Wednesday, February 15, 2012

El -Book en la cultura contemporánea

La decadencia o no de la Modernidad exige debates enjundiosos y poco felices, en los que es difícil llegar a una conclusión; pero no así la ponderación de los fenómenos en que evoluciona esa cultura, sea reconocida como Moderna o Postmoderna, decadente o pujante, da igual. Uno de estos fenómenos es el de la práctica de la literatura, perdida en el interés social y político desde el Realismo crítico; no importa la respuesta tan virulenta como circunstancial desde los románticos, que sólo enrarece las críticas con la frivolidad del criterio personal. De cualquier modo, como toda práctica, esa ha sido distorsionada por la intervención de la industria; que concentrándose en el consumo como su único interés real, no desdeña mecanismos, por reprobables que sean.



De ahí la poca credibilidad de un mundo en el que ya los artistas exigen ser reconocidos por un epíteto que antes les resultó ofensivo; como ese de intelectuales, que junto a la presencia mediática es capaz de corromper hasta almas a prueba del dinero. El resultado al final se reduce a saturación de mercado, no tanto a la relativa y siempre cuestionable autenticidad del arte; porque esto último, como otra floración de suprematismo ideológico, se diluye en su propia irrelevancia. En definitiva, lo que existe ya existe, independiente de que lo merezca o no, por el sólo hecho de que ya existe; así que el problema sería el diseño de unas relaciones de mercado a salvo en lo posible de la manipulación mediática, que es lo que permite el casi anonimato solipsista.


Es a esta circunstancia que le ha ocurrido el libro electrónico, como el recurso instrumental de la nueva era; que no es alternativo sino integral, sólo que esa integralidad suya se refiere a la nueva relación del mercado y la cultura. Como dificultad, que el mercado se resuelva en los casi monopolios tecnológicos de dos modelos de lectores electrónicos; que incluso no sólo son incompatibles, sino en el que uno es además una apuesta del viejo modo por insertarse en el nuevo. Más allá de eso, y de que los mediadores no han perdido el cinismo depredador ni la pretensión de trascendencia, la presencia mediática ha vuelto a ser irrelevante; y la preciosa singularidad estriba en que, si al comienzo esa irrelevancia era por defecto, ahora es siempre natural.


El consumidor ahora consume lo que le interesa, no importa lo que decida montar la ya corrupta prensa; que queda por fin como un placebo para vanidosos, dejando la realidad para los más interesados. Al fin y al cabo, el éxito fue siempre comercial y precario además de secundario, también en el viejo modo; que las luces son para luminarias, y no está bien disputarse con ellas el espacio que les pertenece.

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