De algún modo, esta
postulación de una morfodinámica está vinculada a la autopoiesis de Maturana y
Varela; sobre todo por su concepto de continuidad espiritual de lo
biológico como potencia, aunque no lo plantean como tal. Sin embargo, este vínculo
profundo no es lineal ni explícito, sino parcial, indirecto y potencialmente
superado; ya que el punto de contacto, en esa continuidad espiritual de lo
biológico, alude a lo vivo como el Elán de Bergson.
Aquí lo vivo es por
definición una organicidad, que se sostiene a sí misma mediante su propia
operación, autopoiética; y eso ya es una forma de natura naturans biológica,
no como sustancia sino como una dinámica generativa. Ese carácter generativo no
se agota en el metabolismo ni es puramente mecánico, ni es reducible a
componentes; pero sí produce una organización, cuya potencia —en tanto formal— excede
lo biológico y continúa en lo cultural.
Esto es la
consecuencia filosófica no desarrollada por Maturana, y establece una
diferencia crucial con la autopoiesis; que Maturana limita a sistemas
moleculares vivos, y en lo que entonces sólo lo biológico es autopoiético. En
ese sentido, la sociedad no es autopiética, y la cultura no es continuidad de
la vida sino acoplamiento estructural; y aquí se rompe el vínculo, pues una
vez que la forma deviene autopoiética en lo biológico, se supra-organiza en la
cultura.
Es decir, esto introduce
una segunda autopoiesis, formal y simbólica, que Maturana niega explícitamente;
reduciendo el vínculo a extender la autopoiesis más allá de lo biológico, como
esto mismo lo es de lo físico. Esto lo habría evitado Maturana para no entrar
en metafísica, ya que de hecho excede su propio marco de interés; como no
ocurre con el Realismo trascendental, cuyo interés es de suyo físico y
ontológico, con esa repotenciación de la forma.
Esto puede resultar sutil,
pero i8ntroduce una funcionalidad distinta, ya que en la autopoiesis la forma
se mantiene; en la morfodinámica en cambio, la forma se autoamplifica
fractalmente, produciendo la cultura como naturaleza. Como principio, eso no
existe en Maturana, pero es compatible con la estructura de su teoría sobre la
autopoiesis; incluyendo la noción de emanacionista, como transición de lo
físico a lo cultural, que no existe en Maturana.
En ese sentido, la
autopoiesis no es sólo conservadora, sino que deviene creativa al alcanzar un
umbral crítico; sería aquí donde, entre la llamada continuidad espiritual, no
como una sobrenaturalidad, pero sí el epifenómeno de lo real en sí. La
secuencia final sería la materia organizada dando lugar a la vida, que
organizada a su vez da lugar a la mente; que organizada a su vez da lugar a la
cultura, cuya organización propia de lugar a la historia como naturaleza.
Esta axialidad reflexiva
es una extrapolación en Maturana, pero es consecuente aquí de la madurez formal;
de donde que la autopoiesis de Maturana sólo describiría un primer nivel de la natura
naturans, en organismos vivos. La morfodinámica describe ese principio,
cuando en su apoteosis energética la forma pasa a producir nuevas formas; una
de ellas —como estadio— es la cultura, haciendo de esta autopoiesis de la
forma, no de la biología.
En ese sentido, Varela
se queda en fenomenología y Luhmann la abstrae como comunicación, sin base
física; mientras Morin intuye la complejidad cultural, pero sin articulación
energética y en ello sin alcance ontológico; y Deacon roza la emergencia de la
forma, pero sin axialidad ni energía formal, y por tanto sin sistematización
última. La originalidad de esta teoría de la morfodinámica sería entonces que
integra la autopoiesis y la termodinámica; eso como madurez en la generación de
formas de lo físico, inaugurando así lo específicamente humano, como cultura.