Sunday, August 3, 2025

El mito del capitalista ilustrado

En 1914, Henry Ford introdujo dos medidas revolucionarias, al reducir la jornada laboral y duplicó el salario promedio; cosa que hizo por razones prácticas, ya que la rotación laboral era insostenible, la productividad estancada y la plantilla inexperta. Su reforma estabilizó el trabajo en la línea de montaje, aumentó la eficiencia y convirtió al obrero en consumidor; el éxito fue inmediato, y desde entonces su caso se cita como ejemplo de que tratar bien al trabajador puede ser rentable.

Sin embargo —y aquí está la paradoja, la excepción no se volvió regla—, pues muy pocos replicaron su modelo; las condiciones de trabajo siguieron deteriorándose, y el ejemplo sólo fortaleció al sindicalismo anticapitalista. La respuesta estaría en la naturaleza misma del capitalismo, como sistema que se reproduce a sí mismo (autopoiesis); lo que hace a partir de sus propios elementos, como el capital, el trabajo, la mercancía, el dinero, etc. Ningún elemento de este sistema actúa en función del sistema mismo, como bien común, sino de su propia supervivencia; lo que significa una competitiva inmediata, que consume todos los recursos necesarios para la mantención del sistema.

Las medidas de bienestar no son imposibles, pero sí arriesgadas si el entorno no garantiza que todos harán lo mismo; y Ford pudo hacerlo porque era un monopolio de hecho, con control y márgenes amplios, y escasa competencia directa. Sus condiciones eran excepcionales, e imitarlo sin esas ventajas habría sido suicida para cualquier otro empresario; la presión por reducir costos y aumentar márgenes lleva a la lógica contraria: precarización, subcontratación, externalización.

En otras palabras, lo que es racional a nivel sistémico no es funcional desde la perspectiva de los actores individuales; y esa contradicción estructural, impediría que una solución evidente se convierta en norma, por su excepcionalidad. Se puede decir que el trabajador es un capital de inversión en sí mismo, mejora el rendimiento y genera consumidores; pero el capital no es racional, y no tiene forma de internalizar ese valor de manera inmediata y funcional.

El empresario que invierte en bienestar asume un costo que, en muchos casos, beneficia también a sus competidores; sin un mecanismo de coordinación colectiva, esa inversión no se justifica en términos de ganancia privada. Eso no significa que el capitalismo de estado —que es lo que es el socialismo— sea más racional, sino sólo que lo aparenta; en realidad responde al mismo principio, por el que la economía no premia lo que es bueno para todos, sino lo que permite sobrevivir a cada uno.

Es por eso que, incluso si algo es evidentemente beneficioso a largo plazo, aún puede contradecir la lógica competitiva; en una suerte de razón trascendente (trascendental), por la que los procesos diacrónicos colisionan entre sí. Los Estados nacionales intentan corregir esa disfunción sistémica, con el llamado Estado de bienestar; pero esa solución —que es socialista— es más bien una tregua inestable, que termina devorada por sus propias mediaciones; en la corrupción —también sistémica— de su burocracia creciente, por parte de una clase media improductiva.

El error estaría en el intento de estabilizar lo que es dinámico (dialéctico), como la relación entre capital y trabajo; en un esfuerzo que solo posterga el conflicto y lo disfraza de equilibrio, a la vez que consume los recursos de la estructura. Los Estados socialistas llevaron esa lógica al extremo, y al suprimir la propiedad privada congelaron la movilidad; resultando sólo en una estabilizaron la clase técnica, que finalmente descapitaliza a la sociedad entera. La generalización de esa excepcionalidad de Henry Ford, sólo responde a la dinámica seudo religiosa de la ideología; que es la base de la ineficiencia capitalista del socialismo —en su corporativización del capital— y el neoliberalismo.

Tuesday, July 22, 2025

Un tranvía llamado deseo

La violencia sexual con que culmina Un tranvía llamado deseo capitalizaría su objeto, distorsionándolo en su interpretación; se olvida, por ejemplo, que es una catarsis, aunque dramática y no del espectador, en su originalidad y eficacia. Esta distorsión sería de origen intelectual, que es por lo que no comprende el carácter de la reflexión de Tennese William; y que obvia en la tensión entre Kowalski y Blanche Dubois la relación de sus ascendientes, en la mediación del matrimonio de este con Stella.

Mucha de esta culpa la tendría la estetizada masculinidad de Brandon, que además es cinemática y no teatral; ya que el objetivo absoluto de la actuación de Brando —no de Kowalski— es el cine y no el teatro, importe su puntualidad. Eso mismo, por ejemplo, habría hecho María Félix con la Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, fijando el cliché en su persona; limitando las posibilidades del personaje, y con ello la actualidad de su función reflexiva como mito, que es lo propio del arquetipo.

En sí mismo entonces, Kowalski es un cliché de polaco para Williams, cono Blanche es el amaneramiento francés; y debe estar claro que Williams se identifica con Kowalski, en su protesta contra esa afectación de aristocrática sureña. El conflicto, que se presenta como cultural, es en verdad ideológico, por el populismo intelectual de Williams; que asume la representación del proletariado, idealizando la rudeza de Kowalski, como la católica fe del carbonero.

