La paradoja Maturana II
La fatalidad de Atlas se
alivia cuando Perseo compasivo lo petrifica con la mirada espantosa de la
Gorgona, permitiéndole el descanso sin contrariar a Zeus; algo de eso hay en el
espantoso final de los filósofos, que incluso se petrifican en sus ciclos de Sísifo,
pareciera que condenados por su titanismo incomprensivo; porque como Atlas
desconocen la cualidad inexorable del gobierno olímpico, restringidos a lo
físico por la referencia materna [Gea] al tiempo [Cronos]. Sin embargo, Cronos
mismo, el tiempo, puede venir a deshacer el mandato zéuco desboronillando la
estatua de Atlas bajo el peso de Gea; como una comprensión siquiera tardía de
ese poder olímpico, con una humildad que agita con ansia la rama de olivo ante
el tonante Jove. Es que la diferencia que enlaza al padre y al hijo como un
insólito espíritu es o sería esa irrupción de lo biológico como redeterminación
de lo físico; esto sería también lo que singularice tanto a Maturana hasta
hacerlo rebrillar en un valor paradójico, que no desconoce lo retorcido —son
las cosas de Dios— sino que como que lo ensalzan.
La originalidad de
Maturana estribaría en que corrige el defecto recurrente de las prácticas
tradicionales de conocimiento sistemático, al incluir la diferencia cualitativa
en la comprensión de los objetos; una necesidad evidenciada ero no satisfecha
por estas mismas prácticas tradicionales, al recurrir de modo genérico a lo
físico como contraposición de lo trascendente en lo inmanente. De esa
recurrencia, por ejemplo, que la ontología y el trascendentalismo tradicionales
sean metafísicos y no metalógicos; una condición imprescindible esta, en tanto
la comprensión debe exceder por principio a lo humano en sí, para abarcar
también a su entorno con un valor propio y no referencial.
La corrección de esta
deficiencia cognitiva tradicional habría sido propuesta por la revolución
estética del Surrealismo, con la hipermetafísica [patafísica] de Harry; pero
aún ahí pervive la limitación referencial de lo físico, aunque ya se plantea la
necesidad de trascender lo lógico [natural] para una comprensión de lo
trascendente como sobrepuesto a lo natural. La dificultad estaría en que el
valor cognitivo de la patafísica es negativo —como corresponde a la estética— y
no positivo, como exige la naturaleza misma del sujeto cognoscente; teniendo
que recurrir siempre a la doble representación del objeto trascendente con una
elipsis acerca de lo físico, dado que su propio valor es extrapositivo. Es ahí
donde el aporte de Maturana se hace relevante, en tanto propone en lo biológico
esa suficiencia referencial más adecuada que la de lo meramente físico; algo
que consiste en otorgar relevancia en términos cognitivos a la fisiología, pero
más allá del pragmatismo de las funciones orgánicas; en tanto lo físico sería
una condición necesaria pero no determinante en la singularidad de esa relación
del sujeto [cognoscente] con lo real como su objeto, mientras lo biológico sí
tendría esta propiedad de su determinación.
Tratar esta recurrencia
referencial de lo meramente físico como defecto de las prácticas tradicionales
de conocimiento sistemático puede ser excesivo; habría que empezar por
reconocer que esas tradiciones desconocieron inevitablemente lo biológico como
inicio, marcados por la evidencia mayor de lo físico, a lo que subordinaron el
resto. No será por gusto que la primera propuesta de lenguaje científico sea
fisiologista pero en el sentido de materia y no de biología, y gracias a ella
se desarrolló la pica en Flandes del atomismo; pero el estadio mismo de la
tecnología habría impedido la comprensión de la célula —su existencia misma— y
por ende los complejos vivos, como demuestra la precariedad de los principios
médicos restringidos a la ética. Sólo la apoteosis misma de la Modernidad que
se eleva al mecanicismo postmoderno produce los instrumentos capaces de tal
reflectación; un indicio más del carácter transitivo de la Modernidad —con su
coda en lo postmoderno— que la iguala en su luminiscencia al oscuro medioevo.
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