Monday, September 8, 2025

Introducción a la historia como termodinámica

La termodinámica en la física aludiría sólo a la dinámica estructural en que se organiza, en el sentido de energía; pero reflexionada esta como forma en la cultura, que responde así a sus mismos principios formales. Eso explicaría su recurrencia religiosa, como reflexión funcional de esa dinámica, en la reproducción de su objeto; que así sería también real, pero ya dado como humano, en la cultura como esa naturaleza propia de lo humano.

Esto sería lo que comprende Platón en su teoría de las ideas, aunque sin establecer la relación entre forma y energía; que es lo que resuelve Aristóteles, como determinación formal de la substancia, en la casuística como secuencia. Esto sin embargo se pierde, por falta de conciliación epistemológica suficiente, hasta incluso en conflicto de los universales; pero reaparece en el neoplatonismo judío, dadas esas recurrencias místico religiosas suyas, en la tradición cabalística.

Esto conectaría la historia y la física por su estructuralidad, diferenciadas por la determinación reflexiva de la primera; entendiendo lo termodinámico como los ciclos energéticos en que se organiza lo físico, reflexionados en la cultura. Así, como la energía, la forma no se pierde en la cultura, sino que se expresa estructuralmente, como política; en el complejo de subsistemas en que se da esta expresión, desde el ritual religioso a las relaciones económicas.

En este sentido, todos esos subsistemas de rituales y liturgias religiosas, serán formas concretas de energía cultural; que relacionadas entre sí producen la función política, ya desde la determinación religiosa a la económica. De ahí que las recurrencias simbólicas no sean aleatorias, sino patrones estructurales de energía como forma; que sería lo que Platón concibe como entidades inmutables y perfectas, y son en Aristóteles determinaciones de la substancia.

El problema originado con Platón, es que no establece la relación entre energía y forma, en su naturaleza reflexiva; de la que resulta esa eternidad de las ideas, pero sin explicar esta reflexividad como esa manifestación concreta. Ahí sería que Aristóteles introduzca la causalidad formal de la materia, explicando esta atribución de sentido; al establecer ya una interacción entre la energía como potencial de cambio, y la forma como su realización actual.

Todavía queda ahí el problema de la conciliación epistemológica, que no tiene lugar por la tensión entre las escuelas; quedando el sistema fragmentado por sus sucesivas interpretaciones, sin integrar nunca esta naturaleza reflexiva. Este estancamiento sería incluso de las funciones estructurales, que desarrolla el conocimiento como epistemología; como instrumento para la comprensión sistemática de lo real, de un modo ya racional positivo en su convencionalidad.

De ahí sin embargo que no se resuelva, sino que quede en ese mismo potencial gnoseológico de su estructuralidad; reapareciendo en el neoplatonismo, con el misticismo judío como hermenéutica, en la tradición cabalística. Aquí, la energía divina se refleja en la emanación de formas estructurales de lo real, con la organización de sefiroths; que como las Eidos, reconoce la recurrencia de patrones, desde el ritual y la liturgia a lo histórico, en la cultura.

Esto es lo que lleva a la comprensión de la historia como una sucesión de ciclos, más que de una evolución dialéctica; ya que aunque se manifieste como tal, lo hace en la resolución de determinaciones trialécticas, en tanto culturales. Desde esta perspectiva, la historia y la cultura funcionarían como sistemas dinámicos, en que la energía es formal; al resolverse reflexiva y por ello formalmente, en la redeterminación de lo real como humano, desde en cuanto tal.

En la física, la termodinámica describe cómo la energía se distribuye y transforma, pero no desaparece ni se crea; sino que responden a un principio estructural, que los expresa en formas recurrentes, en sus relaciones funcionales. Un ejemplo concreto de este fenómeno es el de la historia china, aunque por su misma continuidad intemporal; que revelando esta estructuralidad, permite la comprensión hasta del mismo proceso ya fraccionado en Occidente.

Friday, September 5, 2025

Más acá de la razón, ensayo de Occidente I

El estructuralismo político chino, como espejo y función del occidental

Como realidad artificial, la cultura cumple necesariamente las mismas determinaciones formales que la física; sólo que reflexionadas en la experiencia humana, incluso como política, resolviéndose como estructura dinámica. En este caso, la energía (termo) pasaría a resolverse como forma, en tanto posibilidad de lo real, en su Potencia; y esta función es lo que da sentido a la experiencia, para resolverla en una naturaleza, que es así orgánica.

