Papa León XIV, el enigma de San Agustín
En tiempos de descaracterización, ya nadie entiende la
cuestión del carisma en las órdenes religiosas del catolicismo; pero no se trata
de una unción, sino de una disciplina que forma el carácter, y marca un estilo
de trabajo y vida. El papa León XIV es agustino de vocación, y eso es más
importante que la legitimación que busca en León XIII; en definitiva, ni Juan
Pablo II fue Juan Pablo I, ni Benedicto X fue Benedicto IX, sino que en ellos
se justificaron; y León XIII era jesuita —no agustino—, explicando el intelectualismo
teológico que quizás lo haga tan atractivo a este.
Agustín no subió a las alturas del éxtasis, sino que trazó las líneas entre lo humano y lo divino, con pulso legal; derrotó al mitraísmo con argumentos, al pelagianismo con doctrina, y al donatismo con política, administrando la gracia. Su revolución fue en eso funcional y eficiente, colocando al obispo en el centro de la economía de la salvación; y desde entonces, la gracia no se da directamente, sino que se administra desde el substancialismo de Dios.
El obispo Prevost fue misionero en Perú, pero como
canciller y director de seminario, cuando la teología de la liberación; eso
quiere decir que era parte de la jerarquía y no de la revolución, de una orden
además que mantuvo su distancia. Después de eso, llegaría a encabezar su orden
en Roma, a donde no se llega a golpe de ingenuidad sino de destreza; que es en
definitiva lo que se necesita para navegar las turbulencias vaticanas, con más
pescadores que peces.
Eso fue lo que recogió Santo Domingo, el catedrático de
San Agustín, que adopta su hábito y hace doctrina de su intuición; y si el
agustinismo administra la gracia, el tomismo la interpreta, y en ese tránsito
se juega el destino de la Iglesia. León XIV entonces, tal vez no inaugure una
era, pero —como San Agustín— podría ser el suelo en que algo nuevo brote; podría no
ser recordado como fundador sino detonador, de presencia callada y racionalidad
estructural, pero imponente.
Su sobriedad litúrgica podría estar preparando la matriz
de una nueva síntesis, como la que cerró la patrística; y que operada por el
santo de Hipona, diera ligar a la escolástica, y con ello al humanismo moderno.
En tiempos donde todo busca mostrarse, tal vez el mayor gesto político sea el
del silencio en la imposición de la calma; y León XIV quizás no sea el rostro de una
nueva Iglesia, sino que tan sólo borre el tumulto anterior, limpiando el lienzo
con paciencia.