También debe estar claro que Blanche Dubois es un cliché norteamericano del afrancesamiento, no de lo francés en sí; dado en que la Francia es sólo el ascendiente de Blanche, y no la actualidad proletaria que agobia al polaco en New Orleans. Williams se realiza así como esa tradición del idealismo norteamericano, que pasa a lo trascendente como inmanencia; en una irracionalidad que se justifica a sí misma por su supremacía moral, en tanto no aristocrática sino proletaria.

Este dualismo lo toma la literatura norteamericana del romanticismo europeo, pero en la moderación inglesa; luego exacerbado, en lo norteamericano, por la contradicción ideológica como cultura, en su determinismo político. Este habría sido el drama de esa obra, pero obviado por esa intelectualización, que desconoce su origen ilustrado; contra la nimiedad de lo real (Stella), como naturaleza de Kowalski, contradicha por el elitismo esnob de Blanche Dubois.  

El excesivo intelectualismo se concentra entonces en la estetización del deseo, ignorando la transitoriedad del tranvía; obsesionado por la violencia sexual en ese esteticismo, como la cultura decimonónica que expresa en su decadencia; ante el vigor de lo norteamericano, supuesto en ese carácter popular de la simpleza de Kowalski, de alcances homo eróticos. No hay que olvidarlo, Blanche Dubois no es lo francés sino una idea de Francia, soslayando la humildad de Stella; y la incapacidad del teatro para acceder a este núcleo dramático, probaría la ineluctabilidad de esa decadencia; ya que soslaya al verdadero héroe trágico, que es Kowalski pero como clase, en ese valor ideológico del drama.

No hay que equivocarse con Tennese Williams, sureño como Faulkner pero formado en el liberalismo de Columbia; una tradición desde la que rechazará —por su carácter ilustrado— el conservadurismo del que proviene. Eso lo hará con la misma calidad formal que su contraparte (Faulkner), no ya en lo ideológico sino en lo formal mismo; que es en lo que se les puede equiparar, como titanes de la tensión en que se realiza el país, como totalidad sistemática.

La elevación de este drama a arquetipo no diluye su naturaleza ideológica, sino que la realzaría como una actualidad; ya que al menos en esta proyección intelectualista, su connotación inmediata es política como lo existencial. Eso puede estar errado o no, como se verá en las diferencias del trascendentalismo histórico y el Realismo Trascendental; pero es en todo caso la premisa, en esa función referencial del arquetipo, que la establece como al mito antiguo; no el esteticismo decimonónico, que cree en un formalismo racional como trascendente, en vez de la función inmanente.

El énfasis en la victimización de Blanche Dubois, es una sublimación paradójica de la masculinidad de Kowalski; en ese culto homo erótico, que poco tiene que ver con la profundidad de ese espíritu norteamericano. Un tranvía llamado deseo, puede así realizarse todavía, como una reflexión objetiva sobre lo real, como su propuesta original; permanecer en cambio como el gesto vacío, que aún pierde al arte en ese falso esteticismo de su amaneramiento.


Friday, July 18, 2025

Laviada como caso clínico de la cultura cubana

Primero, hay que dejar claro que el caso Laviada no es singular sino típico, sino que por el contrario es clínico; pero permitiendo, en esa vulgaridad suya, una mejor comprensión de las constantes de la cultura cubana; imposibles de percibir en sus figuras descollantes, justo por esa extrema singularidad, que las distancia del común. Aquí sin embargo, hay un callado y simple cumplimiento de todos los defectos diagnosticados a esta cultura; desde el tan llevado y traído —como incomprendido— choteo de Jorge Mañach, y hasta el racismo intrínseco.

Sobre su famoso choteo, Mañach diría que es como una adolescencia cultural, útil en principio pero luego contraproducente; porque esa eficacia misma defensiva se vuelve contra el desarrollo de la estructura cultural en que se organiza lo real. Los ejemplos sobran, pero se pierden en la manipulación política, en que todas las partes se reflejan unas a otras; sin embargo, es bueno observar cómo persiste esa actitud, incluso en la tenue puntualidad de su elitismo intelectual.

Este caso de Ulysses Álvarez Laviada se complica en apariencia, sintetizando la mediocridad intelectual y el racismo; pero debe partirse de que sólo la mediocridad intelectual permite o determina una expresión mediocre, como esa del racismo. En todo caso, lo que recurre en él para ambas instancias es el choteo, no importa si refinado y de apariencia sutil; porque al final reluce con toda su grosera vulgaridad, en ese resentimiento del intelectualoide mediocre y mezquino.

Como racista, Laviada identifica a Ignacio T. Granados con el funcionario cubano Esteban Lazo, porque son negros; es decir, no importa —de hecho se desconoce— la distancia ideológica entre ambos, reducidos al color de su piel. Todo eso, en el contexto de una supuesta parodia, que en ello revela —no importa la calidad— su intención; que es de crítica mordaz en la comicidad —tampoco importa si conseguida—, en esa práctica habitual del choteo.

Es aquí donde reluce el otro aspecto de la chocarrería, en la burla procaz con que se desactiva un concepto profundo; que sobrepasándolo por su sutileza, rebaja al mero ditirambo de lo cantinflesco, como es también habitual. El concepto en cuestión es el de trialéctica, sobre el que Laviada afirma que Granados no tiene propiedad (trademark); lo que es discutible, si el concepto surge y toma su consistencia en estudios publicados de filosofía, con derecho de autor.

