La paradoja del automatismo [Divertimento]
En la más memorable escena del filme Tiempos modernos
[Chaplin], la ingenua ironía protestaba contra el mecanicismo que vampiro
chupaba la vitalidad del hombre; es curioso que en defensa de esa misma
protesta se diera precisamente al automatismo surrealista, que apelaba a la
vitalidad de la naturaleza en su estado más bruto. Las paradojas así se unen
como el collar primoroso que un dios levemente amaricado se pone frente al
espejo de la naturaleza; y esta espejeante no sabe si se trata de una
determinación de a de veras o de un simple amago que la ensaya, y presta repite el
gesto y afecta a las innúmeras cosas. ¿A qué mecanicidad se refiere el filme si no
a la de Bretón con esa denuncia del embrutecimiento?, ¿pero qué postulaba
entonces Bretón, acaso esa misma bestialidad contra la que protesta?; más
podría asombrarse el incauto si supiera que los surrealistas podían ser
sencillamente bestiales y crueles, y que se coronaban de cínicos —pero de los
clásicos de Zenon— apostando por la autosuficiencia total que los animalizara.
Después de todo, la protesta del filme es humanista y no animal, confía en la
cultura y trata de preservarla; que es lo que no hace el Surrealismo, por más
que se postula también como humanista, incluso más eficaz en ese humanismo
suyo.
Es probable que en esa paradoja la consistencia la retenga
el Surrealismo, precisamente al postularse a sí mismo como cínico y brutal;
porque la protesta del filme resulta patética en su pietismo —es obviamente
chaplinesca— y apela a esa irrealidad piadosa del Cristianismo pastoril. Los
surrealistas pueden anotarse ese punto, saber desde el inicio la inconsistencia
del pietismo cristiano como un exceso intelectual de Platón; de ahí que su
búsqueda recurra a la tricotomía clásica, y en esta hasta desdeñara la tensión estoico-epicúrea.
La opción cínica, primero era factible en un mundo sombrío como el de la
opresión Iluminista; no podía darse el lujo de un hedonismo para el que no
había estímulo que no pasara por el silencio, tan alejado de la catarsis que
precisaban. Ese es otro punto, porque el Cinismo aportaba la minuciosa
anti-liturgia con que revertir los siglos de convencionalismo; como no podía ni
proponérselo un Hedonismo epicúreo, en cuya indiferencia necesaria carecería de
poder reactivo contra la banalidad de la convención.
El triste gesto con que se despide el mismo Chaplin
demostraría que su propuesta es vana y estaba destinada al desvanecimiento,
como no es posible a la ruda vulgaridad del Surrealismo; por más que no deja de
ser curiosa esa fugacidad del instante en que se cruzan, y que no está
designada por el azar sino por una misma tristeza y amargura. Chaplin en
definitiva es tan convencional que puede devenir en kischt sin siquiera
forzarlo un poco, con sólo el paso del tiempo; los surrealistas en cambio se
ríen con perversidad de todo intento de reducirlos al amanerado gesto o a
alguna forma de piedad, los blinda el automatismo del movimiento primario, que
es cínico.
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