Del irracionalisno alemán
Por Ignacio T. Granados Herrera
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Hay un par de
curiosidades respecto al irracionalisno alemán, y la primera es su carácter no
filosófico sino estético; es decir, complemento antes que contradicción del
mismo espíritu humanista que se desarrolla en Francia e Inglaterra. De hecho,
esta estética alemana era crítica del racionalismo, pero no lo era
irracionalmente sino al contrario; por lo que en realidad se trataba de una
intuición necesariamente inmadura aún, acerca de la insuficiencia del
reduccionismo racionalista. Bien es cierto que todo el dibujo responde a un
acomodo político de la cultura, ya desde que los alemanes se dan al irracionalisno
como un problema de identidad; pero no es menos cierto que la Galia soberbia
estaba punto menos que insoportable, desde que el mismísimo Descartes se
deslindara en contra del de Estagiria en su platonismo. El mismo caso de la
filosofía alemana iría en una dirección divergente de ese racionalismo moderno,
en una comprensión de lo real por su trascendencia y no por su inmanencia; y
eso gracias a la sensibilidad desarrollada por su cultura, tan susceptible a lo
trascendente, justo en la primariez de su tradicionalismo.
De ahí la otra
paradoja, de que la gran protesta contra el Neoclasicismo por parte de los
románticos franceses derive de lo que sería un clasicismo propia y
exclusivamente alemán;
como una danza en la que también participa el álgido clima cultural del
cristianismo europeo, entre el catolicismo francés —ya a la defensiva—, la
agresividad protestante alemana y la cautela con que negocian las confesiones
intermedias; en el sentido de que el racionalismo desarrolla un carácter
militante e ideológico que mantiene hasta hoy día, pero que no le permite
cuiajar en la cultura popular sino sólo como especialidad de una élite definida
por sus intereses políticos. En todo caso, la defensa del sentimiento en que se
basa el irracionalismo alemán sería una propuesta antropomorfista, para la
compresión de las determinaciones trascendentes de la realidad por su
dramatismo como dialéctica; que se habrían hecho paulatinamente
incomprensibles, proporcionalmente al inmanentismo implícito —pero de valor
político— al auge racionalista; como un encarnizado encuentro desatado en la
antigua Jonia, como remedo consecuente que repite la protesta de los titanes
contra la prepotencia olímpica desde la profundidad del Tártaro.
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