Wednesday, January 2, 2019

Los inocentes (2016)


Sin las estridencias de Bird Box ni la arrogancia —justificada o no— de Roma, se ha colado en Netflix la película francesa Los inocentes; una suerte de mezcla entre el seco realismo del cine polaco, casi sinfónico, y el dramatismo un poco teatral del francés. Esa impronta del cine polaco es doblemente espectacular aquí, pues el drama se desarrolla allí y se inspira en un suceso local, pero es enteramente francés; de modo que esa estilización, que por momentos recuerda a Kawalerowicz, es de algún modo un homenaje a su propia referencia. Puede que sea casual, pero el drama es el conflicto de un convento polaco; y uno de los filmes más importantes de Kawalerowicz es precisamente Madre Juana de los Ángeles, para acudir al mismo marco.
En este filme, en todo caso, el relato es más concreto e inmediato en su sentido histórico; relata el drama de una doctora francesa, destacada en Polonia al final de la II Guerra Mundial. La doctora se ve envuelta en los conflictos de un convento, víctima de la violencia de la guerra; esta vez del salvajismo del ejército ruso, que sometió a las monjas a violaciones sistemáticas, dejando secuelas no sólo psicológicas sino también sociales. La película sirve no tanto para denunciar el salvajismo —que es lo de menos— como para revelar las complejidades y contradicciones de la vida; bien que de paso airea el profundo resentimiento nacionalista y conservador de la cultura polaca, ante el abuso de la hermandad soviética. 
También conocido como Agnes Dei, la película igual recuerda una aproximación parecida con el mismo título; cuando en 1985 Norman Jewison estrena Agnes of God con Jane Fonda, y confronta a una psiquiatra y a una madre superiora. En este caso la brutalidad de la historia no apela a una curiosidad más o menos esnob sobre la vida religiosa; sino que se concentra, con cierto distanciamiento, en los conflictos y contradicciones que genera la disciplina, como quizás la más torcida e inevitable de las pretensiones humanas. Retratada en puros retablos manieristas (¿Zurbarán?), es un prodigio de locaciones y ambientación; y es también uno de los acercamientos más sobrios y certeros a la femineidad, pero no como ideología sino como naturaleza.
El libreto mantiene la tensión en todo momento y es avaro en sus anticlímax, por lo que la tensión es intensa hasta el fin; y lo hace con diálogos parcos, que reflejan en mucho los caracteres que los emiten. Las actuaciones son sobrias pero espectaculares y bellas, manteniéndose en el límite tras el que se robarían el filme; pero es evidente que la directora (Anne Fontaine) sabe lo que hace, y lo mantiene todo bajo el puño. La película ofrece así una reflexión desencantada pero optimista en su modestia, sobre la vida en general; pero más específicamente sobre la vida de las mujeres, que no son sólo estas monjas perdidas sino toda naturaleza en sí. 

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