Diogenadas alejandrinas
En principio, esto puede ser inhumano, en esa forma de
la hipocresía que es el altruismo con su altura moral; pero eso es un efecto
secundario de la falsa democratización, que obliga a todo el mundo a confluir
en su humanidad. El problema es que todo el mundo tiene prioridades distintas,
y obliga al resto a vivir con esas prioridades suyas; no sólo los poderosos con
sus ejércitos de sirvientes, sino también esos ejércitos de sirvientes en su
aparente desdén.
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A simple vista, la arquitectura hostil puede resultar
cruel e inmoral, pero no obstante existe en su propio sentido; y eso es lo
importante, porque lo real tiene sus propios parámetros, que no se atienen a
nuestra convencionalidad. En este otro sentido, la arquitectura hostil sirve
hasta una justicia poética, que restringe al pobre al nivel que escoge; en vez
de obligar a quién tiene otras prioridades a subvencionarlo, en su supuesta
pero mentirosa sencillez.
Lo mismo pasa con la literatura, que como la
arquitectura pasa el trauma de la época, con su populismo falsos; y en la que
la hostilidad es defensiva más que ofensiva, guardando la distancia con el expansionismo
de la sencillez aparente. Está literatura hostil puede aparecer en el
manierismo exagerado, o el culto finísimo de la más fina literatura; y que en
tanto exagerado excede la medida de lo real como necesario, para obtiene la de
lo real como voluntad y gracia.
Lo que puede llamar a confusión es esa promiscuidad
del falso populismo, desconociendo el sentido de las cosas; pues lo que ofrece
la hostilidad es la experiencia exclusiva de los clubes cerrados, protegiendo a
su consumidor. Eso, por supuesto, es lo que indigna, en esa perennidad de la
envidia, que desconoce los sabores que reclama; ante lo que no puede hacerse
nada, sino insistir en el rechazo, imperturbablemente Alejandrino, más
diogénico que Diógenes.























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