De cierto, en filosofía es difícil —pero no imposible— proclamar propiedad sobre un concepto como ese de Trialéctica; que siendo recurrente, es probable que tenga paralelos igual de eficientes, aunque difícil que literales. En todo caso, es más difícil aún que un filósofo devenido en chota consiga esos ejemplos, aún si existieran; y menos que pueda explicarlos, como —por ejemplo— su vínculo con una determinación tricotómica de lo real.

Lo importante al respecto, es el esfuerzo por invalidar el alcance del concepto, y con este del trabajo que lo sostiene; en esa mezquindad típica del intelectual mediocre, que sólo puede mostrar su resentimiento en una parodia. Es en esto que se percibe el racismo, como naturaleza del resentimiento, y que responde así la inferioridad intelectual; que es en lo que el choteo deviene en contraproducente, obstaculizando el desarrollo de la estructura que dice defender.

Thursday, July 17, 2025

Ontología Bantú, de Placide Tempels

No es extraño que este libro sea desconocido en Cuba, si la etno-antropología cubana se mantiene como occidental; es decir, estructurada alrededor de esta cultura en su etnocentrismo, y por tanto dirigida a sus objetos propios. Sin embargo, no es casual que este libro apareciera en la primera mitad del siglo XX, con la decadencia de ese mundo; que ya rebasada su apoteosis moderna, con la postmodernidad, cede a la emergencia de su marginalidad cultural.

Como principio, la amplia población bantú de Cuba justificaría un desarrollo de este tipo, no sólo en esta marginalidad; sino por su misma determinación de la cosmología nacional, en el desarrollo de su mestizaje como cultura. Todo eso sin embargo, tiene valor existencial y no político, que es por lo que explica su marginalidad; en la que incluso los grupos sociales supuestamente interesados no se interesan, dadas sus propias prioridades políticas.

Gracias a Dios, de todas formas incluso la postmodernidad discurre en esa decadencia moderna, con este desarrollo; que en tanto emergente, saca a la luz los instrumentos epistémicos, ajustando la comprensión del mundo. Esta edición viene de la mano de Ángel Velásquez Callejas, y es mediocre, pareciendo incluso mecánica; al menos por detalles como el de la página catorce del libro, en que se conserva una duda sobre el término original. El término en cuestión es evolué, que el traductor original conserva en francés por falta de equivalente inglés; pero que a estas alturas todo el mundo —excepto los traductores automáticos— sabe que se refiere a civilizado.

El problema ahí es de contexto, naturalmente ambiguo en su primera traducción, pero no con experiencia lexicográfica; que es lo que permite las dudas sobre la calidad de esta traducción, e incluso su legitimidad y sentido. Este traductor último es conocido por desastres exegéticos anteriores, como la corrupción de una novela interesante (Erótica); a la que rebajara a manual de auto ayuda, con una teología deficiente como la del llamado poeta en acto.

Nada de eso sin embargo es importante, porque el libro existe en sí mismo, y las personas pueden acceder a él; incluso con esos defectos, que aunque graves son perfectamente corregibles por cualquier realmente interesado. Eso es lo importante, porque más allá de esa técnica de seudo metafísica del poeta en acto, retiene su alcance propio; que no sólo es cosmológico, sino que realmente corrige los excesos idealistas de la ontología occidental, con su realismo.

Por supuesto, para entenderlo, habría que partir de un contexto epistemológico propicio, como el realismo Trascendental; cuya ontología, partiendo del caos cuántico, se reconoce en ese realismo, étnicamente aguado en el occidentalismo. Eso sí, este reseña no está escrita usando fuentes de segunda, sino que parte de una lectura calma e interesada; que gracias a ello pudo sobreponerse a esos defectos intrínsecos, hasta el punto de ciertamente recomendar el libro.

Tuesday, July 15, 2025

Es Laviada de Cuba, no os asombréis de nada

El señor Ulysses Álvarez Laviada es a todas luces un caso típico de intelectual cubano, esa plaga todavía incomprensible; es decir, formado en la cortedad de las instituciones cubanas, se piensa suficiente para entender la realidad. Salido de la facultad de filosofía de la Universidad de la Habana, su formación se reduce obviamente al Marxismo; en el sentido de centro con que parametrizar todo otro conocimiento partiendo del mismo, sea a favor o en contra.

Es tan complejo que quizás lo sobrepase la sutileza, porque el Marxismo también puede —como aquí— ser negativo; en el sentido de que toda crítica está determinada por su objeto, de modo que participa de su misma apoteosis. Así, por ejemplo, el Cristianismo incorporó el Maniqueísmo, en la crítica de San Agustín, que era política; explicando esas paradojas que la cultura introduce en la historia, porque contrario a esta, ella sí es la realidad.

No es que eso no tenga valor, sino sólo que relativiza el alcance del criterio, como es siempre lógico y natural; pero no para esa especie singular que es el intelectual cubano, que exhibe su naturaleza como último argumento. Claro, debe recordarse aquí la otra sutileza, por la que como naturaleza el intelecto es un parámetro de mediocridad; en tanto sirve para establecer una media en la cultura, en ese afán de trascendencia que diluye al espíritu desde Hegel.

