Wednesday, June 10, 2015

Leonardo Padura, premio Princesa de Asturias 2015!

Por Ignacio T. Granados
Foto: Café Fuerte
No importa las críticas que se le hagan por su literatura llorona, esta vez hay que felicitar a Leonardo Padura por alzarse con el premio Princesa de Asturias; primero porque no es poca cosa, y segundo por el sentido mismo de la distinción, que corona una tradición de fe y trabajo personal. También para comenzar, cualquier crítica de oportunismo al drama recurrente y de falso existencialismo de Padura es hipócrita; porque justo después de las grandes epopeyas antiguas —hace mucho tiempo—, lo único que da consistencia e impacto dramático a una obra es su consonancia con el entorno histórico; es decir, el difícil sentido de la oportunidad, con un fatalismo del que sólo se salva la pretensión del drama de ser metafísico, pero no el que se recrea en lo anecdótico. A la vez hay que reconocer que su literatura se resuelve muy bien, equilibrando la funcionalidad de la prosa —que no trascenderá por giros inusitados— con una magnífica dramaturgia; cuyo único fallo es el exceso lacrimógeno que lo hace falsamente existencial, en lo que por otra parte puede ser un virtuoso efecto teatral —cliché— si menos abusado, aunque pésimo en cinematografía.

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Sobre el premio mismo, significaría que —gustos aparte— Padura es de los pocos autores cubanos lo suficientemente maduro como para batirse solo en el ambiente desprotegido del mercado internacional; una cualidad que pocos autores cubanos pueden exhibir, justo por ese ambiente protegido del mercado nacional, que es la mejor ficción de esa literatura, más subvencionada que un estudiante con becas universitarias, y de un parasitismo atroz. Siempre al margen de gustos personales, Padura supo imponerse, incluso desde el margen; proviniendo del periodismo, como la mayoría de los autores contemporáneos de otra nacionalidad, y con una dramaturgia singular, de valor entonces crítico y vocación de futuro. El premio viene así a terminar con el excepcionalismo de la literatura cubana, más falso que ese existencialismo de Padura y más pernicioso también;  dejando claro que todo autor que se respete ha de enfrentarse al mundo en buena lid —Padura le narigueó el premio al notable Haruki Murakami—, lo mismo para perder dignamente que para triunfar en un mercado que no admite la dignidad, lo que es completamente secundario.

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Está claro que Padura optó desde un inicio por esta proyección, a diferencia del resto, que hasta en el supuesto exilio sigue optando por esa encerrona del mercado nacional con máscara de exterior; y le salió bien, supo hacerlo muy bien, como viene a corroborarlo este premio, uno de los más prestigiosos de su tipo. Este premio es también la prueba de que eltítulo en que quiere tener la sosa inconsistencia Paul Auster es muy poco afortunado, con lo bien que le quedan la más estridente de Pérez Reverte; lo que va quedando como esos vaivenes en que se desarrolla la veleidosa madurez, si en definitiva puede que aún no conozcamos su mejor literatura. Al fin y al cabo, El hombre que amaba los perros es un producto enteramente singular en su bibliografía, con la que comparte sólo el lacrimeo en forma tangencial; y cuyos pretensiones de epopeya histórica parece volver a explorar con Herejes —donde reaparece esa Incongruencia fatal de Mario Conde—, como pidiéndonos dos títulos más en el plazo para su mejor momento.

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