Saturday, April 5, 2025

Westfalia 2025

Todas las estructuras imperiales se han sostenido siempre en la fuerza, no el comercio, y eso significa en la guerra; sin embargo, es el comercio y no la guerra lo que les da consistencia, por su capacidad infraestructural. Eso habría sido exactamente lo que cambia con la formación de Occidente, durante su restructuración medieval; en que contraído el comercio, es la fuerza militar lo que cumple esa función infraestructural, con las relaciones feudales.

Esto explica la naturaleza bélica —no ilustrada— de la modernidad, que acude a la Ilustración para justificarse; después de todo, esa violencia proviene de la virulencia del Cristianismo, que muestra su pasionario en órdenes guerreras. El sistema es perverso, que construyendo grandes catedrales teológicas de la Caridad, para justificar su violencia; con paradojas groseras como el pasionario místico de sus santos, que se expresa políticamente en la Inquisición y la Contrarreforma.

Desde esa perspectiva, la paz que sigue a la II Guerra Mundial es imposible, como muestra la realidad ideológica; en que la guerra pasaría a hacerse sorda —con el eufemismo de fría—, contenida por su misma violencia infraestructural. De ahí entonces la precariedad creciente que siguiera a esa llamada guerra fría, entre las calculaciones políticas; con estados Unidos creyendo que era otra cosa que el ejército europeo, hasta que la crisis de Ucrania aclarara las cosas.

La voluntad europea de continuar la guerra, aún con su dependencia de Estados Unidos, prueba lo que es esa alianza; una estrategia, tan sorda como el eufemístico equilibrio de la postguerra, en que Europa cede el frente pero no la voluntad. El problema es el desequilibrio, provocado por sus propias maquinaciones, con esa dependencia de estados Unidos; y que obliga al viejo continente a refeudalizarse a la carrera, en medio de sus propias contradicciones populistas.

Por supuesto, ni Europa ni Estados Unidos contaban con la retracción del votante norteamericano contra ese feudalismo; en un sistema más complejo por sus contrapoderes, que la prepotencia del absolutismo ideológico europeo. El problema es que estados Unidos es el resultado de las contradicciones europeas, no su continuidad como naturaleza; por eso, antes que como la utopía humanista de la clase media, es el reino de la burguesía, con su origen proletario.

El votante norteamericano tiene el poder que no tiene el europeo, porque su origen no es feudal sino republicano; y eso significa que no se constituye en el forcejeo medieval de sus señores de la guerra, sino del contribuyente; que puede ser corrompido en su desclasamiento, pero puede retraerse a esa naturaleza propia, negándose al juego. Eso es como una deserción de los ejércitos europeos antes de Westfalia, con todos sus reyes enfrentados entre sí; un escenario todavía imposible, pero no menos que esa paz de 1648, con ese mismo carácter de ficción política.

Es poco probable —hasta lo impracticable— que Estados Unidos abandone a Europa, como su campo de prueba; que es por lo que Europa no comprende su debilidad, creyendo que puede manejar efectivamente los hilos norteamericanos. La alianza europea es el campo de la industria militar norteamericano, con su carácter comercial antes que bélico; y esa diferencia en el objeto, es el cambio de grado en el desarrollo de Occidente, que culmina su transición medieval.

Estados Unidos es la república imposible a Europa, porque Europa es la contradicción bélica que la sostiene; y es de esta unidad, en una expresión política común, que se forma esa extensión caótica que es Occidente. Por supuesto, es demasiada contradicción para sostenerse por demasiado tiempo, y ya esto sobrepasa el medio milenio; sobrepasando incluso esa capacidad infraestructural de su comercio, artificial e inflacionario, basado en el consumo.

Friday, March 21, 2025

En la muerte de Gloria Leal

Esto es una nota personal, como no acostumbro a hacer, pero que debo por todo lo que significó Gloria Leal; un mártir y símbolo de la cultura miamense, en esa amalgama extraña de las páginas de El Nuevo Herald. En el 2004 colaboraba yo con Carlos A. Díaz Barrios, haciendo su colección de clásicos El anillo de Proserpina; unos libros entre lo artesanal e industrial, con tiradas pequeñas, en que publicábamos clásicos de la literatura occidental.

Los libros eran hermosos y extraños, por lo artesanal, que los hacía casi únicos aunque seriados en el diseño; en el que superponíamos toda la imaginería poética de Occidente y extremo oriental, con énfasis en el grabado. Lo que hacíamos entonces era una suerte de Libro de las maravillas de Boloña, con ese nivel de exaltación casi mística; como experiencia a la que no dudó en aferrarse Gloria Leal, en esa forma práctica del patrocinio que fue Artes y Letras.

Por supuesto, aquello no resistió el embate de la envidia y la mediocridad, embozados en ridículas conspiraciones; y ni ella, temida por su carácter, experiencia y autoridad, pudo evitar el alud que nos arrollaría de vuelta a lo normal. No obstante, leal a su nombre, ella mantuvo su apuesta en todas las formas que pudo, y por todo el tiempo que pudo; por encima incluso de la inexperiencia, por la que yo le demostraba el daño que hacía el periodismo al arte y la literatura.

Fruto de esa fructífera admiración, surgió Cartas para Gloria, un triduo ensayístico en que yo organizaba mis teorías; un tomillo farragoso, por los párrafos enormes y encabalgados con que yo ignoraba terco sus avisos sobre periodismo. Por sobre todas las cosas, lo recibió con la gracia con que los grandes reconocen los homenajes, aún si torpes; señalándome con el dedo las erratas que yo juraba haber purgado para darle en la cabeza, con aquella sonrisa de superioridad.

