Luis Manuel Otero Alcántara, el arte por venir – II
En entrevista, Otero Alcántara afirma no estar en contra de la
formación tradicional, instituciones y academias; pero igual mantiene su
distancia, con cuidado énfasis en su propio entorno, muy distinto de esas
convenciones. Llama la atención la ambigüedad de su misma experiencia
existencial, pero por lo que significa, en ese sentido de distanciamiento de
estas convenciones; en las que todavía cree, pero obviamente no tanto si no
llegan a determinarle esta experiencia existencial por completo.
En este sentido es que Alcántara es también el arte por venir, más allá de su
propia y posible evolución formal; esto es, en la creación de un espacio de
reflexión, necesariamente existencial, distinto del de esas convenciones. No es
gratuito que confluya en otros artistas, cuya marginalidad es más que un
discurso, una práctica concreta; una donde el arte ha trascendido el valor
transaccional del mercado, y con ello su posible valor institucional, en un
bucle conceptualista que lo vuelve al formalismo.
Primero habría que establecer el equívoco de ese sentido de lo formal, que no fue trascendido por las vanguardias; tan temprano como el Octavio Paz de la década del sesenta, sentencia que Picasso exalta las formas con su destrucción. Esa es la paradoja que frustra la búsqueda de la vanguardia, que era la misma del simbolismo; conseguir esa fluidez en que el espíritu va a su propia expresión, sin esa atadura convencional de la forma.
Primero habría que establecer el equívoco de ese sentido de lo formal, que no fue trascendido por las vanguardias; tan temprano como el Octavio Paz de la década del sesenta, sentencia que Picasso exalta las formas con su destrucción. Esa es la paradoja que frustra la búsqueda de la vanguardia, que era la misma del simbolismo; conseguir esa fluidez en que el espíritu va a su propia expresión, sin esa atadura convencional de la forma.
Eso no se cumple, porque en principio —no en definitiva— es imposible, si
todo es forma, incluso la substancia; el esfuerzo de trascendencia ha de ser
entonces más radical aún, como cuando Alicia corre con la reina Blanca y siguen
en el mismo sitio. Esa radicalidad es la que plantea el mismo cristianismo para
su propia frustración, en las sublimaciones morales a que se le reduce; que es
el mismo vicio de las vanguardias, sean estas plásticas o literarias, o
cualquiera otra forma que cobra el arte en su expresión.
El problema es que lo que está en crisis es el capitalismo, luego de la apoteosis industrial que significó la modernidad; está tan en crisis que se aboca presuroso al socialismo, en la inevitable contradicción de su corporativismo. No hay que llamarse a engaño, el socialismo que fracasó era la primera evolución del corporativismo; era por eso la primera formación de esa contradicción propia del capitalismo, dirigido a su muerte por esclerosis elefantiásica.
El problema es que lo que está en crisis es el capitalismo, luego de la apoteosis industrial que significó la modernidad; está tan en crisis que se aboca presuroso al socialismo, en la inevitable contradicción de su corporativismo. No hay que llamarse a engaño, el socialismo que fracasó era la primera evolución del corporativismo; era por eso la primera formación de esa contradicción propia del capitalismo, dirigido a su muerte por esclerosis elefantiásica.
El cinismo en que pronto devinieron los conceptualistas fue la evidencia de
su propia vaciedad, y era el exceso; que era comercialista, porque provenía de
esa sensación de éxito que todo lo banaliza en el ego. Eso fue lo que demostró
la vaciedad del arte desde la trampa post-conceptual, que es sólo una
estrategia comercial; y es ese exceso el que vuelve a revalorizar la función
primaria del arte, que es reflexiva y existencial.
El mismo artista reconoce que él prefiere un arte que desaparece en el
tejido social, algo que él llama gestual; lo que es obviamente un esfuerzo
convencional por comprender esa trascendencia, que es en definitiva la de la
funcionalidad del arte. Es decir, que estamos ante la gestación de un arte
nuevo, que dependerá inevitablemente de su forma y una función existencial;
porque es obvio que ya la trascendencia se coloca donde debe estar, en la
condición misma del ser y no en los gestos vacíos de su fatuidad.
Eso de todas formas ha de confrontar la grave contradicción de lo político, donde la convencionalidad es naturaleza y determinación; y por eso se alimenta en bolsas marginales, en las que los que entran no saben muy bien dónde se encuentran, porque todavía no es convencional. Obviamente, la teoría del caos rechaza el desorden, de modo que no es posible un fenómeno inorgánico e inconvencional; ese es el error revolucionario, que sólo permite la sobrevivencia subrepticia de lo antiguo, en vez de esta calma confiada de la marginalidad.
Por supuesto, Alcántara, como el movimiento que lo enmarca en San Isidro,
es sólo el comienzo de la transición; es decir, apunta a un fenómeno en
desarrollo, y necesariamente lejos aún de la apoteosis definitiva. De ahí que
como la difícil negociación de Moisés que culminara en éxodo masivo, todavía funcione
con relación a lo establecido; nadie es rebelde por vocación, sino porque su
circunstancia lo rechaza y el desarrollo es inevitable, y no hay dudas de que
es la precariedad cubana lo que determina esta contradicción.
Es absurdo esperar que sepan a dónde van y no sean intuitivos, como el tartamudo
que habla con una rama ardiente; eso es precisamente lo que garantiza la libertad e indeterminación primera de sus actos, y con ello la pureza de estos.
Es el sinuoso movimiento por el que se desembarazan de los intereses, que son
siempre ajenos, sin crearse otros no menos ajenos; el placer inmediato pero
contradicho es, después de todo, la marca de la realidad en su máxima apoteosis
posible, en tanto signo de satisfacción.
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