Nymphomaniac
En La conjura de los necios, Ignatius J. Reilly afirmaba que los
problemas se debían a la incomprensión de la teología y las matemáticas; lo que
formaba parte de su carácter esperpéntico, pero era la postulación de la
estética como explicación del mundo. Lars Von Trier es como Ignatius, un personaje
esperpéntico, aunque en un sentido trágico de ese existencialismo
trascendentalista; y Nymphomaniac
sería su mejor tesis en esa dirección, con poder incluso para resumir con un
discurso lógico su compresión tan abstrusa del mundo. Por supuesto, es Von Trier,
el creador de Dogma 95, que es
exactamente lo que se cumple en esta película; aunque ya planteado en la
intuición de Dogville, con esa
teatralidad que va siendo su signo peculiar.
Es curioso que de todo su cine,
sea únicamente en este que se cumpla por completo el propósito de Dogma; de modo que todo lo anterior haya
sido una simple progresión, conduciéndolo hasta esta apoteosis triunfal. Por
supuesto, hay que tener este interés esteticista incluso para sólo consumir
este filme; que es masivo y aplastante, elefantiásico, como todo su cine, que
es así un cine de ensayo y no exactamente comercial. No hay que llamarse a
error, todo producto —y todo cine lo es— es comercial, pero respondiendo a
nichos especializados; algunos de los cuales, como este al que se dirige Von
Trier, caen en el oxímoron por su extrema especialidad. Es debido a ese
elitismo que su cine resulta controversial y difícil, sobre todo este filme;
que con la polémica banal de su sexo explícito —y si se usaron o no prótesis y
dobles— obvia esta peculiaridad suya.
Nymphomaniac es así el planteamiento del sexo como estética, en ese
mismo sentido en que Ignatius postulaba a la teología y las matemáticas; lo que es un modo especialmente
torcido de comprender al mundo, pero en esa misma proyección que él plantea en
algún momento acerca del catolicismo. La metáfora es alucinante de tan
eficiente y bella (teologal) en su exactitud matemática, para quien la pueda
ver; con esa misma clave aludida, en que el cristiano progresa de la teología ortodoxa
a la católica en su espiritualidad. Puede resultar así también ofensiva, de
tanto elitismo que no se limita a la abstracción sino que también es
heteronormativa y occidental (cristiana); con un final pasmoso pero igual de
exacto y eficiente de tan desagradable, inesperado y moralmente decepcionante.
Aparte de la película misma como totalidad, podría separarse el guion
que la sostiene, pero sería injusto con las actuaciones; desgraciadamente
opacadas por la polémica acerca de lo explícito de las escenas sexuales. No
obstante, debe quedar claro que este filme consiste en la concatenación de
estas escenas; por lo que no habría podido hacerse con las mojigaterías contra
las que protesta, no menos explícitamente por cierto. La protagonista lo dice,
en la catarsis en que transparenta a su director, afirmando que no es adicta al
sexo sino ninfomaníaca; una reivindicación propia como la que perdió a Lilit, aunque
sólo sea según la parte judía —y más oscura— del espiritualismo cristiano.
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