Faeton el terrible, o nuevo elogio de Oshún
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De cierto, eso explicaría el detente poderoso con que el
inefable Zeus contiene constante a Febo; al que conserva junto a sí, pero al
que mutila los afectos con minuciosa crueldad, para que sólo reluzca. Faetón,
como Prometeo, no comprende —no le interesa comprender— el sentido profundo de
las fuerzas que maneja; sea la relación necesaria e inviolable entre la vida y
la muerte, sea el curso del sol, establecido incluso por los egipcios; sólo
Atenea detenta ese poder comprensivo, y árida rehúye los amores vulgares hasta
de Vulcano, en un elitismo ofensivo e implacable que conocería Gorgona. La
razón sólo triunfa de la mano de Afrodita, ¿cómo no lo vieron los terribles
padres neoclásicos?; imposible saberlo, cuando es obvia la paradoja de que la
menor no es menor —Esíodo es más creíble que Homero, porque organiza las
tradiciones, no sólo las recoge, y afirma que Afrodita es tía del Inmarcesible—
y triunfa, y es nuestra verdadera filiación trascendente. Afrodita, rechazada y
denunciada por el viejo orden en que se complementan Apolo y Atenea, se
sobrepone hasta a la disolución olímpica; desde que latinizada toma las armas
de Ares hasta cuando huye a la selva negra exiliada por el arribismo de los
cristianos, y allí se germaniza y nos guarda el burgo romántico.
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