Saturday, March 21, 2015

Del irracionalisno alemán

Por Ignacio T. Granados Herrera

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Hay un par de curiosidades respecto al irracionalisno alemán, y la primera es su carácter no filosófico sino estético; es decir, complemento antes que contradicción del mismo espíritu humanista que se desarrolla en Francia e Inglaterra. De hecho, esta estética alemana era crítica del racionalismo, pero no lo era irracionalmente sino al contrario; por lo que en realidad se trataba de una intuición necesariamente inmadura aún, acerca de la insuficiencia del reduccionismo racionalista. Bien es cierto que todo el dibujo responde a un acomodo político de la cultura, ya desde que los alemanes se dan al irracionalisno como un problema de identidad; pero no es menos cierto que la Galia soberbia estaba punto menos que insoportable, desde que el mismísimo Descartes se deslindara en contra del de Estagiria en su platonismo. El mismo caso de la filosofía alemana iría en una dirección divergente de ese racionalismo moderno, en una comprensión de lo real por su trascendencia y no por su inmanencia; y eso gracias a la sensibilidad desarrollada por su cultura, tan susceptible a lo trascendente, justo en la primariez de su tradicionalismo.

De ahí la otra paradoja, de que la gran protesta contra el Neoclasicismo por parte de los románticos franceses derive de lo que sería un clasicismo propia y exclusivamente alemán; como una danza en la que también participa el álgido clima cultural del cristianismo europeo, entre el catolicismo francés —ya a la defensiva—, la agresividad protestante alemana y la cautela con que negocian las confesiones intermedias; en el sentido de que el racionalismo desarrolla un carácter militante e ideológico que mantiene hasta hoy día, pero que no le permite cuiajar en la cultura popular sino sólo como especialidad de una élite definida por sus intereses políticos. En todo caso, la defensa del sentimiento en que se basa el irracionalismo alemán sería una propuesta antropomorfista, para la compresión de las determinaciones trascendentes de la realidad por su dramatismo como dialéctica; que se habrían hecho paulatinamente incomprensibles, proporcionalmente al inmanentismo implícito —pero de valor político— al auge racionalista; como un encarnizado encuentro desatado en la antigua Jonia, como remedo consecuente que repite la protesta de los titanes contra la prepotencia olímpica desde la profundidad del Tártaro.

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