Elogio de Juan Gualberto Gómez
Esta reconciliación en una complementariedad es imposible, dada la falta de voluntad de ambas partes para ello; pero sólo en los términos inmediatos de la situación política, no en la perspectiva teleológica de lo histórico; y es aquí donde reluce Juan Gualberto Gómez en su prestidigitación política, para solucionar el conflicto. Esta capacidad de Gómez estriba en su propio proyecto político, de un directorio de sociedades negras y cabildos; que habría impulsado la creación de una burguesía y clase media estable y negra, con su propia proyección social.
Más allá de eso sin embargo, esto también habría permitido el desarrollo de sus prácticas mágico religiosas; que como relación especial con la realidad, extrae de esta las referencias existenciales para un pragmatismo efectivo. Ilustrativamente, el desarrollo republicano fue al costo de estas sociedades, compelidas a la marginalidad; donde devino en refugio del hampa, como profecía de auto cumplimiento para esa ilustración, en la persona de Fernando Ortiz.
Eso es grave, porque es esa ilustración —de la burguesía
blanca— la que organiza la estructura cultural del país; de la que se extrae
entonces esa determinación política de la sociedad, contraria al pragmatismo
religioso. No puede afirmarse que la corrupción de sociedades —como la Abakuá—
se deba exclusivamente a eso; pero tampoco hay dudas de que esa doble
marginalidad impediría su influencia mayor en la sociedad, y de ahí en la
política.
Aun así, ni la frontalidad policial ni el prejuicio
ilustrado lograron eliminar el atractivo de este asociacionismo; por el que
consiguió de todas formas la adecuación del espectro hermenéutico, con un
sincretismo profundo; y que consiste en una sinuosa pero efectiva inserción de
lo negro, como peculiaridad de la cultura cubana. Eso sería lo que no se ha
ocurrido en términos políticos —como buscaba Gómez—, sino sólo existencial y
ontológico; y el mérito de Gómez reside en haber encontrado la fórmula para esa
efectividad, aunque frustrada por la tozudez.
Aquí, no importa si reaccionando al estímulo de los Independientes, la posición de Morúa es igual de tozuda; ya que ni siquiera puede percibir la lateralidad de Gómez, en un pragmatismo tan absoluto que deja de serlo. Por eso, esta capacidad de Gómez queda pospuesta a la mera perspectiva, en que la tensión amaine por sí misma; permitiendo, siquiera en retrospectiva, este esfuerzo de reconciliación nacional, que es de madurez existencial.
Por eso era tan importante aquel registro de sociedades y
cabildos negros en Cuba, como pretendía Juan Gualberto; con el alcance de su
ritualidad, tan diferente de la ilustración convencional, como la de las
sociedades masónicas. Tal vez fuera por eso ese proyecto de Gómez fue
rechazado, por Morúa Delgado, que era masón a ilustracionista; condicionando la
solución efectiva del conflicto en las sutilezas del racismo nacional, hasta a
esta aceptación de su negritud.
Hay que tener claro que, aun aportando su valor
existencial como negro, Morúa Delgado era negro por defecto; es decir, no
positivamente, como una consciencia de lo que la negritud aportaba a la cultura
cubana en su cosmología. Habrá sido por eso que no pudo percibir la efectividad
de esta lateralidad de Gómez, cegado en su propio pragmatismo; pero con la
paradoja que deja de ser pragmático por su absolutismo, frente a esta
posibilidad abierta y silenciosa de Gómez.
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