Thursday, September 17, 2020

Otro acercamiento a San Isidro


Fue Jorge Luis Borges el que comparó al tango y el jazz, afirmando que ambos comparten el origen escabroso; lo que no deja de ser un cliché, revelando en ello una intuición trascendente sobre la realidad. En efecto, todo proceso de desarrollo natural corre dialécticamente, de las orillas a la institucionalidad convencional; y eso se cumple también en los desarrollos culturales cubanos, por más que en esa retorcida forma con que en Cuba realiza su decadencia la Modernidad.

Fue a San Isidro, el barrio de las mujeres de mala vida, adonde vino a morir la familia Lezama Lima; que en su propia decadencia, arrastraba el último respiro del arte popular, elevado a la excelencia literaria. No hay que engañarse, José Lezama Lima era una institucionalidad, pero en sí mismo y no presupuestal; de esa precariedad el impulso vital que añadió otra espiral al desarrollo de la literatura cubana, contra el mimetismo vanguardista.

Habría sido ese mimetismo, supurando de los encontronazos personales, lo que arrinconara a la literatura cubana; primero con el estruendo intelectualista de la revista Ciclón, donde se alimentó la institucionalidad revolucionaria que se los tragaría después. La cultura cubana, resumida en el espejo de su literatura, moría en ese arrinconamiento progresivo de su intelectualidad; que se vanagloriaba del avasallamiento del titán, con la arrogancia olímpica de los que sólo pospusieron su propia marginación.

Ese es el antecedente del Movimiento San Isidro, que pareciera retomar los hilos donde los dejara caer el titán de Trocadero; una fuerza de renovación, que lloviera sobre las instituciones nacionales el alud de sus propias contradicciones. Sería en la calma de ese ojo del huracán que se refugiara el movimiento del hip hop cubano, por ejemplo; una de esas fuerzas que pugnan por su propio desarrollo, en que superar de una vez la maldita circunstancia de esa decadencia de la Modernidad.

No hay que olvidar que el Hip hop es de algún modo una contracción a los principios repetitivos de la rítmica primitiva; justo a una naturaleza repentista, que recuerda el origen sustancioso de toda cultura verdadera, antes de la sofisticación virtuosa. Curiosamente, como el tango y el jazz, el Hip Hop nacería de la misma turgencia popular de la cultura, en su marginalidad; y ese es sólo un ejemplo de lo que pasó en San Isidro, junto a la multitud de otros sucesos, como la contesta puntual de todas y cada una de las contradicciones nacionales.

Desgraciadamente eso no es lo único que ha pasado en San Isidro, sino que también da lugar a su singularidad política; que es inevitable, pues ese alud de contradicciones que manifiesta como en una performance, provienen de la realidad política. El problema está en que esta naturaleza amenaza con sobreponerse a esa turgencia que encausa, como otra convencionalidad; porque con toda su marginalidad, San isidro no ocurre como una alternativa a la institucionalidad, sino como una institucionalidad alternativa.

No que ese desarrollo no sea legítimo, sino que tiende a lo lastimoso, como tendencia que le corrompe el nacimiento mismo; en uno de los dilemas más dolorosos, a la vez que inevitable, de ese desarrollo improbable de la cultura nacional. A saber, era difícil prevenir una recuperación de ese golpe mortal a la cultura que es la institucionalidad gubernamental; cuya naturaleza clientelista, debida a su autoritarismo ideológico natural, la hace también la madre de toda corrupción.

Como realidad política, con todo y su legitimidad, San Isidro sólo confirma esa precariedad del destino cubano; que respondiendo aún al idealismo enfermizo de los modelos políticos modernos, sólo puede ofrecer esta alternativa suya. El problema con esta alternativa suya, es que su mismo desarrollo la llevará a repetir los vicios que critica; simplemente porque estos vicios no son categorías abstractas y moralmente eliminables, sino condiciones de la naturaleza humana en que se realiza todo fenómeno.

Otra cosa hubiera sido si —mucho más difícil— no se ofreciera como espacio alternativo para lo mismo, otra institucionalidad; es decir, que luchara por sólo persistir como espacio de expresión cultural, lo que ya es políticamente atrevido y extenuante. La diferencia habría estado en el resultado, con el espacio como base de la que habrían salido nuevos hombres con nuevos pensamientos; en vez de lo que parece que va a ocurrir, como otro pasillo en la danza de la dialéctica histórica como un bucle fatal.

Debe quedar claro, en todo el espectro de las contradicciones políticas nacionales, San Isidro es lo más fresco; por ello es también lo que más posibilidades tiene, más allá del pesimismo sobre el lúgubre destino de la cultura. De lo que se habla aquí es de otra cosa, y es la cultura como base de toda proyección política, donde no basta la buena voluntad; esa que reunió tanta contradicción en un grupo seminal, que podría responder a la renovación más total del país, sin agotarse en la maldita circunstancia de la política por todas partes.

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