Thursday, June 4, 2015

El problema de Dios

Por Ignacio T. Granados Herrera
Impertérrito el teólogo se niega a la contradicción y se contradice, porque así son las paradojas del Dios que adora; no —repite—, Dios no puede no existir, y no es eso una negación de su omnipotencia. En efecto, no es gratuito que el problema de Dios perdiera relevancia; de hecho no fue nunca el problema de Dios, sino el de su comprensión por la soberbia que lo postulaba. La seguridad del teólogo descansa en la hierática belleza de la metafísica, que sin embargo camufla y no niega el drama en que se organizan las naturalezas; finta que pierde al teólogo, con la no vista obviedad de que el objeto de su meditación es sobrenatural. Nuevamente en efecto, la sobrenaturalidad de Dios es esa sobreposición en que es la determinación última y poderosa de lo natural; cómo entonces someterlo a esa regla que depende de él y no a la inversa, sólo por la necesidad de una lógica que desconoce en su potestad. La seguridad del teólogo es parmenídea, pero desconoce que el Ser al que se refiere no es al poder incomprendido de Dios; porque el Ser de Parménides, como el herácliteo, es uno de esos ensayos con los que el fisiologismo trató de contraer lo cognoscible a lo físico. 
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Claro que si impertérrito es el teólogo, impertérrita es también la hortera que llevando pan a la mesa del teólogo minuciosamente desconoce semejante complejidad; resaltando esa paradoja en que la divinidad se adensa en su propia trascendencia. Al final, la venganza de Zeus se diluye en la terquedad del fisiologista, que sirve sin embargo al teólogo para su adoración; mientras la hortera va a la misa por otro concepto más práctico y sutil en su utilitarismo, que en definitiva el problema de Dios es del teólogo y no de Dios. Al final, la sutileza que incomprende aunque intuye el teólogo sería el de esa misma suficiencia; tan magnífica y grandilocuente que no hay metáfora que la pueda contener, y que por tanto es el arrebato que sustrae a los místicos. Dios —ha susurrado el ángel al teólogo sin que este pueda entenderlo— puede no existir, su inmarcesible voluntad sin embargo es la de la existencia; que es por lo que lo que la ciencia comprende como imposibilidad lo es sólo en la voluntad misma de Dios, que cuando juega a contar los ángeles que cabe en un alfiler es un devastador de destinos por su apoteosis.

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