¿Pesimismo político?
Textos filosóficos-III
Por Ignacio T. Granados Herrera
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El blanco y el negro son colores extremos de dudosa consistencia, pero si existe la gama de grises es porque tienen alguna; es decir, incluso si esa consistencia es sólo referencial, en todo caso alcanza para marcar el tono del objeto real. Es por eso que el maniqueísmo, aunque reductivo y excesivamente racional, tiene algún sentido; bien que sólo primario, como intuición y sensibilidad más que actitud práctica y puntual. De ahí, y del desequilibrio natural que marca los procesos de desarrollo, que toda posición esté más cerca de uno u otro espectro; siendo sumamente difícil la excelencia neutral del centro, que marcaría el equilibrio, no por gusto ideal.
En ese sentido, la subjetividad de una proyección no podría reducirse a un valor moral o ético; ya que se trataría sólo de una posición dada, igualmente válida según la función a que responde. En ese mismo sentido, es curioso que la proyección política tienda siempre al optimismo; pero no es extraño en absoluto, sino sólo curioso por su recurrencia, explicando su propia función. Igual con el escepticismo, que más correctamente podría comprenderse como determinismo; y que la manipulación intrínseca a lo político desdeña éticamente como fatalismo, desconociendo su naturaleza ontológica. Es decir, en definitiva, se trata de espectros distintos, y más complementarios que contrarios en su naturaleza; que se corregirían mutuamente, evitando los excesos en uno u otro sentido, para lograr el equilibro perfecto. Sólo que tratándose de una perfección, ya se sabe que es imposible a lo real, naturalmente desequilibrado; que es en lo que se mueve en desarrollo constante, para suplir progresivamente esa necesidad de estabilización.
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Está claro que el Ser político tenderá a proyectarse políticamente, en tanto es esta naturaleza la que lo realiza; pero el Ser político también está determinado ontológicamente, puesto que todo ser es la realización formal [política] de una hipóstasis o estructura interna, que es ontológica. De ahí que insistir en una sobreposición de lo político sobre lo ontológico sea obviamente reductivo, mas no en el sentido inverso; ya que en definitiva, la determinación ontológica alcanza la expresión formal de lo político, siquiera en la forma de sano escepticismo. El desconocimiento de esta determinación por la mera proyección política tiende a deformar la comprensión de estas determinaciones, con sus consiguientes y ya conocidos errores y excesos; el hecho de que sean ya conocidos de tan recurrentes, a estas alturas de la humanidad, permite la duda sobre la honestidad de dicha incomprensión, que al fin y al cabo la ignorancia culpable existe.
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