En este caso, también por ejemplo, la crítica al Marxismo no lleva a Laviada a superarlo en su obvia relatividad; sino a contraerse al Hegelianismo,  como si no hubiera sido este el que produjera al otro, en su interpretación; una derivación tan legítima en su argumento como cualquier otra, en tanto informada por el conocimiento. En esto sin embargo radicaría el problema de Laviada, dado que su crítica parece ser de todo menos informada; limitándose en más de un caso a alguna fuente secundaria, la mera lectura de índices o el apresuramiento crítico.

Obviamente, esta incapacidad de criterio es entendible como fundada en el prejuicio,  característico de su cultura; no importa si alega —como también es típico— antecedentes raciales, que no le evitan el respingo con que reduce genéricamente lo negro. Eso es comprensible, en tanto expresión natural del racismo subrepticio cubano, no virulento como el norteamericano pero más eficiente en ello; ya que desagua los argumentos con la burla procaz y reductiva, tenuemente justificada bajo la categoría de ficción paródica.

Ejemplo de esto, su intento de centrar una parodia política con un esfuerzo como la CogiNganga, reducida a Negrismo simbólico; y que nace de su evidente frustración, ante la densidad metafísica de Fundamentos del Realismo Trascendental. Aclárese que, aunque escrito con independencia, la CogiNganga es una suerte de suplemento al del Realismo Trascendental; pero tan denso como el otro, se presta más sin embargo a la reducción caricaturesca, que es la forma cubana de argumentar.

Téngase en cuenta que la CogiNganga es una sistematización, que concilia los conceptos del Cogito y la Nganga; que como opuestos complementarios, se relacionan efectivamente en la cultura popular, dada en la Mojiganga. Reducir todo eso al negro simbólico, como la acción que parodia políticamente Laviada, es por lo menos patético; tratando de reducirlo todo a su medida, como en el mito ilustrador de Procusto y su lecho, que es el signo de su ascendencia cultural.

Parece que radicado en Londres, Laviada resuda el afán de trascendencia en su subscripción al blog periodístico Medium; un espacio en el que los escritores sin suerte aspiran a consagrarse profesionalmente, sin el sambenito de la auto edición. Está claro que tendría futuro en Miami, donde la Generación del Mariel espejea al institucionalismo cubano; y donde podría encajar con esos afanes de trascendencia, en que trata de pasar su ego por la trascendencia de la patria. Esa es la característica principal con que unos reproducen a los otros, desde aquella frustración que los fundara a todos; y que al final los reúne a todos en esa inmanencia que rechazan, como esa envidiosa mezquindad que los lastra.

Wednesday, July 9, 2025

¿Qué pasó con el neoliberalismo?

En primer lugar, que no era liberal sino neoconservador, y ese es el problema de las paradojas, que son engañosas; sobre todo en este caso, en que la burguesía trató de superar su propia inteligencia, para sólo engañarse a sí misma. El problema del neoliberalismo era en la naturaleza feudal Modernidad, contenida por las convenciones democráticas; porque el aporte de la Modernidad fue la moderación —no la superación— de la estructura medieval, con esas convenciones.

Eso es lo que explica la relatividad de la democracia moderna, sin que se desquicie —como pudo— en la anarquía; contenida en el elitismo autoritario de los intelectuales modernos, no en un acceso de la clase popular al poder. Esos intelectuales fueron alimentados además por una aristocracia disidente, a la que legitimaron en su populismo; que en eso consistió el desarrollo ideológico del liberalismo, legitimando la soberanía en el pueblo en vez de en Dios; pero igual marginando a ese pueblo que lo legitimaba del poder efectivo, por su supuesta incapacidad intelectual.

Esto explica el populismo, porque la revolución nunca es popular sino populista, en otro de esos giros políticos; pero más importante aún, explica el crecimiento subrepticio de la clase media, hasta esa apoteosis de la excelencia intelectual. Después de todo, como parámetro de la cultura, lo es también de mediocridad cultural, en más giros paradójicos; dando sentido a esa profesionalización que distorsiona a la economía con la tecnocracia, desplazando al pragmatismo.

Eso es lo que hirió a la burguesía, la traición de una aristocracia demasiado autoritaria para convertirse en burguesa; como sí sucediera en Inglaterra, donde —a diferencia de en Francia— la aristocracia era demasiado fuerte. Es por eso que el absolutismo fue tan relativo en Inglaterra, sin permitir a su monarquía los excesos políticos de Francia; porque tampoco existe tal cosa como la Historia, sino los desarrollos peculiares que organizan la cultura.

Así que el problema del neoliberalismo no era su naturaleza burguesa, sino su descaracterización como clase; por la que accedió a formarse en las escuelas de negocio de las universidades, en vez de en la práctica real. Sería por eso que terminaría subordinando la productividad a la planificación, en la cultura corporativa de lo político; y acabando así como lo político, desgastando su propia base material en la proyección política, como el socialismo.

Esta descapitalización puede no ser teóricamente visible, disuelta como está en la inflación creciente de la economía; con la devaluación del salario, que mueve su valor a la ganancia de los inversionistas, en un aumento aparente de la productividad. Este habría sido el tipo de truco con que el ministro de finanzas de Luis XVI financiaba la independencia norteamericana; pero a costa de la solvencia de esa misma monarquía, y a la que terminó culpando de su despilfarro, como todavía.

