La obra entornada de Juan Miguel Pozo
Entre las supersticiones contemporáneas,
se afirma que los nacidos bajo el signo de Libra son inestables; Juan Miguel
Pozo prefiere presentarse como libresco, quizás asumiendo esa inestabilidad ya como el único orden posible. El orden
parece entonces una línea en que la realidad puede leerse a través de su
ficción constante, de ahí lo libresco; una cultura definitivamente Pop, sin la
encartonada seriedad del enciclopedismo, pero sin la superficialidad
periodística y cibernética; un equilibrio muy precario sin dudas, pero por el que el pintor
puede desechar lo político y lo dramático; para devenir sin paradojas en el más
sincero dramatismo político, puede que por aquello del distanciamiento [¿Brecht?],
que es la otra forma del objetivismo como [fe] poética. En alguna ocasión
importante el habla de lograr en su pintura lo que llamó una Obra entornada; no precisamente una
protesta contra la Obra abierta de
Umberto Eco, pero sí otra posibilidad que le permita ser lo suficientemente
objetivo como para reconocerse y ser responsable de su pintura, que al fin y al
cabo es suya.
Juan Miguel Pozo estrena
exposición por estos días, y su parca sinceridad no lo hace menos artístico
sino más eficiente; de ahí que hable [pinte] sin retórica, con trazos definidos
que reivindican y actualizan el Pop y la postmodernidad por encima de los atorrantes
que lo banalizan. En este sentido, de Pozo se puede admirar la claridad del
trazo y la sobriedad técnica en el manejo del color y las composiciones; pero
sobre todo una intelectualización que no resulta ofensiva, por esa franqueza
con que reconoce la casualidad en la recurrencia del arte, y que en esa
pequeñez reside su trascendencia si es que tiene alguna. De esta falta de
discurso emana el más contundente alegato de humanidad, el reclamo de un nuevo
humanismo; una ética que desechando las exigencias estoicas nos conceda el
hedonismo suficiente como para enfrentar la vida con honestidad, y con ello
poder disfrutarla. No deja de ser divertido un tipo que sin posiciones habla de
punk antes que de clásicos-clásicos en la música; más que genuinamente cubano
alemán suena a chic, con todo lo decadente que pueda sonar eso, pero con todo
lo reivindicacionista que es el verdadero decadentismo.
La pintura de Pozo parece
sombría, pero lejos de eso transparentaría una conciencia de que la fragilidad
de lo humano es increíblemente consistente; puede que de ahí provenga esa leve fijación
suya en la basura como objeto, que a través de lo estético refleja su densidad
existencial. En efecto, al menos entre las religiones animistas del África el dios
nace de un muerto [Echu]; una de cuyas primeras manifestaciones es la basura,
cosa que Juan Miguel Pozo no tiene por qué haber conocido, pero sobre la que
gravita como de la mano del conocimiento agente que intuyó el estagirita; y por
el cual, el conocimiento es una realidad material [objeto] accesible a todos
los sujetos cognitivos contemporáneos al mismo, a través de los significados.
Ese proceso habría sido contradicho por la racionalidad lineal de los modernos,
que todavía hecha a perder a los artistas con su esnobismo discursivo; pero
entre los antiguos que culmina Aristóteles aún era la propiedad del
antropomorfismo a que acudía la mente para sus representaciones. Juan Miguel
Pozo no tiene por qué conocer nada de eso, debe bastarle la honestidad con que
reconoce la casualidad en su pintura; salvo que lo que llamamos casualidad,
dijo Borges, no es sino la compleja maquinaria de la causalidad.
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