Thursday, December 1, 2016

Allied, o la nueva conjura de los necios

Allied es una fórmula habitual a la industrial del cine, que trata de vendernos a Marion Cotillard y Brad Pitt; no es la primera vez ni hay nada malo en ello, las formulas se aplican por su eficacia. Antes ocurrió con Meryl Streep y Robert Redford, sólo que en esos casos se buscaban historias poderosas y mejor desarrolladas; no es ese el caso de Allied, que se reduce a vender las figures de Brad Pitt y Marion Cotillard, nada más. La historia de Allied es atractiva, pero no desarrolla toda su riqueza dramática; sino que se reduce a recrear la mera contradicción sentimental, en un aura de falso romanticismo. No hay dudas de que la WWII en que se enmarca el filme habrá provocado situaciones más increíbles y retorcidas que esta; sin embargo, esta —que puede ser recurrente y vanilla— carece de toda credibilidad, justo por su debilidad argumental.

No es improbable, por ejemplo, que una relación entre espías desemboque en romance con peso sentimental; pero es increíble que un agente experimentado caiga en las redes de su propio sentimentalismo, hasta ese absurdo de la proposición matrimonial. No es extraño el twist de mantener los sentimientos reales, eso es teatro elemental; pero sí es extraño que eso llegue a confundir a un espía profesional, incluso cuando le revelan el truco. Por haber, hay de todo lo que requiere la fórmula, desde el trasero de Pitt y los senos de Cotillard, hasta sexo en medio de una tormenta de arena; pero el diluente no es bueno, y hasta el recurso de la cámara en redondo para la escena de sexo se vuelve trillado y banal. Cuidado, ese recurso en sí mismo es bueno, y añade cierto atractivo a la escena; pero es la escena misma la que es trillada, arrastrando consigo a ese magnífico recurso a su sello de banalidad.

Igualmente, la puesta es impresionante, y el vestuario y la fotografía consiguen un montaje escenográfico digno de mejor libreto; hasta la fotografía —en un tono sepia que no reduce sino explota el color— son de un altísimo nivel técnico, echado a perder. El final es un arrebato in crescendo, desde que Pitt fuerza una misión en terreno enemigo, buscando de la identidad de su amada; hasta la apoteosis, en que la Cotillard logra salirse con cierta decencia, mientras Pitt estrena morritos que deberían avergonzarlo para siempre. El momento final recuerda el de Casablanca, cuando el Jefe de la policía y Bogart sellan el surgimiento de una gran amistad; pero aquí, el oficial a cargo ordena a sus agentes alterar el reporte en aras del romanticismo sacrificado a la frialdad de la guerra.

Se trata entonces, y más o menos, de Pitt y Cotillard en la Casablanca del gobierno de Vichy, y si la trama suena conocida es porque lo es; sólo que no son Bogart y Bacall en un argumento enjundioso, que daría hasta uno de los mejores bocadillos del mundo. De hecho, la fórmula fue explotada ya —y con mucha mejor suerte— con Robert Redford y una suficiente Lena Olin en Havana (1990); pero aquí se trata de una probablemente sobrevalorada Cotillard, y un Pitt que no se esfuerza mucho, como en Entrevista con un vampiro.

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