También es cierto que no hay tal cosa como una economía socialista, sino un capitalismo de estado, en lo corporativo; que es la distorsión leninista del Marxismo, ante la falencia de este por crear una alternativa económica efectiva. Al respecto, el truco de Necker no fue precisamente esta productividad aparente, sino el presupuesto contra la deuda; pero de lo que se trata es del carácter tecnocrático de estos trucos, que reducen la inteligencia a la prestidigitación.

El neoliberalismo fue así la última ofensiva burguesa, pero una burguesía ya herida y debilitada en su falta de carácter; que la comprometió con la tecnocracia de los políticos modernos, demasiado mediocres para ser efectivos. En realidad, el neoliberalismo habría sido la alternativa al socialismo, ante la muerte inevitable del comunismo soviético; apropiándose de la estructura tecnocrática del corporativismo político, con la ineficiencia de los imperios clásicos; desde la retórica moral de la meritocracia, tan falsa como autoritaria, pero tan irracional como nunca lo fue la aristocracia feudal.

Así que el neoliberalismo se debilitó tanto que nadie se dio cuenta de su muerte, bajo el asedio del socialismo; tan débil él mismo que no puede dejar de conducir a la anarquía, paradójicamente desde un conservadurismo clásico. Eso tiene sentido, como un esfuerzo para preservar recursos políticos, después de la debacle cultural del racionalismo; que es antropológica, empujando a toda la civilización occidental hacia el abismo, con esa fe ciega en su elitismo.

 

Thursday, July 3, 2025

Torres Zayas, poste de Legba y espalda de Lachatañeré

En Cuba acaba de ocurrir un suceso minúsculo pero trascendental, reflejando un desarrollo apoteósico de su cultura; y es la entronización de Ramón Torres Zayas como director del Instituto de Antropología, del que era subdirector. Lo único comparable a esto es la elección —tras diecisiete años— de un director negro para la NACAAP, en Estados Unidos; con la salvedad de que este caso afecta a toda la cultura nacional, y no sólo la expresión política de un segmento, como en ese caso.

En Cuba esta corrección es sísmica, porque promueve la comprensión del negro por sí mismo, no en su patrocinio; a lo que Torres Zayas une una formación mayormente autodidacta, que lo aleja de las convenciones académicas. Con todo, esta promoción no es simbólica sino efectiva, pues Torres se ha desarrollado en el trabajo constante; de modo que no se trata de justicia poética, sino de una adecuación que corrige los defectos estructurales de la antropología cubana.

Así, Zayas tiene el destino de Anténor Firmin en la antropología haitiana, sosteniendo la renovación de Occidente; y lo tiene sobre la espalda de Rómulo Lachatañeré, ninguneado desde ese paradigma en el convencionalismo de Fernando Ortiz. Torres es además un jerarca Abakuá, garantizando el respeto a la más probable espina dorsal de nuestra cultura; pudiendo reflotar el alcance de nuestra Negritud, desde la madurez y suficiencia que le faltara en su primera floración.

En ese sentido, Zayas ha de hilar muy fino, por el espesor de lo político en la actualidad de la cultura cubana; no importa si perece en esa ambigüedad de los sacrificios, pues ya su destino de Firmin se cumple en su nombramiento. También ha de lidiar con el tráfico negrero de la academia, a la que está expuesto en la precariedad presupuestaria del país; pero cuenta con la dignidad de su experiencia, y seguro también con la unción de todos los tambores de Cuba al África.

En todo caso, Torres Zayas no tiene que demostrar nada, pues todo es ya visible con este triunfo sobre el irrespeto; como un reconocimiento no ya a él mismo sino a su capacidad, depositada en él por todos los que le han antecedido. Ciertamente, con ese ceremonial de lo político, Zayas tendrá menos tiempo para investigar, ante la obligación de asegurar recursos; pero en eso también está ahí, visible como el poste de Legba en el Vudú, para el asesoramiento y la formación de los pinos nuevos.

La alegoría no es gratuita, porque Zayas está gestando con manos de partera la dimensión del mestizaje cubano; lo que ya era importante pero no suficiente, porque le faltaba la dimensión histórica, que trasciende al independentismo. También deberá comprender —o hacer que se comprenda— la función del conservadurismo negro, como su mejor aliado; porque este conservadurismo no es ideológico sino funcional, en esa precariedad que lo preservó a él en su marginalidad.

Será por esta funcionalidad que confluye con la otra del conservadurismo liberal, en ese oxímoron de lo político; que hace al liberalismo alzarse en custodio de la moral, como la cultura evangélica desde la violencia de San Basilio. Aún ahí, el conservadurismo negro se diferencia del liberal, por esa precariedad en que debe preservar sus recursos; mientras el otro desciende al mismo valor ideológico del conservadurismo convencional, en el Idealismo.

Así, el mejor instrumento que tiene el doctor Zayas, es esa inteligencia del pragmatismo popular como cultura; que le ha permitido atravesar la teluridad de las pugnas institucionales, en una entidad necesitada además de recursos. Es aquí sin dudas donde se probará la inteligencia de Zayas, no ya en su agudeza para la singularidad etno-antropológica; sino en la otra, que asegure su propia continuidad, a la vez que impone el carácter y peso a la antropología cubana.

