Monday, February 16, 2015

Mr. Nobody y el arte novísimo de la complejidad

En una ironía atribuida a Mark Twain, este afirmaba que la música de Wagner era mejor de lo que sonaba; proponiendo en la agudeza una perspectiva que ralentizara la percepción de aquella locura germánica, para justo poder apreciarle la belleza. Algo así es lo que cabría decir de Mr. Nobody, teniendo en cuenta que es a este tiempo lo que fue 2001 Space odissey al nuestro; que es o fue otro tiempo, una modernidad que se niega a morir pero asiste perpleja a su propio funeral. Eso se debe a que esta película responde a otra sensibilidad, y nos daría algunas pistas de a dónde se dirige el arte actual; que no es ese conceptismo con el que la modernidad se niega a morir, sino esta otra novedad de la comprensión de lo trascendente en la nimia inmanencia misma de las cosas. Mr. Nobody Pi, de Darren Aronofsky, es igual aunque con pésima dramaturgia, también es de 1998— es así más que una propuesta de ciencia ficción, arte en el sentido más abierto y general de la expresión; el único posible para referirse a algo tan nuevo como la ficción científica, que es exactamente de lo que se trata, con esa inversión dramática de los términos; porque no se trata de explorar las posibilidades de la ciencia a través de la ficción, sino las de la ficción a través de la ciencia.
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Eso explica incluso la gratuidad de sus tramas, absolutamente innecesarias y con ello anti discursivas; permitiendo la retracción del proceso reflexivo propio de esa naturaleza formal del arte a la propiedad misma de la reflexión, manteniendo el discurso en su irrelevancia natural. De hecho, eso pone en perspectiva este problema de la postmodernidad, como proceso de decadencia natural de las artes; que ocurriría por medio de su irrelevancia creciente, a medida que se hace discursivo. Como obra es genial, superior —por ejemplo— a cualquier ópera de Wagner; porque las óperas de Wagner, indefectiblemente modernas —quizás lo mejor de la Modernidad— están ancladas en el dramatismo de lo histórico, aún si se dirige al fundamento mítico de eso histórico. Al mover su objeto hacia la ficción científica, Mr. Nobody se niega a toda atribución sobre lo real cono supuestamente necesario; y así permite que eso real se desenrolle a sí mismo, revelando sus propias necesidades, que es lo que impediría el discurso como imposición artificial de sentido a lo real.
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La complejidad de la trama consiste en la realidad del multiverso, pero como un revoltijo imposible de continuos espacio temporales; que superpuestos y mezclados entre sí reflexionan (reflejan) las infinitas posibilidades de un drama inicial y relativamente menor. Este complejo reflexivo se resuelve con la adición posterior de la posibilidad del llamado big crunch; recordando que la hermosa gratuidad es el recurso más socorrido en este filme, que hacia su tercer tercio amontona escenas tan espectaculares como de sentido paralelo y/o nulo; hasta terminar en un final aparentemente meloso, en el que el big crunch decide detenerse sin más en un momento específico de uno de esos universos en específico. La pegajosa melosidad de esta solución sería aparente, porque en verdad postularía a la trama como una reflexión en sí; en una recuperación de la suficiencia de la ficción en sí como objeto dramático, que así se revierte en un planteamiento ontológico antes —¡gracias a Dios!— que en una lección de vida; de esas tan habituales al arte contemporáneo, y que lo harían tan aburrido en la trasnochada modernidad de su postmodernismo.
Mr. Nobody es así un drama soberbiamente gratuito —como la realidad misma— que por ello puede comprender a lo real sin distorsionarlo; y aún a eso añade la experiencia misma de esa reflexión suya como una catarsis cognitiva —¡eso existe!—, por la que su comprensión sólo ocurre a nivel intuitivo, esquivando hasta en eso la distorsión inevitable a toda racionalización.  En efecto, hasta en eso es superior a Wagner, en el sentido de su mayor —y ciertamente gratuita— complejidad; que es en lo que incluso Wagner es una racionalización que en su exceso distorsiona la realidad, como una dificultad recurrente al arte moderno que se supera en este novísimo.

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