Monday, July 30, 2012

La paradoja del automatismo [Divertimento]

En la más memorable escena del filme Tiempos modernos [Chaplin], la ingenua ironía protestaba contra el mecanicismo que vampiro chupaba la vitalidad del hombre; es curioso que en defensa de esa misma protesta se diera precisamente al automatismo surrealista, que apelaba a la vitalidad de la naturaleza en su estado más bruto. Las paradojas así se unen como el collar primoroso que un dios levemente amaricado se pone frente al espejo de la naturaleza; y esta espejeante no sabe si se trata de una determinación de a de veras o de un simple amago que la ensaya, y presta repite el gesto y afecta a las innúmeras cosas. ¿A qué mecanicidad se refiere el filme si no a la de Bretón con esa denuncia del embrutecimiento?, ¿pero qué postulaba entonces Bretón, acaso esa misma bestialidad contra la que protesta?; más podría asombrarse el incauto si supiera que los surrealistas podían ser sencillamente bestiales y crueles, y que se coronaban de cínicos —pero de los clásicos de Zenon— apostando por la autosuficiencia total que los animalizara. Después de todo, la protesta del filme es humanista y no animal, confía en la cultura y trata de preservarla; que es lo que no hace el Surrealismo, por más que se postula también como humanista, incluso más eficaz en ese humanismo suyo.

Es probable que en esa paradoja la consistencia la retenga el Surrealismo, precisamente al postularse a sí mismo como cínico y brutal; porque la protesta del filme resulta patética en su pietismo —es obviamente chaplinesca— y apela a esa irrealidad piadosa del Cristianismo pastoril. Los surrealistas pueden anotarse ese punto, saber desde el inicio la inconsistencia del pietismo cristiano como un exceso intelectual de Platón; de ahí que su búsqueda recurra a la tricotomía clásica, y en esta hasta desdeñara la tensión estoico-epicúrea. La opción cínica, primero era factible en un mundo sombrío como el de la opresión Iluminista; no podía darse el lujo de un hedonismo para el que no había estímulo que no pasara por el silencio, tan alejado de la catarsis que precisaban. Ese es otro punto, porque el Cinismo aportaba la minuciosa anti-liturgia con que revertir los siglos de convencionalismo; como no podía ni proponérselo un Hedonismo epicúreo, en cuya indiferencia necesaria carecería de poder reactivo contra la banalidad de la convención.
El triste gesto con que se despide el mismo Chaplin demostraría que su propuesta es vana y estaba destinada al desvanecimiento, como no es posible a la ruda vulgaridad del Surrealismo; por más que no deja de ser curiosa esa fugacidad del instante en que se cruzan, y que no está designada por el azar sino por una misma tristeza y amargura. Chaplin en definitiva es tan convencional que puede devenir en kischt sin siquiera forzarlo un poco, con sólo el paso del tiempo; los surrealistas en cambio se ríen con perversidad de todo intento de reducirlos al amanerado gesto o a alguna forma de piedad, los blinda el automatismo del movimiento primario, que es cínico.

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