Otro acercamiento a San Isidro
Fue a San Isidro, el barrio de las mujeres de mala vida, adonde vino a morir
la familia Lezama Lima; que en su propia decadencia, arrastraba el último respiro
del arte popular, elevado a la excelencia literaria. No hay que engañarse,
José Lezama Lima era una institucionalidad, pero en sí mismo y no presupuestal;
de esa precariedad el impulso vital que añadió otra espiral al desarrollo de la
literatura cubana, contra el mimetismo vanguardista.
Ese es el antecedente del Movimiento San Isidro, que pareciera retomar los
hilos donde los dejara caer el titán de Trocadero; una fuerza de renovación,
que lloviera sobre las instituciones nacionales el alud de sus propias
contradicciones. Sería en la calma de ese ojo del huracán que se refugiara el
movimiento del hip hop cubano, por ejemplo; una de esas fuerzas que pugnan por
su propio desarrollo, en que superar de una vez la maldita circunstancia de esa
decadencia de la Modernidad.
Desgraciadamente eso no es lo único que ha pasado en San Isidro, sino que
también da lugar a su singularidad política; que es inevitable, pues ese alud
de contradicciones que manifiesta como en una performance, provienen de la
realidad política. El problema está en que esta naturaleza amenaza con
sobreponerse a esa turgencia que encausa, como otra convencionalidad; porque con
toda su marginalidad, San isidro no ocurre como una alternativa a la institucionalidad, sino
como una institucionalidad alternativa.
Como realidad política, con todo y su legitimidad, San Isidro sólo confirma
esa precariedad del destino cubano; que respondiendo aún al idealismo enfermizo
de los modelos políticos modernos, sólo puede ofrecer esta alternativa suya. El
problema con esta alternativa suya, es que su mismo desarrollo la llevará a
repetir los vicios que critica; simplemente porque estos vicios no son
categorías abstractas y moralmente eliminables, sino condiciones de la
naturaleza humana en que se realiza todo fenómeno.
Debe quedar claro, en todo el espectro de las contradicciones políticas
nacionales, San Isidro es lo más fresco; por ello es también lo que más
posibilidades tiene, más allá del pesimismo sobre el lúgubre destino de la
cultura. De lo que se habla aquí es de otra cosa, y es la cultura como base de
toda proyección política, donde no basta la buena voluntad; esa que reunió
tanta contradicción en un grupo seminal, que podría responder a la renovación
más total del país, sin agotarse en la maldita circunstancia de la política por
todas partes.
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