Sunday, June 14, 2015

Del arte postmoderno

Por Ignacio T. Granados Herrera
Del griego Tekné, Arte querrá decir técnica, y todo lo demás sería una nota al margen; pero la reducción de eso al mero virtuosismo formal —como hace la crítica postmoderna— es o sería una falacia, porque la tecnología no tiene su sentido nunca en sí misma; sino que lo tendría en el objeto que la refleja, y del que es por tanto una cualidad propia. De hecho, la técnica no es un objeto concreto sino abstracto, refiriéndose al conjunto de principios por el cual se crea el objeto; que sería por lo que se trate de una cualidad, que así sólo puede ser aprehendida a través de ese objeto que la refleja, como propiedad a su vez del sujeto del mismo. 

De ahí que el desdén antiformalista sea contraproducente, ya que la forma es el vehículo de expresión del contenido; es decir, es intrínseca al objeto como determinación de su materia, no importa la naturaleza de que participe. Quizás la mejor prueba sea la paradoja señalada por Octavio Paz en su prólogo a la antología poética Poesía en movimiento, y que es uno de los mejores tratados de estética moderna; cuando afirma, al margen de todo teoricismo escolástico, que la destrucción de las formas —en Pablo Picasso— era su mejor exaltación (¿decontructivismo?); lo que se podría ilustrar con el cuadro del violín, pero más que como teorema en la denuncia puntual de ese fraude en que ha devenido el arte contemporáneo, con la excusa débil de un subjetivismo imposible al valor transaccional (económico) de la cultura; que es cierto incluso si se camufla en la institucionalidad que respalda al arte postmoderno, en esa red de universidades y museos que lo que hacen es manipular al mercado con la redeterminación artificial de sus referencias teóricas.

Quedaría claro con eso que Picasso es un genio, pero difícilmente lo será Dalí, cuyos guiños con relojes derretidos se reducirían a sombras chinescas; sus animales de patas desmesuradas carecen de toda implicación metafísica, sus rompecabezas apelan al más recto sentido, y con una factura notable dentro de lo convencional se caracterizan por la agudeza mercantil, pero no por la genialidad intelectual. Al final, iría siendo hora de enterarse de que los grupos tienen valor político incluso si su perfil es estético, y se lideran según el carisma y ascendiente personal, no por parámetros de calidad; que aunque sean objetivos no dejan por eso de ser convencionales y relativos, asentados en se ascendiente de quien puede resultar una vedette en su vocación de liderazgo.

Curiosamente, mientras Picasso y Chirico militaban en cuanta vanguardia se les ponía enfrente, practicaban también cierto huraño solipsismo; que contrasta con la proyección gregaria de quienes terminarán como figuras de segundo orden, más conocidos por el divismo que por otros valores concretos. Nada de eso negaría valor al arte en tanto mercantil, si en definitiva el mercado es el que fija el nivel de realidad de fenómenos y objetos; que participan de la cultura como realidad de valor estrictamente humano justo por su valor transaccional, incluso si dicha transacción no es directamente monetaria sino política o referida al ego.
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