Noticias del olvido, Sonia Díaz Corrales
La poesía contemporánea
—como todo el arte contemporáneo— es un objeto refractario a la crítica, por la
extrema subjetividad a la que apela; no obstante, los derechos del crítico te
autorizan en tanto lector al rechazo incluso visceral de esos intentos obscenos
de impudicia espiritista que ni siquiera ensayan un hermoso giro. Pero ese no es
el caso de Sonia Díaz Corrales, cuyo libro Noticias del olvido es un trastazo de belleza; porque en un golpe de efecto magistral, Díaz se recluye en el
intimismo más auténtico, donde no estorba el yo porque es donde es él quien habita. Eso merece alguna aclaración, y es que la literatura y el arte
contemporáneo en general se han tomado muy a pecho el compromiso reflexivo;
sólo que confundiendo reflexión con discurso, con lo que subordinan el arte a
la mera expresión de sus propias pretensiones; y que es en lo que este resulta
en animista, en lo que el animismo tiene de perversión, porque la persona misma
queda disociada por su propia sublimación en un espíritu que de hecho ni es ni le deja ser..
Ese, como
se dijo, no es el caso de al menos este libro de Sonia Díaz, que simplemente
muestra su poesía con la misma nimiedad de antes; es decir, de cuando se
escribía poesía intimista y no exhibicionista ni mucho menos impúdica. De ese modo,
la poesía de Sonia no necesita siquiera de las palabras lujosas o los giros
espectaculares; porque ella blande como bandera el recurso letal de la poesía,
y que es la construcción de imágenes. De hecho, es en eso que descansaría esa
facultad reflexiva del arte, si en definitiva nuestra forma primaria de
reflexión es antropomorfista; lo que no quiere decir que se atribuyera
consistencia real e inmediata a todo lo que se creara, sino que se acudía a la
imagen como un valor referencial para la reflexión. Es por eso
que esta poesía de Corrales tendría paradójicamente más valor reflexivo que
mucha otra que la acompaña; pero paradójicamente, por la modestia antes que por
algún poder obvio, por lo pequeño y líquido antes que por la vulgaridad de alguna solidez. Habrá
que insistir en la única virtud de este libro —no necesita otra— y que es ese
poder de la imagen; que revela una inteligencia superior, en ese sentido de la
capacidad tan aristotélica de relacionar elementos para obtener otro distinto, este
ya inteligente por su naturaleza tecnológica (Arte, Tekné). Es esa virtud única
pero unificiente la que le permite esquivar la grosería snob y egocéntrica del
discurso, y hacer por fin poesía; una poesía por la que discurre ella misma —es
cierto— pero en toda su potestad, sin invadirnos con la falsa sublimación que
hoy pervierte a los artistas mal enmascarándoles el ego.
El único
defecto de este libro no es ni siquiera propio del libro sino de su estructura
más convencional, y es que contiene un prólogo; que por más que sea del sublime
Badajoz, cuyo criterio es siempre bienvenido, es —¡por Dios!— un prólogo, y un
prólogo es un prólogo, es un prólogo. Un prólogo al menos en poesía es una
abominación —incluso si es del sublime Badajoz— porque pretende introducir a lo
que debiera y puede sorprendernos; es la facultad misma de la poesía,
escamoteada por nuestros complejos, miedos, supersticiones y pretensiones, que
son todo lo mismo. Pero incluso con ese defecto es admisible como un acto de
inusitada caridad para con el prójimo, ya que la ambigüedad de estos tiempos aún no
admite la total desnudez; hay que vestir la tarjeta de presentación, porque el
libro —lastimosamente— no aspira al público real que no entiende de prólogos y
reducirá su marco al círculo literario, cuya convención mayor es la
presentación. Aún así, que su carta de presentación sea el criterio lúcido y
hermoso del bello Joaquín es promisorio y bueno; es otra razón para asomarse a
ver esta mujer recorriendo dulce los prados de su propia imaginación, mientras
recoge una florecilla aquí y otra allá para formar este ramillete (florilegio)
cortés.
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