Wednesday, February 21, 2018

Ligado al fango


Hace un par de siglos, cincuenta años no era nada, y no alcanzaban para borrar una memoria histórica; lo que era importante, pues un suceso de dimensiones dramáticas se mantenía como una referencia, hasta que se incorporaba en la memoria genética de la cultura. Ya no es así, y en los Estados Unidos nadie recuerda cómo era la cultura antes de los baby boomers y el mito de la clase media; por eso es tan difícil entender de dónde proviene la virulencia racial que todavía nos marca como cultura, asumiendo que su grupo de poder vivió siempre en una posición materialmente cómoda.

Mudbound pone todas esas cosas en perspectiva, y recuerda que la cultura rural norteamericana era salvaje; no extraña entonces la violencia que permeó sus relaciones interraciales, como base de su estructura económica; ni tampoco extraña entonces que aún ensombrezca una sociedad a la que todavía determina, por su cercanía en el tiempo. Artísticamente, el filme es magistral, denso y panorámico en su dramatismo, con actuaciones poderosas por lo sobrias; apoyado en una fotografía que despliega su funcionalismo en unas vistas paisajísticas muy elaboradas, muy dependientes del color.

La fotografía es sinfónica, y se apoya en la música para avivar el drama, con esa religiosidad perturbada de los negros del Mississippi; que sin embargo equilibra la trama, sin poner el peso en ninguna de las partes en conflicto, a pesar de que una de ellas sea la que aporta este elemento. La edición se mantiene a la altura, con transiciones bruscas a pesar de lo rítmicas, por su carácter elíptico; que concatena escenas directamente opuestas, manteniendo la tensión del crescendo. La dirección es tan magistral que desaparece, y no se reconoce nunca, dejando el espacio a una narrativa que exhibe y recrea su origen literario; todo eso apuntando en la sola dirección de un drama in crescendo, que poco a poco va explicando la escena brutal con que comienza el filme.

Dee Rees
Nada sobra ni nada falta, y eso es lo único que habla de esa mano maestra que dirige esta película hasta el clímax; sin detenerse —ni omitir— en subtramas, que siendo importantes hubieran dispersado la atención por su propio dramatismo. Es curioso, porque la directora es negra, pero no alimenta su resentimiento, sino que explica el origen mezquino que permea esta violencia; con una carrera interesante, que exhibe títulos como la biópica Bessie, y Pariah, que —como Bessie— se detiene en problemas de identidad sexual. Puede que sea esta peculiaridad de su cinematografía anterior lo que le permita ese distanciamiento del problema racial; de modo que puede poner las cosas en perspectiva, y no olvidar —ni ocultar— detalles, que suele ser lo que hace incomprensibles los problemas.

Mudbound es una metáfora desde el título, que no alude sólo al colorido folclor del Mississippi con sus aguas fangosas; sino que se apoya en esa peculiaridad casual para hablar del alma humana, que es la que se proyecta en mímesis con su entorno. Quizás sea la inteligencia de semejante planteamiento lo que le provea la fuerza, pero habla también de la del arte como expresión; y puede que hasta de la tensión introducida por Netflix, como nuevo parámetro que equipara el cine norteamericano al europeo, más de autor que meramente industrial.

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