Wednesday, April 17, 2013

Querido amigo:



Cuando te pregunté si vendrías a Miami y respondiste que Miami no te mimaba, te dije que esta ciudad no mima a nadie; que en efecto, uno cae aquí por necesidad y sólo después de resignarse —o cambiar las letras de lugar— le encuentra uno los encantos, lo que no es sino otra forma de resignación. Me respondiste entonces divertido, que quizás yo comience la manía que te haga a la ciudad más atractiva; pero yo estaba pensando en otra cosa, en Art-Basel, la feria de artes que mueve una cantidad ya obscena de dinero, como de salario de futbolista. De nada vale lo que uno pueda hacer ante eso, nadie puede nada frente a un monstruo así, que es un Behemot; ni siquiera trayendo sobre ti los focos de la prensa formal, porque hace rato todo el mundo sabe que eso responde a manejos y manipulaciones, sobre todo tristes por lo pobres. Ya nada tiene sentido, un periodista que te reseña sólo pone cuatro incongruencias; y le queda perfecto porque es la subjetividad de su interpretación con sabe Dios qué referencias, que en definitiva eso es el marco del análisis postmoderno. Para que alguien pueda hacer algo en ese sentido al arte tendría que ser un fenómeno siquiera medianamente popular, al menos llegar hasta la baja clase media; nunca fue popular de suyo, pues siempre dependió del mecenas elitista y snob, pero al menos apelaba a las formas populares. Eso es lo que se revertía en una fama consistente y otorgaba la popularidad como ascendiente, que era un criterio muy fino y destilado por el tiempo; pero eso ya no es posible, entre el mecenas y el artista hay ahora una ecuación de la que se ha excluido al pueblo como criterio, ya hasta en su alta clase media. Antes era esa alta clase media la burguesía  que podía sostenerlos a ustedes con los hombros de su criterio… que era alguna calderilla; pero miren ahora sus precios y contrástenlos con la presión del entorno económico, y vean si no están todos pujando por ese exiguo uno por ciento que son los ricos entre los ricos.

Eso es lo que pasa, y si pensé en Art-Basel no fue precisamente por su racionalidad sino justo por la irracionalidad mercantilista de su criterio; pero es por eso que Art-Basel es tan exclusivo, no por un propósito de exclusión sino como resultado natural de ese elitismo, que es económico. Es tan caro Art-Basel que difícilmente ningún artista pueda traerse a sí mismo como artista y no como galerista, es una feria de galeristas; igual que los festivales literarios lo son de editores y no de escritores, y que las ferias de artesanía lo son de administradores municipales y no de artesanos; no porque la vida sea un sinsentido sino porque aún en medio del sin sentido hay que vivir, es la vida la que hace valer sus derechos. Creo que el momento es crítico por lo contradictorio, pero que eso —y por eso mismo— es lo bueno; al fin y al cabo impone una nueva percepción sobre las artes y alimenta la vida al margen de esa burbuja de los ricos, que es nuestra esperanza. No se trata de un rencor de clase —es sólo desidia— sino la extraña forma en que la vida se impone con la evolución, extinguiendo a los más fuertes en esa fortaleza de sus armaduras; es como vivir en Miami o tener un matrimonio de conveniencias, pura resignación en que se descubre que la mediocre paz no es tan desagradable y el arte se reinventa con la utilería doméstica, mientras a lo lejos se extingue la francachela obscena de los ricos.

Tú sabes que se te aprecia

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