De por qué y cómo las editoriales rechazan los éxitos editoriales
Sobre el sorprendente asunto de los manuscritos rechazados se ha escrito
mucho, y casi siempre se peca por simplismo; la última de estas veces, la más
atinada quizás, reconoce que el asunto no es tan simple y se queda con las historias
mismas, que son sin dudas sorprendentes. No obstante, quizás el problema ni
siquiera sea tan complejo como sutil en sus determinaciones; es decir,
refiriéndose a otros problemas distintos de la relación directa entre producto
[literario] y calidad [autoral]. Ni tan simple, como cualquier otra cosa, ni
tan complejo, como cualquier otra cosa también; singular, en la medida en que
el problema no es ético sino económico, y por tanto no se resuelve con la protesta
ni la razón aparente. El problema se debería a ese crecimiento exponencial de
las editoriales como agentes de producción; que al igual que el resto de los
sectores económicos, habría evolucionado con el Capitalismo del modelo
industrial al corporativo.
Es ya una obviedad que estos no son los tiempos en que se crearon las casas
editoriales que hoy pueblan nuestra mitología; como titanes desplazados por la
vulgaridad de un olimpo aburguesado por una proyección mediática que ha
corrompido todo el proceso, como con el resto de la economía. Podríamos comenzar
la explicación entonces por el ego de los autores, que se han dejado comprar
por las editoriales más vulgares casi sin que tuvieran que hacerles propuesta
alguna; desde el inicio mismo, en que Planeta apareció con sus regalías de
futbolista y ventas masivas que prometían la semidivinidad al más anodino de
los autores; algo así como asegurarle a cualquier escritorzuelo un status
semejante al de Jorge Luis Borges y Octavio Paz, en el entresuelo engañoso de
Vargas Llosa. En este punto ni siquiera la crítica era una dificultad a temer
en serio, alimentando las ansias mediáticas de los mismos periodistas; que
posando lo mismo de analistas que de cronistas en profundidad estaban ansiosos
por lanzarse del trampolín a la piscina del éxito.
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Poco importa, más tarde o más temprano la abulia terminará por tragarse
todo vestigio de mercado vibrante, porque eso es lo propio de las
corporaciones; perdidas en un burocratismo inevitable que no puede seguir las
pautas de un mercado real y que por tanto depende de su propia capacidad para
determinarlo artificialmente con su poder económico. La paradoja de cómo y por
qué se rechazan libros que son de hecho éxitos editoriales es tan simple que ya
no es ni paradójica; consiste en que las decisiones las toman burócratas aburridos
que pueden posar de editores interesados, porque como en toda burocracia el
sistema está corrompido por el nivel de relaciones y el tráfico de intereses.
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