Thursday, June 19, 2025

Arte, déjame- pensar.

Por Angela de Mela

El viaje de la identidad cultural alimenta su condición cuando acepta su contenido secular y se agrega al presente. Sin este completamiento nada podría decirnos la obra de un Miguel Ángel, pues la grandeza de toda obra por mucha que esta fuera, escaparía a nuestro entendimiento. La Odisea o la Ilíada no contarían igualmente con su justa apreciación, despojadas ya de vínculos y de pertenencia en el constante viaje de su identidad.

Y aquí parece encontramos uno de los temas primordiales de la cultura en nuestros días.

Sabido es que el arte y la literatura cuando resultan ser un número más en un mercado incapaz de no atinarle a su condición, este tiende indefectiblemente a usurpar su valor, pues bien, a ello deberá sumarse lo que realmente resulta hoy, actualizándonos en su realidad y en su verdad, donde no solo se está tratando en el ahora mismo, de poner a prueba la calidad inmanente del arte y la literatura, sino también y es esto lo más alarmante, su carácter, la condición primordial de su existencia.

El mundo tecnológico, su acelerado desarrollo ofrece a lo contemporáneo enormes oportunidades para ennoblecer el contenido cultural y comunicarlo, el acercamiento de la tecnología al arte ,ha abierto disímiles variables y no pocos derroteros a lo artístico, muchos de los cuales, aún no han sido examinados convenientemente y puede que con ello, nos encontremos ante una muy renovada, desconocida y silenciosa , arquitectura de lo anodino intentando cada vez más ser lo supletorio del Arte y la literatura. En el caso de esta última, por ejemplo, las redes, las aplicaciones, los nuevos formatos de entrega se abren a los receptores y a los creadores en una multiplicidad donde escoger supone ya de por sí una labor titánica.

En la pintura se superponen las opciones artísticas dando paso a nuevas opciones del arte visual, algunas de ellas muy loables y plausibles, pero otras ni siquiera rozan el límite de lo aceptable; si a esto agregamos que el ejercicio de la crítica tiende a desaparecer de ese entorno cuasi selvático de posibilidades; pregunto, que es escoger hoy, sabemos escoger, ¿sabremos cribar para hacernos de ese presente capaz de alimentar la riqueza que deberá alimentar la identidad del Arte? El discurso transgresor vende, y del mismo modo se invisibiliza lo que no aparece como rompedor, pero sin embargo es en la continuidad donde se encuentra algo verdaderamente valioso.

En el fondo lo disruptivo es pantalla para lo fácil, el respeto al conocimiento, al esfuerzo y al oficio parece estar en las antípodas de este desacertado entender del arte y la literatura. Lo original se difumina, hay una insumisión ante lo original y una irreverencia ante lo permanente Así la disolución, la evanescencia, del valor de lo artístico en su carácter primordial, acusa de convertir-le en cualquier cosa que se proclame en ello; ya no como sucedáneo, sino como apropiación de su esencialidad, ocupas de su cometido, donde la valoración, nuestra capacidad para “ apreciar “ ha sido cedida a la estulticia, en el para qué preguntar, entender, disfrutar del conocimiento del arte cuando su fugacidad no lo ha hecho relevante. Lo relevante es su consumo fácil, la usurpación silenciosa. Usurpación y fraude, a un costo más alto de lo que podamos suponer, arte no para dejar de pensar sino para “pensarte”; y que se refrende el pensamiento ante la astuta y nueva conversión de los valores, que parecen apuntar hoy nada menos que a desvirtuar la esencia de la creación; y con ello desde luego, el viaje a su condición humana, después de hacernos la pregunta más radical: cuando es indiferente el valor del arte y la literatura, cuando escapan a su contenido virtuoso, será porque acaso no son lo importante?

Sunday, June 8, 2025

Del número de Afro-Hispanic review dedicado a Georgina Herrera

A casi cuatro años de su muerte, The Afro-Hispanic Review dedica un número temático a la poeta Georgina Herrera; y la demora puede —pero no se sabe— deberse a la tensa negociación acerca de su cuestionable legitimidad. El número fue planeado al momento mismo de su muerte, y fui invitado a participar por Juana María Cordones, como editora invitada; pero lo condicioné a la exclusión de Roberto Zurbano —por motivos que todos sabrán—, a lo que se negó.

Ni la reluctancia de la invitación ni la negativa son importantes, por banales y secundarias en la subjetividad; pero la aparición de este número apunta a un apaciguamiento, más ofensivo aún que la ofensa original. No condicioné mi participación a la exclusión de Zurbano por arrogancia, sino por su irrespeto y oportunismo; y el hecho de que lo excluyeran sin renovar mi invitación, habla de esa arrogancia y oportunismo, y de cobardía y debilidad.

No se trata de una pugna entre dos mediocridades, sino de la ascendencia de Georgina Herrera en su maternidad; usurpada —o pretendida— por Zurbano en sus manipulaciones, a manos del negrerismo de las universidades norteamericanas. Puesto así, podrían hasta ponerlo de editor invitado a él, pues la ofensa es hasta mayor, si se excluye al hijo de Herrera; no importa la razón que se blanda, más allá de la hipocresía irresponsable con que se habla y elogia su maternidad.

