Useless: Machines for Dreaming, Thinking, and Seeing
Esta es una exposición del Bronx museum of arts, curada por el renombrado
Gerardo Mosquera; en la que recoge el trabajo de diversos artistas, algunos ya
conocidos y otros que se están dando justo a conocer, todos en ese contexto
ambiguo que es el arte contemporáneo. De hecho, más que la obviedad de
contemporáneo debería reconocerse en su propia naturaleza de arte conceptual;
sólo que eso podría desvirtuar la percepción con la discusión inútil —nunca
mejor dicho— de si es posible aún el arte conceptual o ya sería post-conceptual.
Hay un motivo para reconocerlo como conceptual de hecho, y es que no rebasa
nunca el planteamiento conceptualista; ni siquiera —lo que es digno de mención—
porque pone más atención que la habitual a los requerimientos formales de las
obras en cuestión. Más allá de eso, la exposición tiene un grave problema de
fondo, y es la recurrencia de su tema, que hace que las obras que recoge sean generalmente
predecibles; lo que ya es curioso, porque por una vez no se puede hacer leña de
ese árbol ya caído del arte, que en su contemporaneidad descree tanto de los
valores formales de lo que sólo es forma.
El problema con esta exposición entonces es el del conceptualismo en sí
mismo, en su alusión a principios abstractos; que en tanto mecánicos se vuelven
repetitivos y recurrentes, desvalorizando a la obra justo por afectarla en su
excepcionalidad. Es decir, más allá de la innegable calidad formal de estas
obras en general, son sencillamente predecibles; y lo son desde el concepto
mismo, que por recurrente ya cuenta hasta con entrada propia en Wikipedia y
hasta un canal de YouTube dedicado exclusivamente a la creación de ese tipo de
objetos. Tampoco es para extrañarse mucho, las exposiciones son como las
antología poéticas, quien quiere hace una; la relevancia, como en la literatura
contemporánea, no radica en el objeto mismo sino en las relaciones de quien
convoca.
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Como con las antologías, las piezas no son hechas para la exposición sino
recogidas por esta; alimentando esa persistente sospecha de si los curadores no
son en realidad artistas vicarios, que —a juzgar por los resultados— como los
vampiros viven de los artistas reales. En este caso se trata de Gerardo
Mosquera, quien con todo su prestigio no puede aportar la relevancia que
justifique el coste; aunque siempre queda la duda de si ese fue el sentido en
algún momento, o era la simple y continuada justificación de un estilo de vida,
como va siendo habitual.
Es una pena, pues de algún modo estas piezas son tan orgánicas y bien
concebidas en el contexto adecuado podrían replantearse el sentido del arte;
con esa disquisición sobre la elusiva consistencia de los fenómenos que siempre
propone todo conceptualismo. Especial mención merecen las fotos de José Iraola,
y los videos de Jairo González por una parte, y Peter Fischli y David Weiss por
otra; pero sin que se pueda obviar la mayoría de las piezas participantes, que pueden
alcanzar una complejidad inusitada.
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