Interestellar (La película)
Por Ignacio T. Granados Herrera
El
sentido común reza que cuando usted quiere ser una cosa sencillamente es porque
no lo es, y en esa obviedad reside la frustración de Interestelar; un filme que
se viene anunciando desde hace rato con vastos presupuestos y un elenco que de
icónico sólo tiene los coprotagónicos, así como cuenta con el renovado interés
público por las ciencias. Por orden, el estelar de Matthew McConaughey es frustrante,
pues eleva las expectativas para luego acabar con ellas; es decir, parecía que
iba a ser reivindicado de esos papeles habituales suyos como héroe de comedia
de situaciones con un dramático de peso, que sin embargo termina perdiendo la
espectacularidad dramática en el efectismo de Hollywood. De hecho, ese sería
todo y el grave problema de la película, su efectismo recurrente, devaluando
desde el mismo inicio de las pretensiones de trascendencia estética; porque,
aludiendo a eso de que se quiere ser lo que no se es, la película cae en
intertextualidades de homenaje con la soberbia Solaris del cine ruso y 2001 una
odisea del espacio de Stanley Kubrick; pero sin que Christopher Nolan se
acerque ni a las mil leguas de Andrei Tarskovsky ni a la compleja gracia de
Stanley Kubrick, no importa los escenarios grandiosos que se gasta en el
intento; y de hecho, el pobre Nolan no se acerca ni a sí mismo, comparado con
la riqueza y la complejidad que lograra con Incepción, en la que podía integrar
menos ofensivamente la fatuidad del Thriller hollywoodense.
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El
elenco en general no es extraordinario sino que calza la mediocridad
McConaughey con la ganancia segura de Michael Caine y una bien cotizada Anne
Hathaway; y el resto de las actuaciones van de decente a buena, y eventualmente
muy buena, excepto por ese tic que hace al McConaughey más predecible que la
pronunciación de su apellido. El drama es bastante forzado con sus pretensiones
filosóficamente existenciales, lo que no sería grave en principio; pero
pretende explotar esa vastedad de sus escenarios en el mismo sentido que lo
hicieran Kubrick y Tarskovsky —que es de lo que resulta el homenaje y el
intertexto—, para terminar como una fábula lacrimógena sobre el poder redentor
del amor. Justo por eso se atreve a distorsiones que lo afectan en su
dramaturgia, en un esfuerzo por explotar el sentido dramático de la paradoja; que
fue más efectivo en Incepción, puede que por su naturaleza geométrica y
desinteresada en el alambique de un existencialismo redentorista. Grave
entonces lo que pretendió graciosa paradoja, como el juego burdo del nudo
espacio temporal que se crea a sí mismo; planteando una realidad paralela sin
causa probable, con la peculiaridad en contra de que no tiene asidero lógico. A
partir de ahí, se trata entonces de un mero derroche de capitales del que sólo
se puede permitir el Hollywood que cree que todo es escenario; arrastrando
tanto talento al despilfarro en una mega producción que seguro que los
participantes esconderán de sus currículos con la excepción de McConaughey
—claro—, que es más predecible que la pronunciación de su apellido.
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