Tuesday, April 16, 2013

La obra entornada de Juan Miguel Pozo



Entre las supersticiones contemporáneas, se afirma que los nacidos bajo el signo de Libra son inestables; Juan Miguel Pozo prefiere presentarse como libresco, quizás asumiendo esa inestabilidad  ya como el único orden posible. El orden parece entonces una línea en que la realidad puede leerse a través de su ficción constante, de ahí lo libresco; una cultura definitivamente Pop, sin la encartonada seriedad del enciclopedismo, pero sin la superficialidad periodística y cibernética; un equilibrio muy precario sin dudas, pero por el que el pintor puede desechar lo político y lo dramático; para devenir sin paradojas en el más sincero dramatismo político, puede que por aquello del distanciamiento [¿Brecht?], que es la otra forma del objetivismo como [fe] poética. En alguna ocasión importante el habla de lograr en su pintura lo que llamó una Obra entornada; no precisamente una protesta contra la Obra abierta de Umberto Eco, pero sí otra posibilidad que le permita ser lo suficientemente objetivo como para reconocerse y ser responsable de su pintura, que al fin y al cabo es suya.

Juan Miguel Pozo estrena exposición por estos días, y su parca sinceridad no lo hace menos artístico sino más eficiente; de ahí que hable [pinte] sin retórica, con trazos definidos que reivindican y actualizan el Pop y la postmodernidad por encima de los atorrantes que lo banalizan. En este sentido, de Pozo se puede admirar la claridad del trazo y la sobriedad técnica en el manejo del color y las composiciones; pero sobre todo una intelectualización que no resulta ofensiva, por esa franqueza con que reconoce la casualidad en la recurrencia del arte, y que en esa pequeñez reside su trascendencia si es que tiene alguna. De esta falta de discurso emana el más contundente alegato de humanidad, el reclamo de un nuevo humanismo; una ética que desechando las exigencias estoicas nos conceda el hedonismo suficiente como para enfrentar la vida con honestidad, y con ello poder disfrutarla. No deja de ser divertido un tipo que sin posiciones habla de punk antes que de clásicos-clásicos en la música; más que genuinamente cubano alemán suena a chic, con todo lo decadente que pueda sonar eso, pero con todo lo reivindicacionista que es el verdadero decadentismo.

La pintura de Pozo parece sombría, pero lejos de eso transparentaría una conciencia de que la fragilidad de lo humano es increíblemente consistente; puede que de ahí provenga esa leve fijación suya en la basura como objeto, que a través de lo estético refleja su densidad existencial. En efecto, al menos entre las religiones animistas del África el dios nace de un muerto [Echu]; una de cuyas primeras manifestaciones es la basura, cosa que Juan Miguel Pozo no tiene por qué haber conocido, pero sobre la que gravita como de la mano del conocimiento agente que intuyó el estagirita; y por el cual, el conocimiento es una realidad material [objeto] accesible a todos los sujetos cognitivos contemporáneos al mismo, a través de los significados. Ese proceso habría sido contradicho por la racionalidad lineal de los modernos, que todavía hecha a perder a los artistas con su esnobismo discursivo; pero entre los antiguos que culmina Aristóteles aún era la propiedad del antropomorfismo a que acudía la mente para sus representaciones. Juan Miguel Pozo no tiene por qué conocer nada de eso, debe bastarle la honestidad con que reconoce la casualidad en su pintura; salvo que lo que llamamos casualidad, dijo Borges, no es sino la compleja maquinaria de la causalidad.

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