Tuesday, April 23, 2013

El día de San Jorge y el Libro



A pesar de ser parte de esa mala costumbre de las fechas inútiles, el día internacional del libro tiene la virtud de celebrarse el día de San Jorge; haciendo coincidir a la extinta mitología católica —nadie que se precie de moderno cree hoy en los santos— con la modernista, y hasta fusionándolos con cierta gracia. No es que un culto sea más consistente que el otro, que todo culto tiene olor de manipulación en su amaneramiento litúrgico; es que como que el uno surge del otro a pesar de que no fuera ese el sentido del primero, sino su consecuencia más natural. San Jorge, luego del dramático apocalipsis y la misma muerte de Cristo, es un canon de la ética cristiana; con la salvedad de que ya no se basa en ese escándalo del Cristo que vence con su vencimiento, sino de una apoteosis en el más estricto sentido tradicional  desde los héroes griegos. De hecho, más que paralelismo habría adaptación del mito de Perseo en el de San Jorge, aunque esta adaptación sea metafórica; es decir, que el de Perseo no desmiente el del cristiano sino que lo confirma, como otra de esas recurrencias  con que el Cosmos nos asombra y nos explica el secretismo del Espíritu Santo como dialéctica natural de las cosas.

También después de todo, el Cristianismo es una suerte de narrativa en la que se reordena al mundo en una nueva lectura; lo es desde que sus libros no se continúan exactamente sino que el segundo interpreta y actualiza al primero, igual que este caso de San Jorge y Perseo. La prueba última —bien que de consistencia lógica y no material— de esto podría aportarla el gran Borges [Jorge Luis], cuando reconoce en el Aladino de las Mil y una noche árabes al Odiseo griego; justo con la diferencia en que el árabe carece de la densidad ontológica de su antecesor, y cuando entre ambos media precisamente el utilitarismo romano en que surgió la Historia como género literario. Antes de Roma, vale recordarlo, la literatura en sí era el género reflexivo, y su función no era informativa ni referencial; lo más racional que se conseguía era una enumeración exaltada en su poética, como el inventario de los barcos en la Ilíada homérica, o el Escudo y la Teogonía de Hesíodo —nada de lo cual era historia en sentido estricto.

Ya sería en Roma donde lo literario comienza esta transformación hacia lo racional-positivo, con ejemplos como las adulonas —y no menos bellas— Metamorfosis de Ovidio; pero como una apoteosis del lento escepticismo racional introducido por el fisiologismo en que los mismos griegos descreyeron de las facultades del antropomorfismo e inventaron la ciencia. Es así que la historia de Perseo cobraría un fin trascendente en términos humanos, al apropiarse de la ética cristiana en San Jorge; habría tenido el mismo sentido en la tradición previa, pero menos evidente y sin esa urgencia que lo hace un imperativo ético, no sujeto en su amenaza a la simple elección. Parece ser entonces el mismo espíritu del Ilustracionismo moderno el que hizo coincidir las fechas de la celebración, enlazando al cristiano con el objeto de culto del ateísmo post-moderno; que no carece ciertamente de dioses sino que los hace a estos más banales y prescindibles en ese patetismo de sus mártires, sacrificados al nuevo Moloch de lo libresco.

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