No es gratuito que el esquema se reproduzca, desde la Lógica aristotélica a la estructura neoplatónica de la cábala; en un caso para dar la determinación de la substancia, y en el segundo para el establecimiento de lo real. Eso explicaría la recurrencia de los problemas políticos de Occidente, siquiera por su reflejo en los de Oriente; donde la estructura política china explica la discontinuidad de la occidental, por sus funciones subestructurales.

En este sentido, la breve experiencia imperial de la dinastía Qin (221–206 a.C.) revela esta dinámica estructural; que funciona como espejo, en el que se pueden comprender las tensiones permanentes del absolutismo en Occidente. En ambos casos, lo que aparece como fuerza centralizadora e innovadora es también la fuente de su debilidad estructural; y esta paradoja —como falsa contradicción— sería lo que explique las dinámicas en que se organiza la estructura.

La caída de la dinastía Qin (221–206 a.C.) puede entenderse como el fracaso de un poder demasiado rígido y centralizado; lo que es grave, ya que esta es la fundación misma de la estructura política china como hermenéutica de lo real. Sin embargo, una mirada más profunda revela que esa misma fragilidad fue también la fuente de su fuerza inicial; y al compararla con la experiencia occidental —desde la usurpación carolingia al absolutismo francés— perfila un patrón común; en el que los regímenes que sustituyen la mediación pragmática por un intelectualismo, unifican y centralizan, pero no concreta una estabilidad.

El ascenso de Qin Shi Huang se apoyó en la eliminación del feudalismo, y la imposición de una burocracia uniforme; pero esa transición solo fue posible gracias a la figura bisagra de Lü Buwei, el mercader devenido en regente. Lü encarnó la flexibilidad originaria del sistema, con su patrocinio del príncipe Zheng a través de la reina madre Zhao Ji; que representaba una mediación real con el clan Ying, y a través de este con la tradición legitimadora del poder.

Esa mediación funcionaba como una contracción (Titsum), concentrando la energía (Ain Soft) en torno al heredero; que así producía el centro de poder real y legítimo (Kether), en la figura del futuro Primer Emperador. Su ministerio produjo incluso un principio de Ilustración (Hokmah), visible en la compilación del Lüshi Chunqiu; donde se intentaba unificar saberes y dar forma a una cosmovisión universal, asentada ya como tradición original. Sin embargo, esa apertura fue desviada por la inteligencia legalista de Li Si (Bimah), que actuaba como limitante; sustituyendo la flexibilidad política del pragmatismo de Lü Buwei, por la rigidez doctrinal y legalista de la academia.

El pragmatismo se transformó en cálculo idealista, resultando en que Qin no concretara su ideal (Tifereth–Malkuth); porque el imperio fue real en su poder, pero irreal en su determinación, perdiendo legitimidad en el proceso; al carecer de mediaciones con la sociedad y la nobleza, dependiendo excesivamente del emperador y su personalidad. Cuando Qin Shi Huang murió (210 a.C.), su hijo Qin Er Shi subió al trono sin la validación del clan, por un fraude palaciego; orquestado por el eunuco Zhao Gao y el escolarca Li Si, produjo la caída del monstruo fundador que fue Qin.

El nuevo emperador era un soberano de papel, sostenido por eunucos y funcionarios, sin puente hacia la población; y ese fracaso no fue un accidente, sino el inicio de una recurrencia estructural, por su disfuncionalidad. Cada vez que el imperio intenta fundarse en la sabiduría (Hokmah), sufre la corrupción de la inteligencia (Bimah); que encarnada en letrados y eunucos —académicos y funcionarios—, se concentra en sus intereses de clase; haciendo que el ciclo se reinicie, impidiendo la concreción del Reino (Malkuth), que es lo real como potencia (Tifereth).