Aquí mismo se le menciona, como origen del ultraje a Georgina Herrera, para que quede claro que se trata de dignidad; algo que ha desconocido esa revista, en esa arrogancia de aristócratas franceses ignorando su destino a finales del siglo XVIII. Eso explica esa naturalidad, con que gastan dineros públicos en darse palmaditas, mientras siguen explotando negros; ignorando en ello además la dignidad de quien no los necesita, porque no vive de dinero ajeno en su supuesta aristocracia.

Alternativas tuvieron, que al menos les hubieran salvado la cara, en una delicada situación que merecía cuidado; aunque hubieran tenido que quitarle el feudo a la blanca, y no hay negro —de Vanderbilt a Puerto Rico— que se atreva a tanto. Eso, más aún que lo personal, es lo que duele de este portazo, como debilidad de una raza incapaz de dignificarse; en una prueba de que nada ha cambiado, sino que sólo han aumentado la nómina de contramayorales y mayordomos.

De hecho, y como es propio del comportamiento racial, este número ni siquiera hace justicia a Georgina Herrera; porque obvia su importancia, más axial que anecdótica, en la determinación del cosmos negro en Cuba. Eso, que ocurre en el poder intenso de su poesía, es mayormente manipulado como una poética de resistencia; que le escamotea en ello el alcance existencial, con que rearma el ethos cubano en su verdadera dimensión.

Demasiada gente importante ha colaborado en ese número, y uno no sabe las condiciones ni por qué lo hicieron; basta la buena voluntad de algunos, para no andar ofendiéndolos a todos, en lo que sería un acto de vanidad imperdonable. Sin embargo, a los que sí saben que actuaron con doblez y cobardía, sólo queda lamentarles la pobreza y mezquindad; si tan trascendentalistas son, deberían saber que esto es lo que quedará de ellos, la soberbia e ignorancia que exhiben; porque con semejantes actos de fuerza, sólo muestran su debilidad, en esa dependencia vergonzosa de dineros públicos.

Tampoco hay que agotar los límites del amor, no importa lo inmenso, pues siempre se seca ante la inconsistencia; y eso sería irreparable, después de haber crecido sólo de la fe y el recuerdo de un pasado ya lejano. No es extraño que eso lo haga el institucionalismo cultural cubano, al que esa prepotencia irreflexiva es natural; pero es triste que universidades norteamericanas —que usan dineros públicos— lo acompañé así, al abismo de esa vulgaridad.


Thursday, June 5, 2025

Oshún y la historia de la prostitución en Asia

Que la cultura se resuelva en tricotomías, trialéctica y no dialécticamente, no es sorprendente a estas alturas; pero sí lo es que las funciones en que esto se realiza en una específica (Asia) se expliquen en otra (Africa). Este es el caso, aleatorio pero puntual, de la prostitución en Asia, con los fenómenos de China, Japón y Corea; cuyas culturas se expresan en estructuras políticas distintas, y por ello con diferente alcance existencial.

En todos los casos, por su universalidad, la prostitución tiene una historia antigua y más o menos común; que se define hacia el final del medioevo europeo —como un parámetro convencional—, con el de ellos mismos. Mientras en China se consolida el imperio absoluto, en Japón se fragmenta en el trauma del Shogunato; y entre esos extremos, Corea se desarrolla como espacio vasallo del imperio chino, bajo la amenaza japonesa.

Que la prostitución sea tolerada pero no institucionalizada en China, es natural bajo la fuerte moral confusionista; regulada por su fuerte impronta cultural, no importa su rechazo por el puritanismo imperial, habitual a toda aristocracia. Esto es lo que se extiende al vasallaje coreano, más conservador incluso en el mimetismo, por los juegos del poder; en una sociedad mayormente campesina, sin las grandes ciudades que hacían al fenómeno inevitable en China.

En la era Corea, las prostitutas provenían de familias marginadas o esclavas, y de hecho no había burdeles; los primeros aparecen con la apertura de los puertos en 1876, y justo en los barrios para migrantes japoneses. Sin embargo, la actividad no se licencia sino hasta la ocupación japonesa (1910-1945), y era mayormente forzosa; después, con la presencia norteamericana, la prostitución se convirtió en característica alrededor de las bases militares.

Volviendo al Japón, la prostitución se organiza mejor entre 710 y 1185 con la aparición de las cortesanas (yūjo); que a menudo poseían habilidades culturales y artísticas significativas, emulando en su recurrencia a la hetaira occidental. Es el período Edo, del shogunato Tokugawa (1603-1868), el que formaliza y licencia la prostitución, delimitándole barrios; que no eran sólo distritos de placer sexual, sino de entretenimiento general y laxitud, comida y bebida.

En 1956, la Ley Antiprostitución criminaliza la actividad abierta, pero la industria subsiste en otras formas; porque su importancia aquí no es sólo social y económica, sino que ya es cultural, como no lo consigue en China ni en Corea. Lo curioso está en esa diferencia funcional, por la que la actividad no tiene el mismo desarrollo en los tres lugares; y aquí lo que llama la atención es el carácter fragmentario del feudalismo japonés, y su manera de lidiar con lo real.

El shogunato reguló y gravó activamente estas áreas, legitimándolas y dándoles visibilidad al reconocerlas; algo que ocurrió en menor medida —con reluctancia y no activamente— en Corea y China, por el moralismo. Esto se revertiría en una mayor capacidad de las oirán japonesas, que en ello emulan de cerca a las hetairas; y en lo que se destacan frente a las coreanas y las chinas, aunque estas tratan infructuosamente de emularlas a ellas.

