El tema de la violencia fundacional en el caso de Haití, no se refiere a la
violencia como cultura o naturaleza; sino a la función estructural propia del
país, como función a su vez de la estructura mayor que es el fenómeno
occidental. Por tanto, no se trata de una reductivismo esencialista, ni de una
proyección sobre los autoritarismos del siglo XX; sino que describe la dinámica
estructural, desde el momento en que el país se plantea su independencia en
adelante.
Esta fundación es violenta, partiendo de que carece de algún soporte
normativo previo en cualquier sentido; partiendo de que es un movimiento, integrado
por la masa sin ciudadanía, y no por una élite del orden anterior. De esa
condensación negativa emerge la singularidad epistémica, formalizada no linealmente
por Antenor Firmin; su participación en la Sociedad de Antropología Francesa no
es un gesto de defensa racial, aunque él mismo lo presente así; sino una
operación crítica más profunda, en que Firmin adopta las herramientas,
metodologías y retórica científica europea.

En ese sentido, la violencia es fundamental en Haití, no porque sea natural
sino porque aún no culmina su función; que es fundacional, porque enfrenta toda
la estructura política occidental, en la que nace como disfunción cultural. Con
esto da lugar a la emergencia de un nuevo orden, ordenado epistémicamente por la
antropología crítica de Firmín; y esa emergencia no habría concluido aún, sino
que se mantiene en estado de catalización, sobe toda la estructura occidental.
Eso es complejo, porque con sus no se refiere a una periodicidad meramente
histórica sino también antropológica; en la determinación tricotómica y no
meramente dicotómica, en que la cultura impone su tensión a la dialéctica. En
esa otra periodicidad, el proceso —que afecta a todo Occidente— debe durar unos
cinco siglos, de los que apenas han ocurrido tres; alcanzando sólo una cúspide
intermedia, marcando la transición entre edades culturales que es lo que
resuelve Haití.
De ahí la función epistemológica de Firmín, en la formación de una
hermenéutica de suyo moderna y no medieval; como el Humanismo que determinó a
la modernidad en su naturaleza medieval, con su base en la antigüedad clásica.
Esto es lo que explica la continuidad de las edades culturales, como transición
entre estados históricos encabalgados; por esa emergencia asincrónica de
funciones estructurales, que tienden a sincronizarse en una apoteosis cultural.
Este juego de determinaciones responde a que lo histórico, al expresarse
como realidad política, no es arbitrario; sino que al organizarse obedece a las
reglas de toda estructuralidad, incluso si en este caso es formal, como morfodinámica. Esto se explica
en la función reflectiva de la cultura, por la reflexión formal de la física como
termodinámica; en tanto reflectada como efecto simpático de lo real, en la
naturaleza como cultura, ahora de valor específicamente humano.
Esa es la complejidad que se resuelve en el eje de Firmín a Prince Mars, terminando
por establecerse en Duvalier; como un primer estadio, en que Haití adensa su singularidad
cultural, aflorando en una expresión política original. Aquí resurge el
problema de la formación de Haití desde un cero histórico, careciendo de
mediaciones orgánicas; que provienen en realidad de una condición
extrapositiva, por la tensión con el imperio español, en la frontera de Santo
Domingo.
En efecto, aquí se formaría ese referente institucional, por la
superposición residual de la disidencia haitiana; no por una formación
institucional, sino desde la integración de Louverture y su futuro gabinete del
ejército español. Eso explicaría la organicidad que da resiliencia cultural al
fenómeno haitiano, a través de sus contradicciones continuas; pues surge como
una función relativamente pura, en esa singularidad, sin la constricción
protocolar de la tradición política.
Eso es importante, pues hace al Negrismo un fenómeno original y suficiente,
sin necesidad de ascendencia africanista; de modo que Haití no hereda forma, sino
que se forma como una función política, que es intrínsecamente violenta. De ahí
que la cultura haitiana, en realidad refleja la violencia de la estructura occidental,
expuesto en su vulnerabilidad; dada en la convergencia de sus contradicciones,
en un orden que es inteligible por esa antropología crítica de Firmín.
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