Sin duda alguna, su estoicismo tenía algo de esa esperanza en que la clase media ignora su decadencia inevitable; pero ese gesto suyo era noble en el patetismo, no de falso trascendentalismo sino natural en su magnificencia. Ella creía en ese modelo de intelectualidad moderna, y era consistente en sus esfuerzos, que no escatimaba; incluso en la displicencia en que aceptaba los premios hipócritas con que la trataban de sobornar, sabiendo más que eso.

En una ocasión, hastiado de la hostilidad ambiente, renuncié a aquellas páginas que generosamente me había abierto; pero ella danzó el minué más estilizado —demostrando en qué consiste el poder—, atrapándome en mi propia arrogancia. Ahora ha muerto, y esta ausencia suya sólo se compara a la de Juan Manuel Salvat y Lesbia Orta de Varona; gente incomprendida en su convencionalidad aparente, cuya escondida excepcionalidad marca a la cultura local.

Friday, March 14, 2025

La vieja clase III, epílogo de Marianne

Todo esto significa que esa clase media sí es necesaria, por esa mediación entre los intereses populares y oligárquicos; pero esta función se revierte en la distorsión toda de la estructura, con el crecimiento desproporcionado de esta función; que en tanto administrativa no es propia de la expresión política, sino infraestructural, como en la geronto-democracia tribal africana. No se trata de una idealización de este tribalismo, que no puede evitar erupciones imperiales como la congolesa; pero sí una observación sobre esa estructura de la sociedad moderna, distorsionada primero en potencia por el comercialismo; y luego efectivamente, por la emergencia de esta clase, que justifica en el trascendentalismo su naturaleza parásita.

Como contraste, obsérvese que la diferencia con la geronto-democracia tribal africana radica en su economía; resuelta como de subsistencia, también con un principio de acumulación de riqueza, pero no de expansión comercial. Obsérvese también que, en la antigüedad, los filósofos occidentales provienen siempre de la oligarquía comercial; estableciéndose como una clase parásita de la aristocracia, a la que justifica en este trascendentalismo; pero en contradicción con la burguesía en la modernidad, con el desplazamiento por esta de esa aristocracia.

De ahí la extraña simbiosis, en que confluyen la aristocracia y la monarquía, proveniente de esta aristocracia; subvencionando respectivamente a la burguesía y la clase media, en la proyección de sus propias contradicciones; cuando originalmente la segunda fuera creada por la monarquía, mientras que la aristocracia se funde eventualmente con la primera. El problema aquí es entonces que es la clase media —no la burguesía— la que define la cultura política moderna; incluida su dicotomía recurrente entre socialismo y capitalismo, empujando al proletariado contra la burguesía.

Eso podrá hacerlo, por su dominio de la economía, no basada en la producción industrial sino en el consumo; en cuya administración restructura la sociedad, con esa contradicción artificial de los modelos políticos. Véase que esta diferencia entre los modelos políticos socialista y capitalista es artificial y aparente, no efectiva; ya que igual ambos se resuelven en el mismo sistema económico, basado en el consumo y resuelto tecnológicamente.

La diferencia entre esos modelos no es substancial sino de grado, con la regulación y liberación respectiva del consumo; intensificado —luego de la depresión medieval— con el intercambio desde el llamado nuevo mundo, dirigido al consumo; pero ya como base de Occidente, desde la expansión fenicia sobre Micenas, y retomada con el eje comercial flamenco veneciano. Además, por su especialidad en la administración, esta clase es intercambiable entre ambos modelos políticos; definida por esa especialidad en que controla la estructura social, administrando sus medios de producción; que así no necesita poseer (Djilas), y cuyo manejo legitima en su representación trascendentalista del proletariado.

Esta es entonces la clase que se establece como élite especializada, en esa administración de la sociedad socialista; y que no es por tanto una clase nueva, surgida en la corrupción del proletariado, sino la misma y ya vieja clase media; que ha conseguido el desplazamiento definitivo de la burguesía, con su propia entronización como poder metropolitano. Lo que distinguirá a esta clase media será su adaptación a la cultura postmoderna, en esa contradicción de la burguesía; ya desde una posición establecida y no emergente, con una referencia propia incluso, en los estados socialistas.

Es desde ahí que esta clase media se ofrece como vía de desarrollo social a los ciudadanos, alternativo a la burguesía; con un crecimiento exponencial de esta especialización, que corta proporcionalmente el de la clase burguesa. El problema será siempre su improductividad, por la que no puede sostener su modelo económico, basado en el consumo; pero sin que lo pueda comprender nunca, ya que su trascendentalismo —propio de la tradición Idealista— no es pragmático.

Será por eso que la tensión política sólo pueda sostenerse en el modelo capitalista, en la contradicción de la burguesía; que es la que retiene alguna capacidad de producción, con la que alimentar el consumo, siquiera en el endeudamiento; que es la estrategia económica desde la crisis de la monarquía francesa, cuando el ministro de finanzas era un banquero. No obstante, esta contradicción sólo tiene sentido mientras se mantenga el objeto socialista, eventualmente triunfal; produciendo esas contradicciones, con su desclasamiento del proletariado, finalizando en ello la entropía occidental.

Final

 

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