Parábola del fariseo y el publicano
Por Ignacio T. Granados Herrera
El poder obnubilante del ascetismo espiritual
es que te regala constante con la visión beatífica, que quizás ni sea tanto de
la grandeza de Dios como de la propia nimiedad; cuando descubres por ejemplo
que ser anti algo no es ser moralmente superior a ser ese algo, porque en
definitiva es un valor negativo. La misma necesidad de esclarecerlo en lo que
sólo se tomará como un ditirambo es parte de esa paradoja, que te sume en la
perplejidad de una visión estática; porque al ocurrir las cosas dentro de la
cultura como naturaleza artificial de lo humano, estas son así convencionales;
y su contradicción es simplemente funcional, como una derivación por la que
pueden seguirse desarrollando en esa convencionalidad.
Esta sería entonces la paradoja que explique la
parábola del fariseo y el publicano como una conseja bíblica efectiva; no como
un imposible valor moral, que permanece en la vacía perfección del fariseo,
sino en la mayor posibilidad del publicano de proyectarse funcionalmente dentro
de la estructura corporativa de la que participa. La oposición al
convencionalismo académico no es así moral, ni siquiera política; sino que es funcional, como otra
determinación, hasta probablemente mejor, de esa misma convención a la que
critica.
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