Primero, el problema de Jesús es relevante, porque es sobre su figura que
se va a desarrollar la cultura occidental; cuando además, es la cultura
occidental la que va a alcanzar mayor expansión en el mundo, llegando a
definirlo en su desarrollo. Segundo, el problema de la historicidad sería
irrelevante al respecto, porque su importancia radicaría en su alcance referencial;
en el sentido de ser la máxima referencia para la conformación de esta cultura
occidental, y la fuente de la mayor parte de sus determinaciones.
Al problema de Jesús se puede aplicar la paradoja de la de Dios, pues en
definitiva es una proyección suya; y como en su caso entonces, es que las
personas definan su propia existencia por la suya, lo que le otorga consistencia.
Es decir, con independencia de que esa existencia de Dios —o de Jesús como
Dios— tenga valor propio, ya lo tiene siquiera como convencional; al existir en
sí mismo, como una referencia para esa definición existencial de lo humano, y
con ello incidir en su determinación de la cultura como realidad.
A partir de ahí, la primera convención es el carácter y la función de Jesús
en este sentido referencial suyo; ya que de hecho resuelve la transición del
pensamiento, desde el teocentrismo antiguo al androcentrismo moderno. Eso
ocurriría como conciliación de los universos teo y andrológico, en las
prácticas concretas de conocimiento; que con el desarrollo de la cristología, equipararía
lo humano con lo divino en ese alcance referencial; que como propio del valor
existencial de la reflexión que provee, terminaría produciendo la apoteosis
androcentrista del inmanentismo moderno.
Por tanto, puede decirse que la apoteosis del pensamiento moderno comienza
a perfilarse con la patrística; como tradición centrada en la comprensión de la
figura de Jesús, reconfigurando con ello la cosmología occidental. Dentro aún
de la patrística, el apogeo ocurriría con el planteamiento del cisma arriano
antes de su culminación; que ocurriría con San Agustín, continuando esa apoteosis,
para la configuración definitiva de esa nueva cosmología.
Como punto de interés, San Agustín consigue esta organización culminante con
la incorporación del maniqueísmo; que si bien derrotado políticamente como
religión, ofrece al cristianismo el mejoramiento estructural del dualismo
platónico; hasta entonces desinteresado de los problemas de la realidad, por su
propia naturaleza teocéntrica hasta la otra apoteosis de Plotino; pero ya con
un interés andrológico, a partir del neoplatonismo, que organiza esa tradición
en un sentido práctico, en la religión.
Es de ahí que el cristianismo adquiere esa filiación idealista, de referencia
platónica, con el dogmatismo agustinita;
que en tanto convención, va a establecer las referencias existenciales de la
cultura, ya en tanto cristiana. El problema suscitado desde entonces, es la
indistinción entre la realidad en cuanto humana y en cuanto tal; y que
subsistiría como problema, hasta la falsa solución de Carlos Marx, que la
plantea como respectivamente histórica y prehistórica.
Esa solución de Marx es falsa, porque no se ocupa nunca de una comprensión
de la realidad en cuanto tal; sino que se dedica por entero a la de la misma en
cuanto humana, y por ende restringida a sus determinaciones formales. Eso en
principio es natural, ya que él mismo culmina la tradición del Idealismo
moderno, luego del absolutismo hegeliano; pero desconoce sus propias
intuiciones primeras acerca del carácter indeterminado de la realidad, como lo
plantea en su tesis sobre Demócrito y Epicuro.
En realidad, la misma postulación de la realidad como histórica o
prehistórica implica una diferencia formal; que así provee una superposición de
estados, que aunque propios de la misma materia se diferencian en sus funciones
propias. En este caso, no es lo mismo la trascendencia de la realidad en cuanto
tal, que la de la realidad en cuanto humana; como metafísica, la primera
proveería el valor inmanente de la realdad en cuanto humana, cuya propia
trascendencia sería la histórica.
El dilema planteado por Arrio es entonces el de la capacidad para comprender
el mundo, más allá de la de Jesús; aunque lo haga a través de esta figura de
Jesús, como referencia formal primera, por la que ocurre esa reordenación
cosmológica. El fanatismo de San Atanasio, como toda fe, respondería a una
intuición sobre la paradoja de la trascendencia de lo real; que le es imposible
de dilucidar racionalmente, más allá de este carácter intuitivo, por falta de
referencias propias, que él mismo va a sentar en su sentido lógico.
A saber, el problema de las naturalezas de Jesús es entonces el de los
estados superpuestos de la realidad; que como trascendente, sólo ha venido a
comprenderse —y esto muy relativamente— a la altura del siglo XX; con las contradicciones
de la mecánica cuántica sobre la física clásica, que en tanto aparentes tienen
entonces una consistencia formal. Como problema de la trascendencia, el error
es entonces comprenderla unívocamente, como propia de lo real; ya que es ahí
donde no se diferencia el valor funcional de la realidad concreta a que se
refiere, si es a la misma en cuanto tal o en cuanto humana.