La singularidad estaría en la estructura imperial de la cultura China, ante la fragmentación feudal de la japonesa; entre estas dos, la cultura coreana tiene una existencia políticamente precaria, sin una estructura mayormente propia. En Japón, los daimyō (feudos) y el propio Shogunato tenían intereses económicos y de control territorial; los distritos de placer eran fuentes significativas de ingresos por impuestos y —no menos importante— de control social.

Estos distritos también servían entonces como válvulas de escape, para una sociedad rígidamente estratificada; permitían a diferentes clases sociales mezclarse en un ambiente controlado, y ofrecían entretenimiento a guerreros y comerciantes. Es aquí donde reluce la eficacia del mito africano, como la historia en que Orunmila —el poder del cielo— decide casarse con Oshún; cuando viendo que la guerra era inevitable, la diosa pasea su desnudez entre los ejércitos, paralizándolos; y toma el tiempo para satisfacer a cada uno de los soldados, que es como llegar a su necesidad más profunda.

Friday, May 30, 2025

The neo-scholasticism of Bernardo Kastrup

The so-called Analytic Idealism of Bernardo Kastrup has given rise to such a great discussion that it recalls scholasticism; but the former consolidated the hermeneutical spectrum of Catholicism, the latter on the contrary undoes it. The difference is capital, because it points to the possible result, which in both cases is of the Western culture; but as nature that, in its progressive dissolution, gives rise to the emergence of a new stage of that same culture.

That stage would be the one that is interesting, but not determined by that neo-idealist scholastic of Kastrup; but by that of Realism, subsumed in the Middle Ages by the idealist journey, which goes from St. Augustine to Hegel. Kastrup's neo-idealism cannot participate in this emergence, although that is what he intends with his aggiornamento; because he anchors himself in that apotheosis of Idealism, which is Hegel on the edge of Modernity, trying to extend it; just as Maritain's neorealism was the protest —beautiful and useless in its pathos— against this idealist apotheosis.

Maritain was ignorant —perhaps consciously— of the idealistic nature that restricted the Realism of St. Thomas; like a foot of St. Augustine on his bald head, refusing to yield the bridles of the wagon of Christ in its apotheosis. Perhaps Kastrup ignores —also consciously— the Realism that inevitably cracks all that Idealism; like a balloon of scientific rigor, which shows the quantum contradictions of its transcendentalism.

Namely, the new scholasticism —promoted by Kastrup— undoes the hermeneutical spectrum of Catholicism; which from the outset is not interested in defending, weakening it already in this indifference, which highlights the free nature of its presuppositions. This is paradoxical, starting from the hermeneutical sufficiency of the idealist tradition, developed from Kant to Hegel; since this sufficiency comes from the logical presuppositions of Christianity, given as necessary since St. Augustine.

No matter how contradictory this may seem, it is what explains the substantialism of Thomistic Realism; in the inviolability of doctrine —not in philosophical excellence— fixed by St. Augustine in sealing the Patristics. That is why Scholasticism is not a universal and free development, but within the marked limits of doctrine; and that they will be maintained —even as the problem of God— throughout the idealist tradition, with that apotheosis from Kant to Hegel.

Interested in the hermeneutical body of Idealism, Kastrup maintains this limit, anchored in his doctrinal origin; It does not matter if he is not actually interested in this nature of his philosophy, but seeks to reconcile it with science. In short, the problem of the idealist tradition has always been its epistemological baggage, not its logic; which is distorted by this baggage, but not by its very structure, of realistic origin, in Aristotelianism.

In fact, the problem of Idealism would still be in this Augustinian origin, which draws its logical basis from Neoplatonism; skipping the Aristotelian correction, in the objective substantialism of Plotinus, with that excess with which the Patristics concludes. This explains why the very nature of Kastrup's neo-idealism is defensive in criticism, like that neorealism of Maritain; also that his effort is useless in its pathos, like that other, typical of formal logic rather than of a real need.

It is this defensive character what undoes this hermeneutical body, which Kastrup tries to save in his critique; which is realistic, in a negative function —as criticism— rather than positive, since in fact it does not postulate something. This is important, because Kastrup does not even deny Realism —which he admits as experiential— but conditions it; so it is rather an epistemic adaptation, as a defensive contraction in the face of scientific advances.

His critique of Realism then suffers from the same excess as in Feuerbach and Marx, reducing it to matter; so it even resulted in a false realism, since it did not manage to establish its singular ontology. In effect, Feuerbach's critique of Hegel's absolutism depended on the same Hegel’s ontological presuppositions; established since Kant —on the basis of Descartes to Spinoza—, as belonging to that tradition that he criticized.

The singularity of this emergence and originality of Realism is precisely its epistemological independence; allowing an effective adaptation of traditional ontology, but from Hegelian objectivism; which is not what Kastrup anchors himself in, but in its transcendentalism, as precisely the presupposition that Hegel tries to overcome. Hegel does not succeed, because of that epistemic burden of his tradition, in that need for God that complicates it; but whose obsolescence is not enough to liberate the system, since it is this what is determined by its centrality.

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