El día de San Jorge y el Libro
A pesar de ser parte de
esa mala costumbre de las fechas inútiles, el día internacional del libro tiene
la virtud de celebrarse el día de San Jorge; haciendo coincidir a la extinta
mitología católica —nadie que se precie de moderno cree hoy en los santos— con
la modernista, y hasta fusionándolos con cierta gracia. No es que un culto sea
más consistente que el otro, que todo culto tiene olor de manipulación en su
amaneramiento litúrgico; es que como que el uno surge del otro a pesar de que
no fuera ese el sentido del primero, sino su consecuencia más natural. San
Jorge, luego del dramático apocalipsis y la misma muerte de Cristo, es un canon de la ética
cristiana; con la salvedad de que ya no se basa en ese escándalo del Cristo que
vence con su vencimiento, sino de una apoteosis en el más estricto sentido
tradicional desde los héroes griegos. De
hecho, más que paralelismo habría adaptación del mito de Perseo en el de San
Jorge, aunque esta adaptación sea metafórica; es decir, que el de Perseo no
desmiente el del cristiano sino que lo confirma, como otra de esas
recurrencias con que el Cosmos nos
asombra y nos explica el secretismo del Espíritu Santo como dialéctica natural
de las cosas.
También después de todo, el Cristianismo es una suerte de narrativa en
la que se reordena al mundo en una nueva lectura; lo es desde que sus libros no
se continúan exactamente sino que el segundo interpreta y actualiza al primero,
igual que este caso de San Jorge y Perseo. La prueba última —bien que de
consistencia lógica y no material— de esto podría aportarla el gran Borges
[Jorge Luis], cuando reconoce en el Aladino de las Mil y una noche árabes al Odiseo
griego; justo con la diferencia en que el árabe carece de la densidad
ontológica de su antecesor, y cuando entre ambos media precisamente el
utilitarismo romano en que surgió la Historia como género literario. Antes de Roma,
vale recordarlo, la literatura en sí era el género reflexivo, y su función no
era informativa ni referencial; lo más racional que se conseguía era una
enumeración exaltada en su poética, como el inventario de los barcos en la
Ilíada homérica, o el Escudo y la Teogonía de Hesíodo —nada de lo cual era
historia en sentido estricto.
Ya sería en Roma donde lo literario comienza esta transformación hacia
lo racional-positivo, con ejemplos como las adulonas —y no menos bellas— Metamorfosis
de Ovidio; pero como una apoteosis del lento escepticismo racional introducido
por el fisiologismo en que los mismos griegos descreyeron de las facultades del antropomorfismo e inventaron la ciencia. Es así que la historia de Perseo cobraría
un fin trascendente en términos humanos, al apropiarse de la ética cristiana en
San Jorge; habría tenido el mismo sentido en la tradición previa, pero menos
evidente y sin esa urgencia que lo hace un imperativo ético, no sujeto en su
amenaza a la simple elección. Parece ser entonces el mismo espíritu del
Ilustracionismo moderno el que hizo coincidir las fechas de la celebración,
enlazando al cristiano con el objeto de culto del ateísmo post-moderno; que no
carece ciertamente de dioses sino que los hace a estos más banales y prescindibles
en ese patetismo de sus mártires, sacrificados al nuevo Moloch de lo libresco.
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