Thursday, February 15, 2024

De la entropía de Occidente

El problema del mundo puede estar en su organización, como periferia de Occidente, y así como subdesarrollado; cuando en realidad se trataría de un hiper desarrollo de esa cultura occidental, que así distorsiona la realidad en general. El fenómeno sería como el de la gravedad, dado en la consistencia de esta estructura de la cultura occidental; condicionando con su desproporción todo otro desarrollo, como proyección histórica en tanto espacio temporal.

Esto comenzaría tan pronto como la expansión del comercio fenicio a Micenas, con el desastre minoico; pues esa debilidad estructural funcionaría desregulación de este comercio, al sacarlo de su marco político. Pero este proceso se verá afectado a la altura del imperio romano, declinando con el feudalismo cristiano; hasta el apogeo moderno, que es impulsado por la expansión a las Américas, con el desarrollo del capitalismo moderno. Esta expansión a las Américas funcionaría como aquella del comercio fenicio, repotenciando la economía; que ya desplazando a la religión como subestructura política de la sociedad, pasa a proveer sus determinaciones.

Este capitalismo sin embargo difiere del primero en su carácter suntuario, enfatizando la artificialidad de la cultura; no sólo por la acumulación de capital, que deja de ser consecuente, convirtiéndose en causa objetiva de la economía; sino por la naturaleza misma de los bienes concretos de este intercambio, dirigidos al consumo suntuario. Desde el azúcar a los textiles, el tabaco y el alcohol, y la tecnología para sostener esta producción como sistema; todo esto creará un nuevo tipo de oligarquía, que culmina con la alta burguesía como aristocracia de hecho.

Esto se daría como determinación política y no cultural de lo social, distorsionando su naturaleza antropológica; cuando la monarquía —específicamente en Francia— esquiva la presión feudal, acudiendo a la burguesía financiera. Eso es lo que define al absolutismo francés, como de hecho más efectivo en su contradicción con la aristocracia tradicional; pero estableciendo a esta nueva clase en esa función, que a su vez vuelve el capital de militar a financiero.

Esto establecería a la acumulación de capital como un objetivo en sí, con esa exponenciación de la cultura; que aunque estaba presente desde los imperios antiguos, carecía de la artificialidad de ese consumo suntuario. Por supuesto, el consumo suntuario habría existido siempre, pero no con esta sistematicidad y consistencia propias; sino dependiendo aún de servicios primarios, que podía extenderse —no necesariamente— en extravagancias. Sería el capitalismo moderno el que cree ese nivel de consumo, dirigido directamente a una clase media; que como especialidad no habría existido antes de la modernidad, producto de la debacle de la aristocracia francesa.

Como desarrollo, esto se conjuga con el proceso inverso de la monarquía inglesa en Estados Unidos; donde la aristocracia financiera puede penetrar la tradicional inglesa por su creciente capital, en una relación simbiótica. Como producto de eso, en Francia surgiría una clase media de corte intelectual, de entre los despojos de su aristocracia; que reproduce sus hábitos de clase, expandiéndolos con su nuevo estatus de clase especializada, como intelectual; y en confluencia con la burguesía norteamericana, que refuerza este elitismo en su relación con esa aristocracia inglesa.

De ahí esta nueva clase, como media, ambigua en su especialización política como económica e intelectual; definida por el consumo, que repotencia el hiper desarrollo occidental como cultura, en su relación con el resto del mundo. De ahí la imposibilidad de comprender los problemas del mundo, según estos parámetros para dicha comprensión; que son de Occidente y para la comprensión de Occidente, no realmente del mundo y para comprender al mundo.

Esto por supuesto es ya de conocimiento convencional, pero en las críticas de Occidente sobre sí mismo; como parte de sus propias contradicciones, que dirigen su entropía como un proceso complejo y total. El problema no es entonces de un Eurocentrismo, que lo define y restringe a una realidad geopolítica específica; sino de la estructura toda de su cultura, que habiendo sobrepasado su apoteosis se precipita en su entropía.


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