El
problema del mundo puede estar en su organización, como periferia de Occidente,
y así como subdesarrollado; cuando en realidad se trataría de un hiper
desarrollo de esa cultura occidental, que así distorsiona la realidad en
general. El fenómeno sería como el de la gravedad, dado en la consistencia de
esta estructura de la cultura occidental; condicionando con su desproporción todo
otro desarrollo, como proyección histórica en tanto espacio temporal.
Esto comenzaría
tan pronto como la expansión del comercio fenicio a Micenas, con el desastre
minoico; pues esa debilidad estructural funcionaría desregulación de este comercio,
al sacarlo de su marco político. Pero este proceso se verá afectado a la altura
del imperio romano, declinando con el feudalismo cristiano; hasta el apogeo
moderno, que es impulsado por la expansión a las Américas, con el desarrollo
del capitalismo moderno. Esta expansión a las Américas funcionaría como aquella
del comercio fenicio, repotenciando la economía; que ya desplazando a la
religión como subestructura política de la sociedad, pasa a proveer sus determinaciones.
Este
capitalismo sin embargo difiere del primero en su carácter suntuario,
enfatizando la artificialidad de la cultura; no sólo por la acumulación de
capital, que deja de ser consecuente, convirtiéndose en causa objetiva de la
economía; sino por la naturaleza misma de los bienes concretos de este
intercambio, dirigidos al consumo suntuario. Desde el azúcar a los textiles, el
tabaco y el alcohol, y la tecnología para sostener esta producción como sistema;
todo esto creará un nuevo tipo de oligarquía, que culmina con la alta burguesía
como aristocracia de hecho.
Esto se
daría como determinación política y no cultural de lo social, distorsionando su
naturaleza antropológica; cuando la monarquía —específicamente en Francia— esquiva
la presión feudal, acudiendo a la burguesía financiera. Eso es lo que define al
absolutismo francés, como de hecho más efectivo en su contradicción con la
aristocracia tradicional; pero estableciendo a esta nueva clase en esa función,
que a su vez vuelve el capital de militar a financiero.
Esto establecería
a la acumulación de capital como un objetivo en sí, con esa exponenciación de
la cultura; que aunque estaba presente desde los imperios antiguos, carecía de la
artificialidad de ese consumo suntuario. Por supuesto, el consumo suntuario
habría existido siempre, pero no con esta sistematicidad y consistencia
propias; sino dependiendo aún de servicios primarios, que podía extenderse —no
necesariamente— en extravagancias. Sería el capitalismo moderno el que cree ese
nivel de consumo, dirigido directamente a una clase media; que como
especialidad no habría existido antes de la modernidad, producto de la debacle de
la aristocracia francesa.
Como
desarrollo, esto se conjuga con el proceso inverso de la monarquía inglesa en
Estados Unidos; donde la aristocracia financiera puede penetrar la tradicional
inglesa por su creciente capital, en una relación simbiótica. Como producto de
eso, en Francia surgiría una clase media de corte intelectual, de entre los
despojos de su aristocracia; que reproduce sus hábitos de clase, expandiéndolos
con su nuevo estatus de clase especializada, como intelectual; y en confluencia
con la burguesía norteamericana, que refuerza este elitismo en su relación con
esa aristocracia inglesa.
De ahí
esta nueva clase, como media, ambigua en su especialización política como
económica e intelectual; definida por el consumo, que repotencia el hiper desarrollo
occidental como cultura, en su relación con el resto del mundo. De ahí la
imposibilidad de comprender los problemas del mundo, según estos parámetros para
dicha comprensión; que son de Occidente y para la comprensión de Occidente, no
realmente del mundo y para comprender al mundo.
Esto por
supuesto es ya de conocimiento convencional, pero en las críticas de Occidente
sobre sí mismo; como parte de sus propias contradicciones, que dirigen su
entropía como un proceso complejo y total. El problema no es entonces de un Eurocentrismo,
que lo define y restringe a una realidad geopolítica específica; sino de la
estructura toda de su cultura, que habiendo sobrepasado su apoteosis se
precipita en su entropía.
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