Wednesday, September 3, 2025

Del estilo sistáltico al estilo hesicástico

La escritura ensayística suele oscilar entre dos polos, comenzando con la búsqueda de claridad lineal en la exposición; en la que se busca exponer los fenómenos, y argumentarlos en un orden lógico y comprensible al lector al que se dirige. En el otro extremo estaría la densidad conceptual, que prefiere respetar la complejidad del objeto en que se interesa; en vez de reducirlas a un esquema equívoco, como el que muchas veces resulta la llamada razón objetiva.

Lo que aquí se defiende se inscribe en ese segundo registro, pero con una fundamentación metodológica propia; y lo primero que debe aclararse es que la perspectiva que guía este estilo no es trascendentalista en ningún sentido; es decir, no concibe la historia como una sucesión regida por principios externos, sean estos la Providencia, la Razón universal o el Progreso. Se trata de un acercamiento inmanencialista, tratando de comprender la historia desde sus determinaciones propias; como expresión de la experiencia humana misma, por la recurrencia de sus configuraciones culturales en tanto forma. 

No se trata por tanto de la historia como una evolución, sino espacio en el que organizan estructuralmente los fenómenos; y que en su naturaleza antropológica, responden a funciones subestructurales, que atraviesan épocas y geografías. Como un fenómeno transhistórico en sí mismo, en este punto la segunda nota distintiva: la categoría de lo trialéctico; que frente a la dialéctica histórica —de los conflictos socio económicos como motor del cambio—, aquí responde a ese carácter transhistórica. 

En ese sentido, por ejemplo, lo decisivo no son las contradicciones materiales ni las fechas puntuales de los fenómenos; sino la forma en que las recurrencias culturales se rearticulan en diferentes contextos, con la actualización de la estructura. Como condición propia de lo real —en tanto forma—, la trialéctica no está sometida a la linealidad del tiempo; remitiendo a configuraciones antropológicas, que reaparecen bajo formas distintas: el absolutismo como cosmología política, el mercantilismo como principio expansivo, la sacralización del poder como ordenamiento de lo real, etc.

De ahí que el estilo sea ensayístico pero no racionalista ni pedagógico, en ese sentido corriente de la lógica cartesiana; que resulta inadecuada para captar la ductilidad y la complejidad intrínsecas a lo real, como base de los errores modernos. Por eso se privilegia una estructura espiral, en que las ideas se encabalgan y retoman, plegándose unas en otras; y en la que el lector puede tener la sensación inicial de incomprensión, pero como dificultad en vez de defecto.

Se trata de un método, en el que lo complejo no se reduce hasta perder el sentido propio de su función estructural; por tanto, el texto no suaviza o racionaliza lo real, sino que lo hace aparecer en toda su densidad irreductible. En definitiva, como analógico, este estilo busca reproducir en la escritura la lógica de las recurrencias que estudia; y así como los fenómenos históricos no se dejan atrapar en una línea de evolución, el ensayo tampoco se constriñe a una secuencia rígida. 

La complejidad del objeto reclama una comprensión igualmente compleja, y de ahí los encabalgamientos y retornos; que mantiene la simultaneidad de ideas y procesos que sigue en su comprensión, sin reducirlas en una linealidad consecutiva. Lejos del capricho literario, esto responde a al principio hermenéutico de comprender lo real en sí, no en sus reducciones; en una escritura que exige paciencia y complicidad, que exige ser recorrida más de una vez, como la espiral misma que propone. 

Justo ahí radica su fuerza, al ofrecer un modo de pensar que no simplifica, sino revela la riqueza estructural de lo humano; expresado en su realización como histórico, pero determinado en esa estructuralidad que lo organiza como fenómeno. En síntesis, este estilo es inseparable de la concepción antropológica que lo fundamenta, la transhistoricidad de la trialéctica; una mirada inmanencialista a las recurrencias culturales, que determinan no solo los contenidos, sino también la forma de los ensayos. 

Quien entienda esto comprenderá que la densidad no es obstáculo, sino un acercamiento deliberado a lo real; para elaborar así una hermenéutica más eficiente de la realidad, en su misma naturaleza convencional. Quien no lo entienda, asuma también que la ignorancia es también culpable, cuando es voluntaria en su dogmatismo; y que es tonto andar como la lechuza del cuento de Onelio Jorge Cardoso, recomendando vicaria cuando sale el sol del Realismo.

…podemos ya empezar!


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