Sunday, July 1, 2012

La civilización de qué espectáculo

Todo conservador que se respete es por naturaleza crítico con su actualidad, pues eso es lo que lo define como conservador; y semejante perogrullada viene a cuento de la venerable altanería de Mario Vargas Llosa, y el despecho que rezuma con un título como La civilización del espectáculo. ¿Acaso toda civilización no ha sido un espectáculo?, ¿qué hay de nuevo en una crítica de la actualidad?; ese es el punto que lleva a plantearse si el drama verdadero de esta opinión de Vargas Llosa no está en el resabio de quien triunfó demasiado tarde, del último acróbata cuando se encuentra las gradas medio vacías. Vargas Llosa, vale decirlo, es toda una autoridad, y por eso lo que dice importa, pero independientemente de lo que diga; porque lo que importa en él es el cúmulo de referencias de primera mano que puede aportar, y una inteligencia privilegiada para ordenarlas y encontrarles o darles un sentido en ese ordenamiento.

Poniéndolo en perspectiva, la situación de Vargas Llosa es bastante precaria aunque parezca luminosa; como San Agustín cerró la patrística cristiana, el cierra la apoteosis de la Modernidad en literatura, sobre todo en lo que respecta a prestigio político. Vargas Llosa se forma en el mundo de los libros impresos, bastante misterioso para su entorno y aureolado por la fastuosidad de aquellas inteligencias fáusticas; su juventud como escritor conoció el éxito, cuando el éxito tenía sentido y era creíble, y como parte además de un género destinado a figurar en toda historia de la literatura contemporánea. No es poco codearse con honoré de Balzac, Víctor Hugo y Dostoievski, entre otros tantos muchos; no es poco gozar el golpe de adrenalina con que se cruzan las fronteras entre literatura y periodismo, y la escritura funcional es un atrevimiento joven y lleno de belleza; no es poco llegar a ser un clásico entre clásicos, y amonestar la corrupción política desde los pedestales marmóreos de la diosa Razón.
Lo que es triste es ser el último en conseguirlo, porque ya ocurrió el diluvio y se queda poco más o menos como mono de feria; porque resulta que la gente no se interesó más en los misterios literarios, sino que descubrieron que después de todo el misterio no es tan misterioso, y las profanaciones ocurren ya sin cuenta ni sonrojo. Con menos dignidad que San Agustín, Vargas Llosa protesta por el estropicio, como si él no hubiera contribuido al mismo. Ocurrió internet como el meteorito a los dinosaurios, y la gente puede entretenerse con sus propias banalidades en vez de pagar por las ajenas; cambió el mercado del libro, el capitalismo corporativo tiene pérdidas en la industria editorial, y bueno… los Honoris Causa ya son un relajito.

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