Monday, March 20, 2023

Cultura popular y marginalidad, contra el aserismo

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Un error recurrente al momento de entender los fenómenos culturales, es confundir lo popular con lo marginal; ambos conceptos describen el estrato en la base de la cultura, pero uno es moral, y el otro meramente antropológico. Así, en la clase popular hay un sector que se define dentro de esta por su marginalidad; desarrollándose al margen de las convenciones sociales y políticas, que definen incluso a la clase popular en su cultura.

En este sentido, el concepto de marginalidad sirve como metáfora en política, más allá de su interés antropológico; describiendo a los sectores que se desarrollan al margen de sus convenciones propias, como marginales. La diferencia entre la naturaleza antropológica de la primera acepción y la política de la otra, estaría en los intereses; pues el ser social siempre tiene intereses políticos, por lo que no rechaza esas convenciones, sino que es rechazado por la clase que las establece; mientras, la clase popular no siempre tiene intereses culturales, y por tanto se trata —en esos casos— de una auto marginación.

Por supuesto, eso último es relativo, en tanto el sector marginal sí tiene una expresión cultural propia y efectiva; que así funcionaría como un interés objetivo suyo, aunque —y ahí estaría la diferencia— no consciente. Incluso cuando el sector marginal asume un interés cultural, se trata más bien de su resultado político; no de la función que cumple sino del resultado que obtiene, que percibe como una promoción de orden político y social.

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En ese caso, ese interés no es propia ni funcionalmente cultural sino político, probablemente en busca de un rédito; que no siendo económico sino social, es de carácter entonces político, y carece de consistencia cultural. Eso es importante, porque es esta carencia o no de intereses culturales lo que impulsa el desarrollo de la clase popular; como expresión a su vez de su propio desarrollo económico, en su condición política.

La marginalidad política, por el contrario, sí es consciente de estos intereses suyos, y trabaja en pos de ellos; pero es rechazada por las élites establecidas en la contradicción de sus intereses, ya de clase y no individuales. Este rechazo obedecería entonces al convencionalismo de estas élites, dirigidas a la satisfacción de sus intereses; que en tanto propios son también especiales (elitistas), distinguiéndose en ello de los de la cultura popular.

También por supuesto, las élites intelectual y políticamente especializadas pueden confundir estos conceptos; ya que en su distanciamiento,  comprenden a la clase popular como conjunto más o menos homogéneo. Es por eso que tratando de manipularla en su propio beneficio, acuden al estrato marginal de la misma; que siendo el menos convencional, por su falta de intereses especiales, es manipulable, con la promesa de desarrollo aparente.

En tanto el desarrollo de la cultura en general es dialéctico, por su naturaleza histórica, ocurriría en esta contradicción; aunque sólo como principio, si todos integran la estructura social, manteniendo relaciones funcionales y complementarias. Así relativa, la contradicción entonces se referiría al esfuerzo de las élites establecidas por mantener su posición; y aunque siendo de hecho una contradicción de clases, explica el desarrollo histórico sólo como principio, no en su factualidad.

La factualidad del desarrollo histórico es algo más complejo, que implica siempre la especialización funcional; por lo que una vez promovida en la estructura social, la clase popular deja de serlo, al no cumplir ya funciones populares. Otra cosa es la marginalización de la cultura popular, con la promoción de su estrato marginal; que sin embargo no contempla la promoción de esa clase popular, ahora estancada en su propia marginalidad, tanto política como antropológicamente.

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Este sería el proceso de decadencia que sigue a toda apoteosis, en el desarrollo de la cultura, en tanto dialéctico; como su contracción natural, sobre la que ocurrirá la nueva apoteosis, en esa continuidad del desarrollo. Se trataría entonces de un fenómeno más o menos global, que concierne a todo el ámbito de Occidente en su expansión; pero que en cada caso ocurre de modo específico, condicionado por sus circunstancias particulares.

En el caso cubano, el punto de inflexión habría ocurrido con el desastre antropológico de la revolución de 1959; al desmontar sistemáticamente desde entonces el entramado de convenciones de la cultura popular, con su marginalización progresiva. No se trata de que el proceso que comenzara ese mismo año, pero sí con su apoteosis ilustrada de los siglos XVIII y XIX; que dando lugar al elitismo intelectualista de comienzos del siglo XX, reproduce el catastrofismo político de la Ilustración moderna.


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