Carta a Leandro
En su propia introducción al Gaspar de la noche, Bertrand fabrica esta
viñeta, y pone la moneda en manos del loco; él está resumiendo el romanticismo,
y como Quirón herido, desdeña la eternidad sin disfrute que obnubila a
Prometeo. Por eso, justificar a Trento con la gloria del Barroco es reducir tan
bella retorcedura a la mezquindad de los teólogos; lo que es ser muy mezquinos,
negándosela a los masones que lo construyeron, muchos de ellos judíos que espesaron
el estilo con su miedo.
Eso habría sido lo que tendría ese efecto de retardamiento, reforzado luego
por la otra fuerza de los árabes; solidificándose todos, como la argamasa, a un
costado de los Pirineos, bajo la mirada golosa de Carlo Magno. Eso es lo que
habría hecho de la cultura española el micro clima perfecto para no comprender
la justa protesta de Lutero; que avanzando la secularización de la sociedad
europea, despeja las vías de su capitalismo ante la persistencia del feudalismo
en Iberia.
Nada hay más hermoso que volver la mesa, para seguir la armazón preciosa
con que la aseguró el carpintero; igual que esa explicación especiosa, del otro
modo inconcebible concilio de Trento, más grande cuanto más pequeño. De todas
formas, son cosas destinadas a perderse, como los cuentos de los viejos; que es
en definitiva lo que es, para jóvenes que se solazan en su deslumbrante
ilustración.
Por supuesto, es de esa contradicción que proviene la condición barroca de
la naturaleza americana; si en definitiva América se construye en la extensión
de Occidente, cando el brazo que llega es el de España. Sin embargo, como toda
aristocracia, esa grandeza se funda en la barbarie y el exceso, la delincuencia
y el abuso; ni siquiera está mal, porque es lo natural, en eso consiste la
enigmática belleza de Dios, que puede hasta matarse al hijo.
Seja o primeiro a comentar
Post a Comment