singular, desmenuzándolo en una exégesis concienzuda; y se atreve con el buda incomprensible de nuestra literatura, José Lezama Lima, al que revela y contextualiza con gracia. Por supuesto, su objeto central es ese de la soledad histórica del negro cubano, que da título al libro; consiguiendo exponerlo en toda su complejidad política, aunque no llegue a percibirlo en su poder ontológico. Eso no es grave, primero hay que ser negro para llegar a pensar como negro, en la madurez del proceso; y esta conciencia de negritud sólo la brinda el contraste ríspido con el entorno, que justifica la singularidad.

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En la contraportada, Carlos Moore vincula este libro al esfuerzo de Walterio Carbonell, con su mitología fundacional; pero es mejor que eso, incluso por la falta de un propósito desmesurado como ese mito que perseguía Carbonell. Quizás, esto de Moore se deba al mimetismo convencional, que reproduce el ilustracionismo seudo humanista blanco; pero esa sería precisamente la falencia del Occidente cristiano, al que ofrecer el arcoíris (Depestre) de la reconvención.

Ese esfuerzo, comenzado por Depestre con la Negritude, es el que puede culminar Patterson en este gesto; estableciendo una primera síntesis, como culmen de la tradición efectiva de pensamiento negro en Cuba. Entre los logros de este libro en ese sentido, sobresale la crítica del primer Fernando Ortiz; que como fundamento —todavía vigente— de la antropología nacional, no permite la superación del paternalismo ilustrado.

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La detención pormenorizada —con una nota marginal— en el criterio de Ortiz es aquí más pertinente que osada; porque aunque no avanza una antropología propiamente negra, sí prepara las bases para su desarrollo efectivo. Su error en este sentido, sería el de enzarzarse en una justificación de los elementos a los que se ha reducido lo negro; que siendo moral revela su futilidad, como un rezago del de cualquier modo comprensible —pero improductivo— resentimiento

Así, sobre los problemas del pensamiento en Cuba, Patterson cumple la función que Sócrates —no Platón— en Grecia; y que es resumir, en una sistematización negativa, toda esa tradición, para fundar e impulsar el nuevo desarrollo. Con eso, sin proponérselo quizás por el enormismo, supera aquel esfuerzo de Carbonell, ineficiente en la manipulación; porque no deteniéndose en la justificación histórica, apela a la lógica funcional de la estructura misma en que se organiza la cultura.

Quien no sepa cuán importante es eso, válgale saber que esta es la sociedad como el conjunto de relaciones políticas; y que esta es a su vez la misma realidad en cuanto humana, emergiendo de ese amasijo de determinaciones. El libro, en esta densidad, merece una segunda vida, que en formato electrónico lo haga más visible y útil en la visibilidad; sobre todo porque toda esa densidad está naturalmente dirigida —por difícil que sea— a la cultura popular, no al convencionalismo moral académico.

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