Acerca de la novela latinoamericana
Por Ignacio T. Granados Herrera
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La crítica literaria suele suplir su falta
recurrente de objeto con propuestas vagas, como esa de la existencia de una
novela específicamente latinoamericana; en una preocupación más propia de la
violencia y el cinismo economicista de la academia norteamericana que del tenue
humanismo europeo, pero por lo mismo más apremiante. Ya es habitual esa
tendencia del intelectualismo académico norteamericano a temas con que
mediatizar la realidad, incluso si esa realidad es la de la ficción literaria;
que como toda otra extensión, ha de someterse al arbitrio y clasificación,
justificando sabáticos, sueldos y especializaciones. Lo cierto es que siendo
Latinoamérica una extensión de Occidente ha de tener perfil propio, pero es
difícil que supla una forma ya innecesaria; como esa de la novela moderna,
agotada entre la nueva novela francesa y el realismo crítico —que es también
francés—, que maduran en la excelencia narrativa norteamericana.
De cierto, Latinoamérica tiene perfil propio
desde mucho antes de que Faulkner trazara los rasgos maestros del sur
estadounidense; y aun así es difícil desprender una escritura absolutamente
original latinoamericana, incluso si se acude a los monumentos que
supuestamente la iniciaran en la épica del Espejo de paciencia y la Tula
(Cuba), el Inca Garcilaso (Chile), o Sor Juana Inés de la Cruz
(México). En
cada una de estas la derivación no radicaría en la forma —que respondería a la
tradición más estrictamente europea— sino en algún giro idiomático o algún
exotismo objetual; pero nunca en unos objetos dramáticos propios, que así
habrían determinado en su originalidad estructural una forma novísima y
exclusiva de esas tierras, que no habrían podido intercambiar sus autores con
la maternal Europa. En ese sentido, el verdadero monumento a una
literatura latinoamericana podría residir en La historia verdadera de la
conquista de Nueva España (Bernal Díaz del Castillo) y su drama arquetípico de
la Malinche; que subsistiría hasta en el ciclo literario de la revolución
mexicana, como un engarce con la Historia de la nueva España de Fray Bartolomé
de las Casas, y ese drama suyo de indios con el que justificar la importación
de negros y la codicia holandesa; o más adelante aún el Diario de Campaña, en
el que el cubano José Martí se sueña modernistamente general épico y muere en
una apoteosis que elevará lo literario a esos niveles místicos en que la patria
es un misterio seudo religioso.Más libros en kindle |
Menos glamorosa, y en ello más creíble, esta
literatura latinoamericana sería lo que encuentre su madurez precisamente en la
traducción de Faulkner que hiciera el magíster de la Plata; Borges, que cambia
la dramaturgia de Las palmeras salvajes para imponerle una lógica extraña
(¿redeterminación?) al crudo pragmatismo moderno del norteamericano. En
últimas, podría concluirse con más lógica también que la literatura de latinoamericana
yace en las actas de los tribunales de Indias; de donde podrían haberla sacado
sus escritores, como Tolstoi y Balzac con las suyas, pero no lo hicieron.
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